Parece una película surrealista o de terror, pero no lo es. Ni el más apocalíptico de los artistas o autores se atrevió a prever jamás un acontecimiento como el que atraviesa la humanidad casi en su conjunto. Lo que empezó en la lejanía de Oriente, en la ciudad china de Wuhan, como una enfermedad extremadamente contagiosa y sin vacuna, traspasó las fronteras de Asia y llegó a Europa y de ahí a América Latina. El coronavirus ya arrasó con 22 mil vidas y sólo hay una forma de combatirlo: quedarse en casa.
De ahí que el presidente Alberto Fernández declarara el jueves 19 de marzo el aislamiento social preventivo y obligatorio para toda la sociedad argentina, como una medida estricta pero efectiva si se cumple a rajatabla, para aplanar la curva de contagio y lograr contener el virus a tiempo.
En plan de solidaridad y cuidado colectivo, la mayoría de los rosarinos enfrentan al Covid-19 desde sus hogares y respeta-aunque nunca faltan los vivos- a los que deben salir a trabajar en un contexto adverso. Por eso, las calles de la ciudad están desprovistas del caos del tránsito, de los chicos en guardapolvos y uniforme, de los impuntuales apurados yendo a trabajar, en fin, del devenir de una cotidianidad que se extraña, pero que necesariamente debe ser la de un desierto.
Fotos: Franco Masellis