Por Nicolás Menna Lambertucci
Hace 40 años, la Junta Militar en funciones de gobierno, encabezada por Leopoldo Fortunato Galtieri, ordenó el desembarco de tropas en las islas Malvinas, usurpadas por Inglaterra desde 1833. Así, un 2 de abril de 1982, Argentina entró en guerra por la soberanía de las Islas.
Estas frases no alcanzan para ilustrar lo que ese conflicto significó para nuestro país, para los que ya no están y para los que quedaron.
Malvinas es una causa común, que ha golpeado a esta Nación en el lugar que más hiere a un pueblo: la pérdida física y espiritual de centenares de soldados argentinos que hoy son el mayor símbolo de esperanza y nacionalidad que este país debe asumir en un acto de permanente responsabilidad y madurez democrática.
La pretensión de soberanía sobre las islas es legítima, pero no debe confundirse esta afirmación, con el uso vil que se hizo de ella, por parte de la cúpula militar.
Intentando ocultar la gravísima situación social, política y económica a la que había conducido al país, buscando adhesión popular para perpetuarse en el poder, sin reparar en el daño irreparable que iba a causar.
En efecto, nuestro país no estaba en condiciones de afrontar una guerra: armas obsoletas y deficientes, sistemas logísticos precarios, falta de preparación y todo ello, en el marco de una geografía inhóspita, bajo el terrible frío austral.
Sin embargo, esto no impidió que nuestros combatientes hayan sido ejemplo de valor y dignidad. Con un desempeño conmovedor, como el caso de los pilotos, volando a ras del agua para no ser detectados por los radares de los buques británicos.
Soldados con frío, con hambre, que padecieron maltratos y vejaciones… peleando por su patria en las condiciones más terribles. ¿Cómo pudo esa Junta Militar, pensar en esconderlos a su regreso? Los héroes se prestigian, no se esconden, no se dejan en soledad.
Malvinas es causa nacional: por los 649 soldados argentinos que murieron en combate; los más de 500 que se quitaron la vida en nuestro suelo; por los ex combatientes, que conviven con las heridas de la guerra, visibles e invisibles, y las familias que perdieron a sus hijos y las que acompañan con amor a los sobrevivientes.
Sí, estamos lejos de Malvinas en la geografía, nos separan miles de kilómetros, pero está cerca de nuestro corazón, de nuestros sueños para el futuro y de nuestros sentimientos hacia estos hombres que son un testimonio vivo de lo mejor que tiene la Argentina.
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