La creación de la Superliga no sólo trajo aparejada la vuelta del fútbol codificado. Ahora, además de tener que pagar por un servicio que no demostró los avances tecnológicos y el salto de calidad que se prometieron, también hay que soportar transmisiones porteñas con periodistas desinformados y partidarios.
No se trata de una caza de brujas o del famoso «periodismo de periodistas». El trasfondo de la crítica no pasa por rispideces personales o intereses ocultos. No se busca ofender ni desprestigiar el trabajo de nadie, sino tan solo graficar por qué lo que están haciendo atenta muchas veces contra el espectáculo en sí que tratan de vender.
FOX y TNT licitaron y se quedaron, millones mediantes, con los derechos del fútbol argentino. Ambas plataformas se reparten los partidos, deciden la grilla de los mismos, designan periodistas y transmiten. La gran mayoría de los comunicadores se preparan, estudian, cumplen a la perfección con sus tareas y logran el objetivo buscado. Son los más, son los que muchas veces el espectador desconoce cómo se llaman o dónde trabajan.
Sin embargo, los de mayor renombre, los que buscan destacarse y figurar por arriba de la media, terminan «opacando» al resto y manchan con sus egos e incapacidades el trabajo de todos. Ahí está el eje de la polémica y ahí es donde hay que empezar a buscar los por qué.
¿Es necesario que el relator de turno exprese cada 3 minutos su admiración por un DT o jugador, desconozca la procedencia de la mayoría de los protagonistas, no tenga ni la más mínima idea sobre el estilo de juego de los equipos, repita chistes internos y quiera destacarse más que el partido en sí? ¿Por qué el periodista del campo de juego no conoce a los 18 jugadores del equipo que tiene que cubrir? ¿Tan difícil es, si vas a transmitir un partido por TV para toda la Argentina, saber por lo menos la edad, el puesto y la procedencia de cada jugador?
En Vélez – Central, todas estas situaciones (y muchas más) sucedieron. Un partido atractivo, intenso, con cuatro goles y trámite cambiante fue manchado por el ego y la desinformación de quienes tan solo debían transmitir algo que la gran mayoría ya estaba viendo. Ya ni siquiera se espera un análisis profundo o una explicación racional de lo que está pasando en el campo de juego, alcanza con mucho menos.
Hacen gala de su desinformación, naturalizan el error y no se inmutan con las burradas que dicen al aire para que escuche todo el país. No se critican las expresiones subjetivas, la lectura del partido, el análisis de una jugada polémica o la opinión vertida sobre uno u otro deportista. Sino que lo que exaspera y transforma los partidos en verdaderas torturas es la desinformación y las burdas operaciones que ya ni siquiera se disimulan.
Al momento de comunicar o transmitir un mensaje, se convive permanentemente con el error o la equivocación. Nadie esta exento de un furcio o ser presa de los nervios. Eso no esta en tela de juicio. Lo que sucede, cada vez con más fuerza y ya sin los tibios intentos de maquillarlo, es el desinterés total y la falta de respeto hacia los televidentes.
Vignolo, Pons, Benedetto (quien ya fue materia de análisis en una gran nota de la Revista Un Caño luego del papelón internacional en Flamengo – River) son algunos de los responsables del mute al momento de ver un partido por TV. Son los menos, un porcentaje considerablemente bajo en comparación al resto, pero así y todo son los que ostentan mayor pantalla y los encargados de transmitir los partidos destacados.
Durante la semana, la tarea de estos periodistas es mucho más burda aún, ya que toda la atención está depositada en Boca y River, ni se inmutan por lo que pasa fuera de Capital Federal, operan, hacen lobby por el poder de turno y se repiten en gritos y discusiones sin sentido que nada tienen que ver con el fútbol. Sin embargo, existen una gran cantidad de medios (tradicionales o alternativos) para informarse y entretenerse.
Lo complicado llega el fin de semana, el momento más importante, ya que ahí no hay otra opción más que soportarlos, caer en el silencio o sino tratar de sincronizar una radio que evite el desfasaje entre sonido e imagen. Son la única alternativa, los encargados de emitir un mensaje que llega a todo el país y no lo aprovechan. Están desinformados, mienten, tergiversan, naturalizan el error constante, viven de chicanas y chistes internos, son egocéntricos, soberbios, vanidosos y hacen de las transmisiones televisivas un verdadero suplicio.