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martes 30 de abril del 2024

Trabajo sexual: entre discursos rescatistas y las voces de las protagonistas

Más allá de la disputa para establecer cuál es verdaderamente la profesión más antigua del mundo, es innegable que esta expresión nos remite a la prostitución, que ha existido y seguirá existiendo, encuadrada en diferentes contextos sociales, políticos y culturales, y bajo denominaciones diversas.

Actualmente el término Meretriz se utiliza como sinónimo de prostituta, pero es un nombre romano que históricamente se usó para referirse a la mujer que, sin amor, contrae matrimonio por un interés económico o social. Etimológicamente, proviene del femenino meretrix del verbo en latín mereo, merui, meritum, que significa “ganar”, “ganarse”,  “merecer”, “cobrar”. Meretrix es la que cobra, la que se gana la vida por sí misma.

Mesalina, entre otras, fue una emperatriz (esposa del emperador romano Claudio) que mostraba abiertamente su afición por ser meretriz. Se transformó en una leyenda a partir de su fama de seductora. Se la recuerda particularmente por un escándalo en el que estuvo implicada cuando organizó y ganó una competencia de prostitutas en Roma, cuyo desafío consistía en alcanzar la mayor cantidad de intercambios sexuales con hombres durante un período acotado de tiempo. Su nombre dio origen al término mesalinismo, actualmente en desuso pero que se aplicaba para describir el pluralismo sexual en la mujer.

Está claro que desde la antigüedad hasta nuestros días han existido, existen y seguirán existiendo mujeres que expresen libremente su deseo sexual, que se vinculen con múltiples parejas sexuales, que “se ganan la vida por sí mismas”, e incluso, que contraigan o sostengan matrimonios sin amor por un interés económico tácita o explícitamente (con lo cual tenemos muchas más “meretrices” que las que se nuclean en AMMAR), así como por supuesto, mujeres que sin hipocresías ofrezcan servicios sexuales a cambio de dinero, es decir, trabajadoras sexuales. Por supuesto que el trabajo sexual no se limita al género femenino, que funda el vocabulario, sino que lo llevan a cabo personas de todos los géneros, incluso los no binarios.

Comienzo por este breve repaso histórico, porque se vuelve necesario diferenciar el ejercicio del trabajo sexual voluntario, mediado por una decisión personal, de la prostitución ejercida en el contexto de la trata de personas.

El Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación, lo define así[i]: La Trata de Personas es una grave violación de los Derechos Humanos que implica el engaño, reclutamiento, transporte y explotación de una persona con fines sexuales, trabajo forzoso o alguna otra práctica análoga a la esclavitud.

En Argentina se sancionó en 2008 la Ley 26364 orientada a la prevención y sanción de la trata de personas y la asistencia a sus víctimas. Esta ley contempla la explotación de la prostitución ajena (proxenetismo), los trabajos o servicios forzados, la esclavitud, la servidumbre y la extracción de órganos, considerando al cliente o usuario como figura fundamental para fomentar el círculo de la explotación. También hace referencia al hecho de que la víctima de trata muchas veces no se reconoce a sí misma como víctima de un delito, básicamente por desconocer sus derechos, por lo cual resulta difícil que identifique y denuncie la situación, y otras veces no lo hace por temor a las consecuencias para sí o para sus familiares[ii].

En relación a esta distinción (entre prostitución voluntaria y trata), Georgina Orellano, secretaria general de la Asociación de Mujeres Meretrices, expresa una clara diferencia entre la trata de personas como delito y el ejercicio voluntario del trabajo sexual llevado a cabo por personas mayores de edad, elegido entre otras opciones como la mejor para sí. Hay algo del orden de la elección en la decisión de ejercer el trabajo sexual, pese a que se suele afirmar que si pudiesen elegir, seguramente se dedicarían a otra cosa. Ante esto, Georgina expresa que esa afirmación suele reflejar el deseo de la persona que la emite, pero no representa el deseo de la propia trabajadora sexual. Las personas que investigan u opinan sobre el trabajo sexual, según Georgina, suelen tener una posición tomada y hablan desde su propio deseo sin darle voz a las trabajadoras, con una negación a escuchar lo que ellas tienen para decir, que son cuestiones contrarias al deseo de estas personas que tienen una mirada punitiva, moralista y rescatista en relación al trabajo sexual.

