Es sábado a la noche, una pareja de mediana edad se encuentra con otra pareja en un bar de la ciudad para compartir unos tragos. Esta escena no llamaría la atención a ningún observador. La trama cambia totalmente si se devela la precuela en la cual, unas semanas atrás, esas personas se contactaron por primera vez a través de un portal web en su mutua búsqueda de otra pareja con la cual compartir una experiencia swinger. En ese bar, tal como lo harían dos personas solas que intentan conocerse, pactaron una cita a ciegas.
Las nuevas tecnologías de la información y la comunicación ofrecen un sofisticado sistema de búsquedas cuyos algoritmos fluyen eficazmente para conectar a las personas indicadas. Se pueden intercambiar fotos, y hasta videoconferencias en tiempo real que amenizan el proceso. Pero nada de eso es suficiente para el dictamen final que sólo puede llevarse a cabo frente a frente, en la insustituible dimensión presencial en la que se activan los sensores de la “piel”, el “feeling”, la “química” y todos esos indicadores absolutamente subjetivos que experimentamos cuando el otro está de cuerpo presente ante nosotros.
Pero aquí son cuatro (o más) las personas que activan sus sensores, cuatro que ponen en juego sus deseos, sus ansias de excitación, no sólo sexual sino psíquica, despabilada por el factor novedoso que las arranca de la rutina y despierta todos los sentidos y la imaginación.
Si continuamos en retrospectiva, previo a la búsqueda por Internet (que antes de su existencia se hacía por medio de revistas de contactos o programas radiales), tuvo que existir una decisión, consensuada por ambos integrantes de la pareja. A esa decisión se llega, en el mejor de los casos, luego de compartir fantasías, deseos y expectativas en un marco de muchísima confianza entre los miembros de la pareja. Es por eso que suelen ser parejas muy bien constituidas las que exploran estas prácticas. La confianza es un elemento vital para el pasaje de la fantasía a la realidad, salto al que no todas las personas están preparadas para dar. También debe existir una filosofía de vida, un modo de concebir las relaciones, el amor y el sexo, en donde los cuerpos se desprendan de la posesiva noción de propiedad privada.
Volvamos al bar. Conversaron, se observaron, explicitaron sus deseos, sus límites, compartieron experiencias previas si es que alguno las tenía, se tocaron accidentalmente, confesaron sus temores, cruzaron miradas, se rieron, sintieron dudas, pidieron otro trago, intercambiaron miradas de complicidad con la pareja para saber si estaban de acuerdo, por sí o por no…Si finalmente fluye el deseo, parten del bar en búsqueda de un espacio íntimo donde desplegar el erotismo que decidieron vivenciar juntos.
Allí es exactamente donde cabe la propuesta del legislador Sergio Abrevaya quien presentó el proyecto de ley sobre albergues transitorios, a través del cual se busca eliminar la restricción de cantidad de personas en las habitaciones. Ese proyecto permitiría garantizar varios de los Derechos Sexuales, como son el derecho al placer sexual, el derecho a la libre asociación sexual, el derecho a la privacidad, a la igualdad y a la no discriminación por tipo de prácticas u orientación sexual. Hasta el día de hoy, la restricción de ingreso a dos personas excluye de plano toda otra alternativa de encuentro sexual. Las parejas swingers, igual que cualquier otra pareja, a veces no disponen de un espacio adecuado donde desarrollar sus encuentros. Las disposiciones municipales deberían poder contemplar todas las posibilidades de expresión de la sexualidad humana y no establecer restricciones que condicionen la actividad sexual de las personas. Este proyecto se orienta en ese sentido.
La madurez como sociedad nos permite revisar estas cuestiones, que no son nuevas, William Masters y Virginia Johnson, pioneros en el estudio de la respuesta sexual humana desde la década del ’60, ya hacían referencia en alguno de sus textos respecto a las prácticas swingers, particularmente en el libro “El vínculo del placer”[i]. Esta modalidad alternativa de la sexualidad se rige por reglas y códigos implícitos y explícitos que garantizan la seguridad psicofísica de los participantes. En el universo swinger, más que en cualquier otro tipo de encuentro sexual, el NO es NO, y el uso de preservativo es un imperativo innegociable, entre otras reglas del código de ética swinger.
Si bien esta práctica se reconoce como tal desde la década del ´60, existen pocas investigaciones sobre el tema incluso dentro de la sexología. Como expresan algunos autores, el swinger es aún un tema tabú. En una investigación llevada a cabo en Uruguay en 2014[ii], se describe que la práctica swinger es llevada a cabo en su mayoría por parejas heterosexuales de entre 25 y 35 años, y que viven en grandes metrópolis. No obstante otras líneas de investigación periodística registran una mayor actividad swinger en parejas de mediana edad, entre los 40 y 60 años aproximadamente. Todas las investigaciones coinciden en que se trata de personas de clase media-alta, y en general son profesionales calificados.
La investigación de referencia, plantea que las parejas swingers redefinen la noción de fidelidad, alejándose del planteo tradicional que define la fidelidad en base a la exclusividad sexual. En el caso de los swingers, la lealtad al proyecto de vida en común es la clave y la exclusividad se asienta en una dimensión espiritual o sentimental, no sexual. En este punto difiere el estilo swinger de otras formas de vinculación en el espectro del Amor Libre, como es el Poliamor, en el cual los sentimientos no representan un límite y las relaciones se configuran y conciben de un modo totalmente distinto al swinger.
Algunos autores sitúan la práctica swinger como una neosexualidad, en tanto transformaciones de la intimidad que se distancian de los tiempos y espacios tradicionales de acción social. Describen el intercambio swinger en términos de «una interacción social con sentido y propósito (ruptura de la monotonía, modo alternativo de consecución del placer, mantenimiento del vínculo de pareja, control de la infidelidad, etcétera), estructurada en espacios, tiempos, actores y reglas (Augé, 2004)“[iii]
Explorar, vivenciar, desear, son opciones y derechos absolutamente subjetivos. Como siempre digo, en sexualidad humana es imposible generalizar. Lo importante es respetar y respetarse, aceptar lo diverso y aceptarse. Recordemos que mientras no haya padecimiento subjetivo propio o de alguno de los involucrados, y en tanto exista consenso, entre personas adultas, todo es posible en el infinito universo del placer.
[i]Masters, W. & Johnson V. (1995) El vínculo del placer.Ed: Grijalbo Mondadori. ISBN: 84-253-2755-5
[ii]Olivera Bazzi, P. (2014) La práctica swinger en la metrópolis. Seminario de ciudadanía sexual. Universidad de la República Uruguay
[iii] Sexualidad, Salud y Sociedad – Revista Latinoamericana ISSN 1984-6487 / n.10 – abr. 2012 – pp.37-69 / Orejuela, J. et al. / www.sexualidadsaludysociedad.org