Se cumplen 11 años de que Roberto Fontanarrosa pasó a la inmortalidad. Los días como hoy sirven como una excusa perfecta para recordarlo, aunque casi siempre se recuerda. Paso por la biblioteca de mi casa y veo la fila de libros del Negro, o cruzo caminando por la esquina de El Cairo, o leo a otro autor que suele tener escondida su impronta, y me doy cuenta que está ahí. Está en cada lugarcito de la ciudad, su ciudad, aunque no nos demos cuenta.
Casualmente hoy, me pasó algo muy particular. Charlando con Ricardo Centurión, uno de los integrantes de la mítica y siempre bien preponderada «Mesa de los Galanes», como quien quiere la cosa, me contó lo que para él es una anécdota más, pero quizá para mi o cualquier lector de la literatura latinoamericana podría haber sido un sueño.
La historia comienza así: “Una noche, estábamos comiendo con el Negro y Eduardo Galeano…” . Creo que con el comienzo ya dije todo. Y quizás te sorprendas cuando escuches lo que el escritor uruguayo dijo sobre el rosarino. Parece sólo una anécdota, entre tantas, pero pinta por completo la grandeza de uno de los nuestros que el mundo ya se hizo suyo.