Los planteos del colectivo de trabajadoras sexuales son:

  • Cuestionan la mirada rescatista, incluso como política pública, desde una postura salvadora. Ellas no quieren que las vengan a salvar, sino a empoderarlas, es decir, darles herramientas para conocer sus derechos y organizarse. En ese sentido, Georgina hace un fuerte cuestionamiento a una parte del feminismo que, desde un lugar de superioridad, intenta tutelar cuerpos ajenos, hablar por la invisible (por estar en una esquina no puede hablar), con una infantilización de las voces de las trabajadoras sexuales, como si no tuviesen capacidad de pensar o decidir sobre sus cuerpos y sus vidas, subestimando su capacidad de elección.
  • Expresan que no son las únicas de la clase trabajadora que no eligen de forma totalmente libre su trabajo, ya que siempre existen condicionantes y la necesidad de subsistencia lleva a gran parte de los trabajadores a dedicarse a tareas que tal vez no sean las ideales, pero son las que eligen dentro del espectro de posibilidades. Pocas personas tienen el privilegio de trabajar de lo que les apasiona, el resto elige lo que prefiere dentro de lo posible, para mejorar su calidad de vida. A veces el trabajo sexual no es la opción que elegiría otra persona, todas somos distintas, pero ellas sí eligen el trabajo sexual como opción, y lo que requieren del Estado es que garantice sus derechos laborales, para tener una obra social, vacaciones, aportes jubilatorios, cobertura en la enfermedad, etcétera.
  • La solución no es abolir el trabajo sexual, sino la pobreza. Se debe luchar para ofrecer más oportunidades y posibilidades laborales que no sean de trabajos precarizados, el debate es mucho más profundo. El trabajo sexual seguiría existiendo, algunas lo seguirían eligiendo pese a tener otras oportunidades, pero otras tal vez tomarían otro camino. Y aquellas que lo ejercieran lo harían con mejores condiciones laborales, con un marco legal, con presencia del estado que garantice que sus derechos no sean vulnerados, como corresponde a cualquier trabajo.
  • Cuando se piensa en trata de persona se piensa en explotación sexual, no se hace foco en la trata de personas para trabajos forzados, de tipo textil o rural. Las políticas estatales no evalúan prohibir el trabajo textil o rural porque existan situaciones de trata, sino que se intenta mejorar sus condiciones laborales. ¿Por qué no ocurre lo mismo con el trabajo sexual? ¿Por qué se legisla desde el derecho laboral a todos los trabajos y desde el derecho penal al trabajo sexual? Se acepta el trabajo textil, el trabajo rural, pero no se acepta el trabajo sexual.

Aparece la mirada moral. Podemos explotar partes de nuestros cuerpos o habilidades para ganar dinero, como nuestros brazos, manos, piernas, espaldas, emociones o intelecto y conocimientos, pero no está aceptado que una persona pueda explotar su genitalidad o su sexualidad, que es mucho más amplia, para ganar dinero. Esto funda la política prohibicionista en relación a la sexualidad. El valor agregado que se le da a la sexualidad tiene que ver con la mirada sagrada que se le da al sexo, que no puede tener un precio, ni constituir un trabajo, sino que tiene que ser por amor y con una sola persona. Las trabajadoras sexuales se alejan de todas esas normas y son castigadas por eso desde la legislación.

Las trabajadoras sexuales se corren de la norma imperativa del amor romántico, en la que se privilegia el disfrute sexual del varón, y al poner un precio al servicio sexual, prescinden del pacto amoroso dentro del cual socialmente está habilitado el placer, siendo capaces de separar el sexo del amor, cualidad culturalmente asignada a los varones.

Los servicios que ofrece la trabajadora sexual en muchos casos exceden la genitalidad. Georgina expresa la gratificación que le genera la confianza que sus clientes depositan en ella al compartir sus problemáticas, sus miedos, sus vivencias, al consultarla incluso para la toma de decisiones o la resolución de problemas, en un marco de confidencialidad profesionalmente garantizada por ellas.

Acerca de los clientes: de la criminalización a la comprensión empática

En el mismo orden de distinción de las nociones de explotación sexual como delito dentro de la trata de personas y la prostitución como elección laboral voluntaria, cabe distinguir a los clientes que son cómplices y fomentan la trata, requiriendo o aceptando servicios de personas que claramente no desearían o no han elegido estar en ese rol; y la comprensión de las causas que llevan a muchas personas a transformarse en clientes que requieren los servicios de un/a trabajador/a sexual.

