Muchos oficios tradicionales han sido retomados en cuarentena, desde casa muchas personas mostraron en las redes cómo trabajar de manera artesanal. Pero otros, quienes ya trabajaban en sus talleres, han tenido que reinventarse para continuar con sus ventas.
Así fue el caso de un zapatero de la región rumana de Transilvania, Grigori Lup que a sus 55 años tuvo que cerrar temporalmente su taller de zapátos durante el aislamiento. Sus diez trabajadores también debieron retirarse ya que las ventas se paralizaron abruptamente. «De repente, la gente dejó de entrar a mi negocio», cuenta el zapatero desde su taller en la ciudad de Cluj.
Ante la criris, su mente se iluminó con una gran idea:
“Nadie respetaba la distancia social y pensé: voy a hacer tres pares de estos zapatos, los pondré por internet y los llamaré zapatos de distanciamiento social para llamar la atención”, explica Lup, que reconoce que al principio fue todo “una especie de broma”.
Y así empezó a hacer estos zapatos gigantes que garantizan a quien los lleva que nadie se acerque más de lo necesario.
Los zapatos son de un número normal en la parte posterior en la que debe de meter el pie el cliente. Lo excepcional viene cuando terminan los dedos, donde empieza una punta rellena de un material ligero, como la suela, que equivaldría a un número 75 de pie.
“Si dos personas que llevaran mis zapatos se pusieran una enfrente de otra habría una separación entre ellas de cerca de un metro y medio”, explica Lup, que vende cada par de “zapatos de distanciamiento social” a unos cien euros.
