-Por Vicente Luis Cuñado
En su esencia el tango es un canto dramático alejado del humor y es por eso que no le fue nada bien al mensaje tanguero cuando se refugió en la frivolidad y el humor.
Uno de los primeros en advertir lo que afirmamos fue el propio Discépolo en su ciclo radial de 1937 “Así nacieron mis canciones” que se difundió por Radio Belgrano en la que el poeta escribía y leía los textos.
Confesaba allí el fracaso de sus obras pasatistas como “Justo el 31” y “Victoria” al afirmar “En arte lo cómico nunca va muy lejos. Y es que al pueblo no le gustan los chistosos profesionales”. Los dos tangos mencionados vieron la luz 1930 mientras en la otra orilla del Plata un grupo de discretos letristas y músicos montevideanos la emprenden con la tarea de escribir tangos superficiales y que despierten las sonrisas.
El grupo se denomina “Los atenienses” y lo integraban el músico Juan Antonio Collazo y los letristas Victor Soliño y Roberto Fontaina. Surgen de esa producción compartida “Maula” “Mocosita” y los festivos “Niño bien y “Garufa”.
Nos detendremos en este último porque fue el que más éxito tuvo y al poco tiempo ya se interpretaba en los escenarios de Buenos Aires. Garufa era un curioso personaje casi ridículo que era capaz de bailarse la Marsellesa, la Marcha de Garibaldi y el Trovador y que remataba las farras con un café con leche y una ensaimada, que llegaba a las milongas en cuanto empiezan y era para las minas un vareador.
Vivía en el barrio La Mondiola, de donde era el más rana y su vieja decía que era un “bandido” porque lo habían visto por la calle San José. Esta era una calle de pleno centro montevideano donde estaba la noche concentrada en lugares nocturnos de distracción, principalmente cabarets.
Temiendo que no se entendiera en Buenos Aires el significado de que lo hubieran visto la otra noche en la arteria farrista montevideana, se cambió para consumo argentino por el que lo habían visto a Garufa en el Parque Japonés, que era un recreo porteño ubicado en la zona de Retiro. Y así lo cantaron argentinos y uruguayos como Alberto Vila que a la postre fue el primero en grabarlo en 1928.
No se cambió lo del barrio La Mondiola que por supuesto no integra la lista de los cien barrios porteños a los que cantaba Alberto Castillo sino que era una barriada humilde cercana a la playa de Pocitos en la capital uruguaya. En este milenio ya no existen ni el parque Japonés ni las farras corridas de la calle San José en pleno corazón de la capital uruguaya.
En la actualidad es una arteria muy comercial con modernas galerías y negocios cercanos a la Plaza Independencia. De aquellos tiempos de Garufa solo queda un bar donde empieza la calle San José, cercano al Teatro Solís, que se llama “Tasende” y al que visité en febrero de 2010, encontrándome con la misma fisonomía de aquellos lejanos tiempos en que Garufa remataba las noches con su ensaimada y el café con leche.
Querido lector, si visita la hermosa ciudad de Montevideo no deje de concurrir a las viejas mesas del Tasende donde cerca del mediodía sirven su especialidad, “la pizza al tacho”, exquisita y exclusiva de la casa . Es una pizza “de” queso y no simplemente “con” queso.
La masa se prepara en tachos y hornos a la vista. Hace un tiempo le escuché decir a Marcelo Longobardi que no se puede afirmar que uno estuvo en Madrid si no comió los huevos estrellados en lo de Lucio y yo agrego que no se puede decir que uno estuvo en la ciudad de Montevideo, cuna de los gloriosos Peñarol y Nacional, si no probó una pizza al tacho en el Bar Tasende de la querida calle San José.
Como decía Discepolín “fiera venganza la del tiempo“ porque ahora usted puede enterarse lo que es el Bar Tasende , la pizza al tacho , lo de Lucio y los huevos estrellados por internet y sin moverse de su casa. Claro que una cosa es enterarse lo que son las pizzas al tacho o los huevos estrellados, y otra cosa es comerlos, y para eso ni internet le soluciona el problema. Tendrá necesariamente que viajar o se quedará con las ganas .