Por Andrés Cánepa
Se extiende la cuarentena hasta el 7 de junio por decisión del Gobierno nacional y es algo que se va a seguir repitiendo. Antes de esa nueva fecha límite, escucharemos un nuevo discurso del Presidente Alberto Fernández que correrá la línea de meta otra vez. Lo cierto es que ante la gravedad del avance del virus en Ciudad Autónoma de Buenos Aires y el conurbano se ha tornado una conferencia obsoleta para el resto de las 23 provincias.
El primer mandatario pidió paciencia a los ansiosos, y a los que tienen “otros intereses”. Y sacó el “angustiómetro” y puso por encima del encierro y el tiempo que llevamos sin ver a nuestros seres queridos, amigos, sin trabajar o sin hacer ejercicio a la capacidad de protección que ha tenido el Estado en todo este tiempo de pandemia por el COVID-19 en Argentina.
“Angustiante es enfermarse, y que el Estado no te cuide”, sentenció un crispado Fernández ante una pregunta que no le agradó. Es indignante que nos digan qué tenemos que sentir, tal vez, ante el enojo de ver cómo se desvanece ya la idea de quedarnos adentro en todo el país sin tener una circulación del virus más allá de la zona en donde trabaja el poder central y algunas localidades muy puntuales.
De todos modos, no podemos dejar de felicitar a la gestión de los tres niveles del Estado en esta época de crisis. Tanto Alberto Fernández, como Omar Perotti y Pablo Javkin han demostrado estar a la altura y los número sanitarios los avalan. Estamos por debajo de la media de la mayoría de Latinoamérica, nuevo epicentro de la pandemia, a excepción de Uruguay, que ostenta tan solo 3 millones de habitantes, y el Paraguay. Pero pudimos aplanar la tan bendita curva de la que hablamos desde el mes de marzo.
Y tuvimos tiempo de comprar suministros, aumentar las camas, preparar a nuestros profesionales, desarrollar kits de detección rápida y multiplicar los laboratorios de análisis del COVID-19 por todo el país. Y también logramos que miles de compatriotas salven su vida durante todo este período de tiempo. Ahora bien, es tal vez el peor momento económico en dos décadas y esto no se puede dejar de lado tampoco.
Seis de cada diez PYMEs están en riesgo de extinción, no pueden afrontar sus pagos y no alcanzaron los créditos subsidiados ni los ATP para pagar la mitad del salario. Las ventas, como si fuera poco, han estado en el sector comercial en un 20% de lo habitual a pesar de los esfuerzos del comercio on line y la reapertura a partir de la llegada de la Fase 4.
Es saludable que se centren en lo sanitario y que se priorice la vida por sobre la economía. Pero lo cierto es que también hay vidas en riesgo ante la pobreza y la desocupación que crecen de manera exponencial, no solo en Argentina sino en todo el mundo. Habrá que estar preparados para un nuevo orden mundial, tal vez como en aquel mediados de S XX en donde Argentina pudo desarrollarse a partir de sus capitales naturales en un mundo demandando alimentos.
Pero la paciencia de la ciudadanía tiene un límite, y no hay pandemia que frene al hambre. No hay forma de convencer a una persona que no tiene para llenar la olla que se tiene que quedar en su casa ante un enemigo invisible, porque el enemigo para ese señor o esa señora es la cara de tristeza de su hijo cuando le pide comida y no tienen qué responderle.
Ojalá se siga por el camino del cuidado de las personas y que se tomen los recaudos necesarios para que la rueda vuelva a girar. Es importante que todos estemos atentos a las necesidades del prójimo y que prime la solidaridad. Y que desde la Casa Rosada empiecen a pensar un poco más en los 24 distritos y no solo en el AMBA. Como dijo Calamaro, «Clonazepan y circo». O paciencia y conferencias. De esto salimos todos juntos, nadie se salva solo. Eso también lo aprendimos durante esta pandemia.
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