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jueves 28 de marzo del 2024

Tango que me hiciste mal y sin embargo quiero

Desde mi niñez soy un devoto apasionado del cine nacional. Disfruté de las películas dirigidas en la época dorada por Lucas Demare, Luis César Amadori,  Mario Sofficci y Hugo del Carril entre tantos. En lo que respecta a los personajes masculinos, me quedo con dos de la película “El secreto de sus ojos” de Juan José Campanella: el magnífico borrachín de Pablo Sandoval, que hace un insuperable Guillermo Francella, y el del juez Juan Fortuna Lacalle, que interpreta el actor rosarino Mario Alarcón en una descollante actuación, que me llevó a aprender de memoria los diálogos donde increpa en su despacho a un Ricardo Darín atribulado y sin respuestas.

El párrafo que antecede me parece indispensable para destacar que no tengo ninguna animadversión hacia Mario Alarcón, muy por el contrario. Tenía referencias muy directas de los que lo conocieron en barrio Azcuénaga cuando pateaba las calles del oeste rosarino como cualquier hijo de vecino. Toda esa imagen positiva se me vino abajo de un plumazo cuando leí el desprecio con que Alarcón se refería al tango y a los tangueros en un reportaje que publica el diario Clarín en la página 22 de su suplemento “Spot” del 22 de julio de 2018.

Con un desparpajo digno de mejor causa, se carga al tango Mario Alarcón con diatribas tales como: «Antes tenía la cosa taciturna del tanguero, la cosa melancólica de llorar todo el tiempo (sic)». Y remata con una fúnebre sentencia: “Entendí que con la melancolía tanguera no se llega a ningún lado” (sic). Lo primero que hice es preguntarme adónde llegó el artista rosarino al desayunarse de que con el tango  no iba a ir a ninguna parte. Ignoro adonde llegó. Espero que sea a buen puerto y deje el injusto anonimato en que se encuentra inmerso y sumergido para gran parte del pueblo argentino.

No es que yo quiera copar la banca, pero salgo a contestar a quien se transforma en un vehículo difusor de esa perniciosa muletilla que pretende estigmatizar al tango y a los tangueros. Es imprescindible hacerlo, ya que desnuda en el fondo la confesión de un tipo que reconoce haber vivido la mayor parte de su vida equivocado. Oid mortales argentinos esta prédica que incita a no conmoverse por el tango llorón y enfocar la mira hacia otros segmentos musicales argentinos. Quizás el cuarteto cordobés con la Mona Giménez y Rodrigo incluído . Quizás el entorno de sus coprovincianos “Los Palmeras”, adoradores del “Bombón asesino”. O tal vez la liviandad de Palito Ortega en “La felicidad” tan cercano con la profundidad de Sandro al abordar “Ese es mi amigo el puma” (dueño del corazón de todas las mujeres que sueñan con su amor). A lo mejor lo tienta la intelectualidad de los rockeros que idolatran al Flaco Spinetta o a Cerati , o los hispanos Serrat, Sabina o Victor Manuel. Evidentemente el hombre logró despegarse del pesado lastre tanguero que para su desgracia lo volvían melancólico y taciturno conforme le confesó a Clarín .

Quiero perdonar a Alarcón que mezcla en su saco de cosas a desterrar tanto al tango instrumental como al tango canción. Estoy seguro que por lo único que se conoce a la música argentina y así la interpretan las filarmónicas mas prestigiosas del orbe, es por “Adios Nonino”, “Libertango” u “Oblivion”, entre otras genialidades creadas por Astor Piazzolla, quien seguramente para el exbarrio Azcuénaga sería un bandoneonista triste, taciturno, melancólico y fatal . No tengo dudas que Alarcón confunde el estado patológico de los melancólicos con el nostalgioso de los tangueros y en general del tango. Vendríamos a integrar en realidad una secta identificada con Jorge Manrique, que en el siglo XV escribía, en una insuperable muestra de la lírica cortesana en las coplas a la muerte de su padre, aquello de que “como a nuestro parescer cualquiera tiempo passado fue mejor”. Todos los tangueros, a quienes me tomo el atrevimiento de representar, tenemos como faro rector ese verso conmovedor de Homero Manzi en “Sur” cuando dice “nostalgias de las cosas que han pasado”.

Olvida Alarcón, en su prédica de desafiliación al tango llorón, la nostalgia evocatica del Celedonio Flores del “Corrientes y Esmeralda” o “El bulin de la calle Ayacucho”, el Alfredo Le Pera de “Golondrinas”, el Cátulo Castillo de “Café de los Angelitos” o “Tinta roja”, el Enrique Cadícamo de “El cantor de Buenos Aires” o “Anclao en París”, el Francisco García Giménez de “Barrio Pobre” o “Malvón», el Enrique Santos Discépolo de “Cafetín de Buenos Aires” y paremos aquí con otros cien ejemplos que sirven para demostrar que “Sur” no es la excepción. Los tangueros vivimos con el espíritu aferrado a nuestra juventud, como el protagonista de “Cristal” y amarrados al recuerdo seguimos esperando, como el de “Niebla del riachuelo”.

Es probable que muchos envidien a Mario Alarcón por haber logrado desembarazarse de esa mochila pesada que soportamos los tangueros. Pienso que el actor de barrio Azcuénaga ni querrá acordarse de los bellos tiempos de su niñez en que concurría con el guardapolvo blanco a la escuelita 120 de calle Mendoza al 5300. Si alguna vez decide volver a la nostalgia tanguera le recomiendo dos horas completas con Homero Manzi, José María Contursi, Osvaldo Pugliese o Aníbal Troilo. A lo mejor hasta llega a coincidir con Manrique en eso de que “todo tiempo passado fue mejor”.