Los motivos de contratación son diversos, a saber:

  • Para cumplir determinada/s fantasía/s sexual/es: en muchos casos demandan un servicio de trabajadores sexuales para cumplir fantasías que no se atreven a plantear a sus parejas. La doble moral que aún sigue teniendo vigencia en nuestra sociedad ha creado y sostiene la escisión entre las “mujeres decentes, buenas” (madres, esposas) y las “putas, impuras” (deseantes, dispuestas a explorar en la sexualidad), lo que muchas veces limita el potencial sexual de una pareja impulsando la búsqueda de experimentación de prácticas diversas (a las convencionales asociadas a la función reproductiva) por fuera de la relación.
  • Características de personalidad introvertida, con poco desarrollo de habilidades sociales (timidez), o personas que, en palabras de Georgina, “no tienen un capital erótico para seducir” a otras personas y encuentran en la trabajadora sexual una aliada para experimentar placer sexual en contacto con otra persona.
  • Personas que no tienen interés en generar un proyecto de pareja, que no desean asumir un compromiso sexo afectivo, y no desean engañar a nadie para arribar a un encuentro sexual (“hacerse el novio/a”). Incluso a veces les manifiestan a las trabajadoras sexuales que les resulta hasta más conveniente económicamente pagar sus servicios que invertir ese dinero en el cortejo social necesario para llegar a un encuentro (cena, cine, hotel, etc.) y quedan liberados de las demandas comunicacionales posteriores al encuentro (“la trabajadora sexual no te enviará un whatsapp a la mañana siguiente”).
  • Las pautas son muy claras entre una trabajadora sexual y su cliente.
  • Personas con diversidad funcional/discapacidad: las personas con capacidades diferentes suelen considerarse asexuadas por parte de la sociedad, lo cual es un error, son personas que experimentan deseos, sensaciones y que tienen derecho al placer sexual igual que el resto de los seres humanos. En muchos casos, la trabajadora sexual es quien puede ofrecer la posibilidad de vincularse sexualmente. En distintos lugares del mundo existe la figura del Asistente Sexual. Esta idea me remite a una expresión de Valerie Tasso en uno de sus libros[iii]: “Tenemos que mimar a las prostitutas, dejar de estigmatizarlas y usar su oficio para crear nuevas formas de amarse. ¿Por qué no reconvertimos a las meretrices que lo desean en “terapeutas sexuales”?

Situación legal y reclamo de las trabajadoras sexuales en Argentina

En nuestro país, ser trabajador/a sexual no constituye un delito en tanto la persona que lo ejerza sea mayor de 18 años de edad y lo practique voluntariamente. No obstante, lo que está criminalizado, penalizado y perseguido, son los espacios en los cuales podrían desarrollar su actividad, lo cual resulta claramente contradictorio.

Está penalizado hacer uso del espacio público para ofrecer servicios sexuales, con penas de 30 a 60 días o multas de hasta cinco mil pesos. En las provincias de Mendoza o Salta, además, no sólo se detiene a la trabajadora sexual sino que está penalizado el cliente, a quien se le labra una multa que puede llegar hasta los diez mil pesos, porque es una contravención demandar servicios sexuales en la vía pública. Esto lleva a que en esos casos las trabajadoras sexuales deban ofrecer sus servicios en las periferias de la ciudad, en lugares ocultos, con el mayor riesgo que eso implica desde el punto de vista de su seguridad.

En el ámbito privado también en casi todas las provincias están prohibidos los cabarets, whiskerías y todo lugar privado donde se desarrolle la prostitución. Antiguamente, los cabarets o whiskerías eran lugares habilitados por los municipios, garantizando ciertos requisitos que ofrecían seguridad a la trabajadora sexual y a sus clientes. Las trabajadoras en ese contexto podían inscribirse como alternadoras y hacer sus aportes a través del Monotributo, con lo cual las “coperas” podían tener obra social y pertenecer al sistema previsional con aportes jubilatorios.

Actualmente, no sólo están prohibidos esos lugares sino que, además, en los casos en los que las trabajadoras intentaron organizarse entre varias para disponer un espacio privado donde ejercer su trabajo, sufrieron la “mala” aplicación de las políticas que equiparan trata con trabajo sexual, llevando a cabo allanamientos compulsivos y violentos, donde sufrieron robos incluso por parte de integrantes de la propia policía, quedando el lugar clausurado y donde la justicia, al interpretar que todas son víctimas de trata, se orienta siempre a identificar quién es la que regentea el lugar, quién es la proxeneta, la que explota al resto, y se encuentran casos de trabajadoras sexuales procesadas por el delito de trata de personas con explotación sexual y proxenetismo, sólo por haber sido las que abrían la puerta el día del allanamiento, o por ser la de mayor edad entre las que compartían el espacio, o por tener facturas de servicios o contratos de alquiler a su nombre.

