Por Bianca Forconi y Franco Masellis
Las temperaturas bajas se hicieron notar en la ciudad. En la puesta del sol, las calles de Rosario quedan parcialmente desiertas de autos, peatones, mascotas. Un lugar donde pasar las noches, una cama con sábanas limpias, nuestra almohada preferida y un té antes de dormir es una rutina frecuente entre la mayoría de las personas, cosas materiales que no notamos tener. Del otro lado de la moneda, en rincones oscuros, bajo la luz únicamente de la luna un sector de la sociedad sufre las consecuencias de la pobreza y la desocupación.
Contra el frío: unas cien personas pasan la noche en refugios
Se estima que son unas cien personas las que viven en la calle y se acercan a los tres refugios que existen en Rosario. El Municipal funciona en Grandoli al 3400 y es donde paran los más jóvenes. La mayoría de las que pasan la noche allí son personas de entre 18 y 30 años que no tienen un techo para bancar las bajas temperaturas. Y las más grandes llegan a eso de los 60 años. Sin embargo, hay más. Basta con acercarse y preguntar para saber que hay más que un techo: hay camas, sábanas, ropas y toallas; un plato de comida caliente; talleres para que pasar la noche sea más que eso.
Rosario Nuestro visitó el refugio y dialogó con los protagonistas de este relato. Organizadores, colaboradores, profesores y huéspedes del albergue dieron su testimonio. Algunos eligieron el anonimato, otros se sentían cómodos frente a la cámara. Aquellos que no querían mostrar su rostro igualmente contaron su historia. Una mesa en el centro del comedor, sobre ella masitas recién horneadas por sus propias manos. En ese momento el tiempo se detuvo, uno a uno comenzó a tomar el micrófono. Contar el por qué está ahí no es fácil. Las manos tiemblan, los ojos se llenan de lágrimas. «Mi familia no sabe que paso mis noches en el refugio, no se los puedo decir. Sería defraudarlos» comentó un inquilino desde el anonimato. «Estar en la calle no se compara con nada, hasta una frazada vale oro», explica otro de ellos mientras muestra la cortadura que tiene en su labio a causa de una disputa. «Son personas, humanos, igual que vos», afirmó el más anciano del lugar.