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sábado 27 de abril del 2024

Chips de limón y chips sexuales

Desde pequeña me gustó cocinar, aprendizaje vicario u observacional, es evidente que he desarrollado la gastronomía como una de las formas del arte de amar. Una de las primeras recetas que mis comensales reconocieron con deleite, fue la de una torta de limón. Aun en día la hago, es la favorita de mis hijas, y lleva obviamente ralladura y jugo de limón.

Hace varios años atrás, deambulando por las góndolas de un hipermercado, encontramos una torta “de cajita” con “chips” de limón. La compramos, la preparamos, la degustamos, era bastante parecida a la casera, la adoptamos un rato. Luego se dejó de fabricar por alguna razón, y un día volvimos a la vieja y querida receta (aun en la misma hoja toda sucia como, nobleza obliga, toda hoja de recetas caseras que se precie de serlo debe estar). Fue un redescubrimiento, una fiesta para los sentidos, y una toma de conciencia de que tal vez demorar unos minutos más en prepararla, valía la pena.

En esta sociedad tecnificada (a veces para mejor y otras no tanto), la industria no sólo genera tortas de cajita con chips de limón en lugar de ralladura y esencia artificial en lugar del jugo, sino que también en el universo de la medicina, se intenta emular la fisiología del organismo humano (a veces para mejor y otras no tanto) para reestablecer artificialmente los valores hormonales por ejemplo, que el paso del tiempo haya ido desgastando.

El envejecimiento es un proceso universal e ineludible, que implica, llegadas ciertas etapas adultas de la vida, una paulatina y progresiva declinación de funciones con los concomitantes cambios que eso implica. Las hormonas sexuales, no están excluidas de esas modificaciones.

La medicina anti ageing, o debo decir, la cultura anti ageing, que engloba todo intento de prevenir o limitar el envejecimiento, o la evidencia de sus signos; desarrolla sustancias, tratamientos y estrategias de todo tipo permanentemente. Sin realizar ningún juicio de valor al respecto, es preciso al menos contemplar que existe la posibilidad también de aceptar lo inexorable, y desde esa aceptación disfrutar relajadamente de los cambios, acompañarlos.

En estos días circuló por las redes la noticia de los llamados chips sexuales, implantes subdérmicos del tamaño de un grano de arroz que liberan testosterona “natural” (de origen vegetal) pero “artificial” para el cuerpo humano, en el afán de restituir el deseo, el vigor, la potencia, y el juvenil desempeño sexual junto con otra serie de supuestos beneficios para el estado de ánimo, la piel, el cerebro, el corazón, etc. etc. etc. porque claro, indudablemente en la complejidad psico neuro endócrino inmunológica del ser humano, las hormonas en general y las sexuales en particular, tienen un gran papel.

Al no encontrar información en bases de datos científicas, me puse en contacto con médicos de distintas especialidades con los que trabajo cotidianamente, les he preguntado sobre esta nueva panacea del placer sexual, y no sólo relativizaron sus efectos (mi psicóloga interior se pregunta si cuando funciona ¿será que opera algo del orden de la sugestión?), sino que me comentan que en muchos casos estaría contraindicado. Otra cosa son las terapias de reemplazo hormonal con testosterona, en su forma correcta de implementación, cuando corresponde a criterio médico y bajo su indicación y control.

Los chips como intento de sustituir la propia secreción hormonal menguada, apuestan a desdibujar las modificaciones fisiológicas asociadas a la edad o al paso del tiempo, y parten de presuponer un rol, desde mi punto de vista, sobrevalorado a las hormonas.

El deseo sexual humano, que se experimenta como interés, pensamientos espontáneos o fantasías sexuales, así como la receptividad a la iniciativa de otra persona para participar de una actividad sexual, está atravesado por cuestiones subjetivas, emocionales, cognitivas, sociales y culturales que van mucho más allá de la biología, aun sin excluirla.

Los cambios fisiológicos existen, sí, pero personalmente creo que lo ideal es la aceptación de las modificaciones tanto en el esquema corporal como en el funcionamiento, en general y particularmente en lo sexual. Aceptación que nos permite hacer los ajustes necesarios para seguir disfrutando, de otra manera, a otro ritmo, transformándonos sin perder la mismidad inalterable que nos hace ser quien somos, pero sin exigirnos ser o vivir en una eterna juventud.