Para la nueva ley de trata modificada en diciembre de 2012, la justicia sólo puede identificar víctimas y victimarios de trata. No contempla la posibilidad de que hayan mujeres organizadas cooperativamente para desarrollar su trabajo. Desde 2011 tampoco pueden publicar el ofrecimiento de sus servicios,  ya que todo se ve atravesado por la criminalización del trabajo sexual.

La trabajadora sexual, su vida personal, el amor, la atracción… ¿qué pasa en su intimidad?

Si alguna vez nos preguntamos qué ocurre con la atracción, el placer y el amor, en la intimidad de una persona que ejerce la prostitución, aquí van algunas respuestas de primera mano para conocer.

Georgina generosamente accedió a responder estas inquietudes y me habilitó a compartirlas con ustedes. Relata que al principio, cuando empezó a dedicarse al trabajo sexual, le resultaba muy difícil dividir el ámbito de disfrute personal y el del trabajo. Cuando pudo superar las culpas, contándole a su familia sobre su trabajo, pudo realizar el proceso de derribar el estigma entendiendo por qué la sociedad juzga, cuestiona y hace sentir vergüenza a quienes ejercen el trabajo sexual, fue entonces cuando pudo diferenciar lo que pasaba en su ámbito personal de lo que era su trabajo. El trabajo sexual le ayudó mucho, dice, a plantearse otras formas de relacionarse con personas, desde el desapego, amar desde el desapego, saber que la otra persona no es de su propiedad ni ella lo es para esa persona, sino que hay una forma sana de vincularse sin rendir cuentas, sin que afecte que el otro disfrute de su sexualidad con otras personas.

Considera que lo primordial en una relación es la comunicación y la confianza, así como la capacidad de poder expresar el propio deseo dentro de una relación, y  no quedar atado o sometido al deseo de la otra persona. Desde la concepción del amor romántico, nos hicieron creer que amar es depender de una persona, y ser su propiedad, desde la posesividad, y que todo se perdona (maltrato, violencia, controles) sin poder visualizar que es necesario poner condiciones y que no hay que tolerar todo.

Para pensar

Voy a cerrar esta nota, porque la discusión sobre estas cuestiones es imposible de cerrar y si hay algo que deseo al escribir sobre este tema, es abrir el debate y la reflexión, no desapasionada, pero sí libre de prejuicios y tabúes, escuchando y respetando todas las voces e ideas.

Pero como en pedagogía sólo la pregunta reflexiva nos invita a pensar y propicia la construcción de conocimiento y esa pregunta no puede menos que ser una provocación que nos saque de la zona de confort desde donde juzgamos cómodamente al mundo y sus actores según lo que ya está establecido.

Si de provocación se trata, tanto erótica como intelectual, nadie mejor que Valerie Tasso para prestarnos sus palabras en tan ambiciosa misión. Valerie es licenciada en Ciencias Económicas y Lenguas Extranjeras Aplicadas en Francia, su país natal. Mientras cursaba un doctorado en Interculturalidad, se instaló en Barcelona ocupando puestos de alta dirección en empresas multinacionales hasta que, a finales de 1999, tomó la decisión de ejercer durante unos meses la prostitución en una agencia de lujo. Experta en Educación y Asesoramiento Sexual formada en la Universidad de Alcalá de Henares, Madrid.

“Cuando se habla de prostitución, enseguida se nos viene a la cabeza a la típica mujer víctima, que vive en condiciones absolutamente infrahumanas. Las hay, y muchas. A las que siempre se han sublevado pidiendo que se les reconozca el derecho a ejercer esta actividad de manera normalizada se las insta a abandonar su trabajo y ocuparse de tareas “convencionales”. Jamás se ha contemplado que si le damos otro enfoque a lo que la sociedad considera un problema, se puede llegar a sacar numerosos beneficios. El uso del cuerpo para sanar podría ser un enfoque que muy pocos privilegiados han entendido…”[iv]

[i]http://www.jus.gob.ar/noalatrata.aspx

[ii]https://www.argentina.gob.ar/denuncialatrata

[iii] Tasso, V. (2006) El otro lado del sexo. Ed. Plaza &Janés

[iv]idem