14°
miercoles 24 de abril del 2024

Comunicación domesticada. Cuándo la cuarentena mata nuestras narrativas más salvajes

Por Lisandro Bregant.

Twitter @lisandrobregant

Los trenes matan a los autos. Me acuerdo de ese cuento de Fontanarrosa. Trenes argentinos interceptando camiones que transportan autos cero kilómetro de camino a las concesionarias. Las cuarentenas matan a las narrativas. El encierro domestica a los que tienen el oficio de contar. ¿cómo recuperamos el lado más salvaje y auténtico del contar historias?

Comunicadores que hacen subir elefantes arriba de una silla

Rosario está separada de Entre Ríos por el río Paraná y unida – en estos días – por un muro de humo producto de quema de pastizales entrerrianos. Entre Ríos quema campos y Rosario respira cenizas. ¿Y los comunicadores? comienzan hablando del fuego, del campo, del humo, del fuego, del campo, del humo, de los focos de fuego, de los dueños de los campos, del humo irrespirable. La repetición. Una comunicación domesticada repite. Porque funciona. El comunicador promedio al tener lectores no frena, sigue alimentando ese circuito de manera compulsiva. Como si parase un elefante arriba de una silla para recibir los aplausos recurrentes de una platea. Adictos a la reacción domestican las historias para gustar y no mucho más.

Cuando el dedo señala un incendio, las narrativas salvajes preguntan por los pulmones

Hay un proverbio chino que retrata a un sabio, un dedo, un tonto y una luna. Seguro lo recuerdan. “El sabio señala la luna y el tonto mira el dedo” dice. Las narrativas domesticadas por cuarentenas de encierros físicos, emocionales, económicos y vocacionales hacen que el comunicador reitere ese ciclo de fuego-campo-humo-fuego y no se pregunte con olfato despierto quién está respirando ceniza en medio de la enfermedad respiratoria más importante de nuestros tiempos. Esa es la mirada salvaje, la que no se captura con los fueguitos y sigue el rastro explorando hacia dónde se dirige la historia.

Salir de las pantallas es el camino

Salir de las pantallas. Pensar fuera de los celulares, notebooks y notificaciones. Las pantallas son artefactos diseñados para mostrarnos personas, ideas, imágenes afines a nuestra manera de ver las cosas. Los algoritmos – se define así a la programación que decide qué nos muestra y qué no en una red social – hace esa edición por nosotros. Nos oculta lo diverso y nos acerca lo familiar. No hay ejercicio de empatía posible. Multipliquen eso por horas de celular. Multipliquen eso por días de cuarentena. Es el cultivo perfecto para una comunicación repetitiva, plana y domesticada. 

¿Quién podrá defendernos? El narrador.  El que comunica contando historias no para el aplauso sino para astillarnos las creencias que nos limitan. El narrador que tiene una vocación suficiente para escuchar a su comunidad y ayudarla a progresar y no a plantarles distracciones.

¿Sos comunicador? Te propongo que te conviertas en narrador. Dejá de leer, apagá este espejo negro del que estás leyendo y ponete a escuchar a tu comunidad. Podés empezar con tus vecinos. ¿Alguien nació en tu cuadra?

L.B