viernes 03 de mayo del 2024

Creer o reventar

El revoleo de los bolsos llenos de divisas extranjeras frente a un convento por parte del ex funcionario José López debería haber asestado un golpe terminal a los fanáticos, sectarios y adoradores de las teorías de las conspiraciones y las negaciones. Después de haber visto tamaña estulticia quedan pocos argumentos para amortiguar el mazazo que significan las falsas monjas al lado de una ametralladora y ayudando a ocultar la parva de dólares que las rodeaban.

En el reportaje recontra superligth que le efectuó el periodista Luis Novaresio a CFK, interrogada ésta sobre el particular contestó que en ese momento llegó a odiarlo a López. Escueto,simple y contundente. Fue tan evidente lo que mostraron las cámaras que era inútil esgrimir defensas al respecto. Hábilmente CFK metió un pucherito en el medio que sonó tan impostado como el que utilizó la diputada Rodenas para relatar un aborto seguido de muerte que había acontecido su magisterio judicial y que como comprobara de forme contundente el periodista local Hernan Funes se descubrió que era totalmente falso.

Es dura la vida de los fanáticos, los que están dispuestos a negar todo así se les venga el cielo abajo. Al destaparse la olla que en la actualidad está cubriendo de lodo mezclado con estiércol a un sin fin de exfuncionarios y empresarios, surge la secta negacionista atribuyendo todo a que son tácticas destinadas a tapar la realidad. Todo el ardit consiste en ver siempre tácticas conspirativas: los cuadernos Gloria se utilizarían para tapar el acuerdo con el FMI. Y si no alcanza, se utilizan para tapar la inflación o lo imparable del tipo de cambios. Como si estas cuestiones pudieran taparse inventando cuadernos minuciosos y testimonos concordantes.

Todo me recuerda la parábola evangélica sobre la incredulidad del apóstol Tomás, denominado “El Gemelo”. Narra San Juan un acontecimiento que no aparece en los otros tres Evangelios anteriores (Mateos, Marcos y Lucas). Brevitatis causa recordemos que Juan señala que al resucitar Jesús, ni bien sale del santo sepulcro se dirige al encuentro de sus apóstoles. quienes sorprendidos por la presencia aclaman al maestro. Falta uno, Tomás, que está ausente. Solo son diez ya que el duodécimo, Judas, se ha ahorcado abrumado por la traición cometida al vender al Maestro. Cuando llega Tomás muestra su escepticismo y dice que no creerá en la resurrección hasta que no vea las manos y los costados por donde pasaron lanzas y clavos. Al presentarse Jesús al cabo de ocho días ante todos ellos lo invitó a Tomás a tocar su cuerpo lacerado rematando la escena con un sentencioso aserto: «¿Crees porque me has visto? ¡Dichosos los que creen sin haber visto!”

Inmersos en un mundo lleno de fanáticos e incrédulos oigo a nuestros vernáculos negacionistas adjudicar la corrupción a mansalva a tácticas distraccionistas del Gato Macri. Ante la férrea y pétrea defensa bien podría afirmarse: ¡Dichosos los que creen que nos han robado medio país sin necesidad de ver los bolsos revoleados por un raterito en un falso convento poblado por falsas monjas!

El fanatismo de los sectarios alcanza a diversos fenómenos de la realidad nacional («la única verdad es la realidad», diría el General). Tomemos por caso lo ocurrido ante el fallido intento de transformar la desaparición del artesano Santiago Maldonado en una causa nacional de avasallamiento de derechos humanos. Ante la irrefutable decisión de todos los peritos judiciales que demostraron que el cadáver de Maldonado apareció sin mácula, castigo o torturas, no faltan los que no creen en pericias afirmando que ese cuerpo fue plantado para tapar las atrocidades cometidas contra Maldonado. Ni Florencia Kirchner pudo sustraerse a semejante desvarío y se sumó a la fila de fanáticos filmando una película que pone en duda todo lo ya comprobado judicialmente de manera irrefutable e inequívoca. En esta carrera por ganar el campeonato mundial de la corrupción bajo el amparo de una secta de fanáticos e incrédulos, surgen expresiones siempre convergentes a justificar lo injustificable, bastando a tales fines escuchar cualquier expresión de Hebe de Bonafini, Estela de Carlotto, Víctor Hugo Morales o Luis D’Elía. Quizás ni Tomás “El Gemelo” se habría atrevido a tanto.

Cambia, todo cambia. En los años sesenta cuando estudiábamos Derecho Penal, el delito de corrupción estaba referido exclusivamente a un ilícito con connotaciones sexuales, siendo la expresión mas difundida la de “corrupción de menores”. Tampoco estudiábamos “dolo eventual”, “arrepentidos”, “extinción de dominio”, o “cosa juzgada irrita” entre tantas figuras novedosas que exhibe el derecho moderno positivo argentino. Si miramos nuestro pasado no solamente con un criterio académico, estoy seguro que el lector coincidirá con nosotros en afirmar que no existen antecedentes en toda la historia argentina de la existencia de tantos sectarios y negacionistas que justifiquen los robos y los actos de corrupción sin importarles la contundencia del bizarro tiro de bolsos al convento.

Nos dicen que hay un núcleo duro que no se convence de nada ni aún con los bolsos ni con los cuadernos. Lo que no sería tan grave como convencernos todos de que a ese núcleo duro ni le importa el robo ni las investigaciones de Comodoro Py. Creo pertenecer a una masa importante de la población, identificada como los ciudadanos “de a pie”, que creemos que la inflación, el déficit fiscal y la recesión sólo pueden vencerse en un marco de transparencia y donde los que robaron vayan presos. Si se recupera lo robado, mejor. Pero nos conformamos con que terminen presos.