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martes 30 de abril del 2024

Salsa para vivir: la explosión de los ritmos caribeños en Rosario

Las ciudades están llenas de submundos de los que poco se sabe. Como en cada rincón, en Rosario conviven múltiples universos culturales, que van creciendo, a veces sigilosamente y se vuelven espacio para el encuentro. Después de todo, la salsa y la bachata son eso: una excusa para el encuentro al son de la música caribeña y bajo el movimiento de los cuerpos.

En ese submundo de los ritmos latinos vive y trabaja Daniel Alejandro Barbosa. Un hombre de 42 años que impulsó la movida de la salsa y la bachata local desde la autogestión. Tati, como lo llaman sus amigos, estudió profesorado de educación física pero nunca terminó. Cuando empezó el instructorado de baile se sumergió en las aguas de las danzas caribeñas y emprendió un camino que lleva más de dos décadas de recorrido. En diálogo con Rosario Nuestro, cuenta los detalles de lo que se inició como una inquietud personal y acabó en una movida cultural.

Tati, que tiene acento cubano de tanto escuchar los temas de Maikel Blanco, Los Van Van y otros caribeños, conoce la técnica de la salsa y la bachata a la perfección. «Es una danza de parejas donde guía el varón, aunque hoy en día ya no es tan así. La mujer tiene mucha participación y en algunas clases hay más hombres que mujeres. En el instituto (donde estudió el instructorado), me enseñaron el baile como un todo. Pero yo lo desarmé y creé mi propia metodología para que la gente lo pudiera aprender porque es muy complejo. Separé al hombre de la mujer, enseñé el paso de la mujer; luego los uní pero sin que se tomaran», detalla con total erudición.

Ese método fue el que le permitió dar clases. Por sus espacios pasaron, según sus cálculos, alrededor de 10 mil bailarines. Se formaron parejas y también se rompieron. «Vi gente casarse y divorciarse», asegura para puntualizar en la historia del baile en la ciudad: «En el 93/94 empezó un movimiento en Rosario pero en 2005 explotó», dice. Fue precisamente en 2005 cuando se abrieron los encuentros salseros de los miércoles en Willie Dixon, el boliche de Pichincha, en una iniciativa conjunta con Ricardo Calvo, un bailarín de tango local.

A los miércoles se sumaron los domingos y así pasaron diez años. De a poco, las salseras- como llaman los entendidos a los puntos de encuentro- empezaron a ser una realidad de la noche rosarina: «Después de bailar tomábamos algo y charlábamos», relata sobre los encuentros, que aún persisten, pero los sábados en un bar de la misma zona bajo el nombre de Rumbavana. Allí asisten alrededor de 300 personas cada fin de semana.

En el medio se colaron otros lugares: Satchmo, cerca de la Estación Rosario Norte y La Coneja, en La Florida. «Ese fue el mejor lugar de todos. Bailábamos en la arena con el río de fondo», recuerda. También una escuela en la sede del Sindicato de Empleados del Jockey Club en Zeballos y Lagos, que funcionó durante cinco años. Más tarde, se mudó a un club de barrio, en el que todavía trabaja junto a Daniela, su compañera en la vida y en la pista; y a su hijo, Dorian («como Dorian Gray») cuando la conoció de 5 años, hoy de 19.

Tati cuenta que en una noche salsera tradicional, la bachata va a lo último, como los lentos, pero que desde hace algunos años, con la explosión de cantantes como Romeo Santos, se intercalan con las salsas: «Cada diez canciones de salsa, tenés dos o tres bachatas».

Las denominaciones técnicas de la danza son muchas, igual que las historias: «Cósela, átala, paséala», son algunos de los nombres de las figuras. Antes de despedirse anuncia que la semana próxima no va a estar porque viaja  a Cuba a estudiar. «Siempre hay que seguir capacitándose», cierra, tal vez con la conciencia de haber sido uno de los creadores de un submundo cultural.