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jueves 28 de marzo del 2024

Precipitaciones de llanto

Por Silvana Savoini.

La caída de lágrimas, como la lluvia, a veces está anunciada y otras, nos toma por sorpresa.

A veces ocurre con las lluvias, que ese comienzo abrupto de caída violenta de agua no cesa, parece no tener fin, y uno se pregunta cómo puede seguir cayendo tanta agua sin parar, ¿de dónde sale?, ¿cómo es que no se agota?… aunque sepamos la explicación meteorológica, seguimos percibiéndolo como un misterio, lo cual afortunadamente nos recuerda que no perdimos la capacidad de asombro.

A veces se precipita el llanto, disruptivo, inesperado, acongojado. Cuando ya no podemos frenarlo, lloramos y lloramos sin poder explicarlo, casi hasta deshidratarnos. Y entonces nos preguntamos ¿por qué lloramos? Tal vez hubo un disparador, un desencadenante, el detonante de la explosión de emociones que guardamos comprimidas hasta ese momento. Y lloramos por todo, no por lo que parece obvio, sino por todo.

La sucesión de pérdidas que constituye nuestra existencia se agolpa en ese estrujón del alma como si no hubiera un mañana, o quizá, justamente, porque nunca estamos seguros de que en verdad lo haya.

La pandemia nos ha despojado de muchas más cosas de las que somos capaces de contabilizar, y no me refiero sólo a lo material. El virus, el confinamiento, aislamiento, distanciamiento, alejamiento, y todos los “miento” que quepan para lo que quedó en suspenso, lo que cambió, lo que se perdió, lo que no se vivió, lo que se esperó y no ocurrió, lo que fuese que dolió.

La psique despliega sus recursos para convivir con las pérdidas, existen mil formas distintas para la negación, o para la anestesia. Hay cosas, personas, sustancias, eventos, encuentros, lazos – tangibles o virtuales-, proyectos, sueños, que nos embriagan, anestesian el dolor de existir, dejan los duelos en suspenso, y sentimos que la vida es bella, en esos fugaces instantes en que Thanatos ficcionalmente es vencido por Eros.

Pero como toda ficción que alivia, en un momento termina, o cae por un rato, y nos deja en carne viva. Entonces otra vez la vulnerabilidad tiene cabida, nos volvemos frágiles e impotentes ante todo el universo de cosas que no podemos controlar, que nunca pudimos controlar y lo sabemos, y lloramos, hasta que lo volvemos a aceptar. Y entonces, así de chiquititos y rotos, de a pedazos, nos intentamos rearmar. Estamos siempre expuestos y vulnerables, ahí reside en esencia nuestra humanidad, sensibles de nuevo al dolor, nos sorprende y precipita el llanto hasta recordar que ésta como tantas otras veces, lo podremos sobrellevar.