El “Nunca más…” del fiscal Strassera resonó desde los tribunales porteños hasta el último rincón de la Argentina para convertirse en una consigna que nos debiera haber unido para siempre. Nos ha quedado claro a lo largo de nuestra historia que el “para siempre” es una consigna vacía, sin destino, como si todos los días quisiéramos refundar el país cuando amanece, pelearnos toda la tarde, fundirlo a la noche , dejar un tendal de excluidos y refundarlo al día siguiente y así.
Que enseñanza nos dejaron desde aquella Revolución Argentina del integrista católico Juan Carlos Onganía, los 44 años que transcurrieron desde 1973?. Si, no leyó mal. En el medio estuvo el proceso, pero de esos 44 años, el Proceso estuvo sólo siete. Nos dejó la peor grieta-aún abierta, aunque parezca increíble- y los más horrorosos recuerdos de lo que un Estado puede hacer con sus ciudadanos con la suma del poder público.
Un día, ese mismo Estado, ya democrático, tuvo gobernantes (Raúl Alfonsín) que tomaron la decisión de juzgar esos años de violencia y muerte y condenar a sus responsables, pero ese «Nunca más», pasó de consigna de paz y unión a consigna ideológica, aprovechada políticamente por algunos sectores, en particular el kirchnerismo. ¿Pero fue realmente un «Nunca más»?
El Estado argentino, gobernado democráticamente de 1973 a 1976 e ininterrumpidamente desde 1983 a la fecha, nos muestra con cifras y datos duros que con la democracia muchas veces no se come, cada día se educa peor, que los salariazos son promesas de campaña y que las prosperidades “ilusorias” que hemos tenido durante estos años, son facturas que pagamos todos mientras los que las provocaron están pensando en el próximo turno electoral.
En 1974 teníamos un 8% de pobreza según los datos que en aquella época suministraba la Encuesta permanente de Hogares. En 2017, estamos en el 29%, índice que bajó del 32% del año pasado. ¿Qué hizo la democracia durante todos estos años?
El Estado argentino y los gobernantes que lo administran han violado sistemáticamente los derechos humanos básicos de muchísimos argentinos, que después de 44 años o 34 si prefiere leerlo así, tienen una vida absolutamente precarizada, sobreviviendo en la marginalidad, sin educación, cloacas, agua corriente, viviendas de chapa y cartón, sin dignidad y lo que es más dramático es que el pasado les enseña el futuro, porque más allá de algún ciclo fantasiosamente construido -sin bases sólidas ni nada que los ayude a salir de su estado-, descubren día a día que no tienen perspectivas, ni ellos, ni los hijos que crían como pueden.
La democracia argentina, que tanto nos ha costado consolidar y la que los mismos dirigentes políticos se encargan periódicamente de agredir, nos ha dejado como dato atroz, que no pudo nunca encontrarle el destino a millones de compatriotas. La democracia argentina parece ser una campaña de elecciones permanentes, con espacios cortos donde los gobiernos se ocupan de gobernar y no de emitir consignas.
La democracia argentina ha logrado consolidarse al punto que nunca más serán posibles los golpes cívicos-militares del pasado-, pero año tras año, gobierno tras gobierno, populismo o liberalismo, radicales o peronistas, coaliciones que quieren cambiar o aquellas que quieren que nada cambie, tampoco han podido mostrarle a los millones de argentinos el camino de la prosperidad, ese que tan sueltos de cuerpo muestran en sus campañas.
La marginalidad del Conurbano bonaerense, Chaco, Formosa y tantos otros lugares, nos muestran la sistemática violación de la dignidad. La democracia argentina debe hacerse responsable y de una vez por todas hacerse cargo. Pobreza cero es una consigna utópica, pero sería un buen comienzo poder decirles a todos “Nunca más los dejaremos solos y sin oportunidades. Nunca más los dejaremos sin futuro. Nunca más». Que no sea sólo una consigna. Que sea una política de Estado.