Pablo de Marinis tiene 52 años y es profesor de la Universidad de Buenos Aires e investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, CONICET. Se contagió de coronavirus y está hospitalizado desde julio, por lo que no pudo despedirse de sus padres, Marilú y Ernesto, que murieron a causa de la enfermedad. Por ende, en su cuenta de Facebook publicó una emotiva carta en la que pudo expresar todos sus sentimientos y lo que le generaron estas duras pérdidas en medio de la pandemia.
“Las fotos que les mostré con todo detalle de dónde vengo, mis viejitos que acaban de irse (no lo puedo creer todavía). ¿Me dejan que esta parte la cuente más rápido? Es que duele mucho y prefiero que pase así. Les advierto que posteo esto todavía internado, y que llevo ya más de tres semanas acá, dos de ellas en terapia intensiva (…) Pero la verdad es que casi me voy de pista en esta tournee (releo esto y digo: “epa, sí, es cierto, casi me voy de pista, y me estremezco”, comenzó su relato el sociólogo.
Recordando el amor que se tenían sus padres, Pablo escribió: «En cada aniversario del inicio de ese noviazgo (ojo, la fecha era ésa, la de ellos, no la de la rúbrica estatal del casamiento) mi viejo iba a buscar su cajita de bombones y/o su ramo de flores y se lo entregaba discretamente a mi vieja, que siempre los esperó con gran expectativa. Con altibajos, acompañando como todo el mundo las vicisitudes de la sociedad (y sobre todo de la economía) argentina, así vivieron toda su vida juntos, avanzaron y retrocedieron, criaron hijos, les marcaron la cancha pero también supieron aceptar cuando ellos tomaron decisiones que no les parecieron las mejores”.
“Después de una primera internación con una neumonía que se le manifestó bastante rápido (y de la que logró salir una semana después, aunque bastante en llantas), y de unos pocos aunque muy penosos días de dolorosa estancia en su casa (que pude acompañar con todo mi cuerpo y alma, y cuando digo todo es literalmente todo) en los que el pobre no pudo repuntar ni un poquito, vino una segunda internación (ya con COVID-19 confirmado) que se lo llevó puesto en apenas 4 o 5 días, el 23 de julio”, detalló y siguió: “Carecer de un ritual comunitario donde poder abrazar y ser abrazado, a quienes se van y a quienes se quedan, es una de las tristezas más grandes que se pueden tener (así, con esos nulos abrazos, me despedí de mi papá, llorando solo en una habitación en mi casa)”.
La desgarradora carta, continuó de la siguiente manera: “Ojalá que con el tiempo puedan aparecer otros consuelos, porque esto me sabe a bastante poco, fue haberlo podido acompañar hasta el final en su primera internación. Y charlando durante horas, en la clínica, de fútbol (sobre todo de Racing) y de asados, dos de las cosas más importantes que él me transmitió. En cuestiones político-sociales (otra cosa vital para mí) jamás pudimos entendernos demasiado (…) Nos quisimos un montón, y nos lo pudimos demostrar (quizás no tanto decir), y eso es lo que más me importa recordar ahora. Siempre lo recordaré con mucho cariño, y lo mismo mis más viejos amigos (en reuniones con gente de diversas edades, muy canchero siempre, solía arrimarse al sector de los jóvenes, y tenía el chamuyo porteño siempre dispuesto para desatar el inevitable “déjate de joder Ernesto”, en el auditorio)”.
«El hisopado me dio positivo. Evidentemente me había contagiado en aquellos días de tan intenso cuerpo a cuerpo, asistiendo al viejo en su tramo final”, aclara.Con la ilusión de proteger a su mamá, el investigador optó por trasladarla a su casa. “Decidí volver allí a llevar adelante el aislamiento inicial con el que suele empezar cualquier proceso de COVID-19. Tres días después muere Ernesto”. Cinco días más tarde, a Pablo lo deben internar en terapia. “Ya no daba para más un mero seguimiento telefónico para proponerme apenas que tome un paracetamol que ya no servía ni para bajar la alta fiebre ni para detener la insidiosa tos”.
“Primero mi viejo y después yo, nos volvimos protagonistas involuntarios de esa peli de terror global que venimos viviendo desde hace meses. Caños por todos lados. Transfusión de plasma, respirador, médicos y enfermeros y kinesiólogos excepcionales de los que hace unos meses salíamos a aplaudir a los balcones (se ve que ya no merece más aplausos)”, continúa la historia desde la habitación del hospital. Pablo jamás pudo volver a ver a su madre. “Me cuentan quienes pudieron ir a asistir que sus primeros días como viuda fueron de una enorme confusión y de una gran perplejidad para ella. Como que no encajaba en esa identidad de viuda. Con tan estrecho contacto, con mi papá y conmigo, también ella se había contagiado el COVID-19″.
Por otra parte, su hermana Gabriela, que vive en Estados Unidos “logró llegar justo a tiempo a Ezeiza para internar a mi mamá, e hizo un “cuerpo a cuerpo” análogo al que yo había hecho con mi papá unos días antes. «Mi mamá pasa su (primera) internación relativamente fácil. Sale a los pocos días. Pero (esta es mi hipótesis, compartida por mi hermana), después toma una decisión, no sé cuán consciente pero fuerte y determinante: colgar los guantes. No se iba a bancar seguir su vida adelante sin poder estar con el pibe ese que le llevaba los bombones y las flores. De ahí una nueva internación, por deshidratación, por no querer comer nada. Se dejó ir. Paro cardiorrespiratorio”, completa. “A mí me dejó muchas cosas, entre ellas el gusto por los idiomas y por las historias. La voy a extrañar mucho. Ayer a esta hora todavía vivía. Y no lo puedo creer”.
“No quiero dejar de mencionar algo, que no pude “ver” en todos estos días (menos durante el coma inducido que, sinceramente, no sé cuánto duró, por obvias razones, y además tampoco lo averigüé hasta ahora) aunque sí “sentir”: una inmensa e intensa corriente de cariño, de amor, de afecto, desde gente que contactaba con virólogo amigo y pedía consejo hasta quien le llevaba una vianda caliente a María y las chicas, esperando los partes diarios de la clínica que María distribuía con gran generosidad. Estoy viviendo muchas tristezas juntas, y muy densas, pero también la inmensa alegría de saberme y sentirme rodeado de gente que me quiere sin condicionamientos, y que seguirá estando. Mi velorio, por suerte, todavía no fue, pero puedo muy bien representarme cómo será”.
El emotivo adiós a sus padres, lo cierra así: “En apenas 3 semanas, mi hermana y yo nos quedamos huerfanitos. De mi parte, agnóstico radicalizado como lo soy y sigo siendo, tengo un consuelo y una certeza: ellos están juntos, en algún lado donde hay flores y bombones, y donde se los pueden regalar (…). En pocos días más (cuando recupere mi “libertad condicional”) iré a la funeraria a buscar las dos urnas. Y ya veremos con mi hermana que cierre le damos a esto, y cuándo lo haremos. Mis viejos, y todos quienes los quisimos, nos merecemos “duelar” esto con algo más de humanidad. Ya lo haremos, de eso no tengo dudas. En las otras fotos les mostré con todo detalle de dónde vengo, mis viejitos que acaban de irse (no lo puedo creer todavía). En ésta, les muestro dónde estoy, y sobre todo adónde voy. En todas las fotos, se dice quién soy. O quien creo ser, quién sabe. Igual, ya habrá tiempo para averiguarlo. Y me complace saber que muchos de ustedes me acompañarán en esa faena”.
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