Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), de los casos diagnosticados de COVID, el 1,2% se corresponde con menores de cuatro años; el 2,5%, con niños entre cuatro y 14 años; y el 9,6%, con los jóvenes de entre 15 y 24 años. Por el contrario, el 64% de infecciones detectadas se han producido en personas de entre 25 y 64 años y algo más del 22% en mayores de esta última edad.
Una de las explicaciones para esta desproporción en la incidencia se encuentra en la respuesta innata del sistema inmune. Con este sistema de defensa se nace y permite proteger al cuerpo de las infecciones. Es la primera línea de respuesta del cuerpo ante un patógeno. “Es posible que en el caso de los niños sea más eficaz y rápida la respuesta”.
La inmunidad infantil
A partir de la primera línea de defensa se genera la inmunidad adquirida, lo que implica la generación de linfocitos de memoria capaces de volver a detectar la infección pasado el tiempo y reactivar los mecanismos de protección. En los mayores, sin embargo, se produce un efecto llamado inmunosenescencia, el deterioro progresivo del sistema con la edad. Esta inmunidad adquirida también es la que genera una vacuna.
Esta es muy importante para evitar la replicación viral inicial”, advierte el investigador del Instituto de Biomedicina de Sevilla (IBiS) y miembro de la Red Española de Investigación en Patología Infecciosa (REIPI).
“Los niños están muy adaptados para responder, y muy bien equipados para hacerlo con nuevos virus -dice Donna Farber, inmunóloga de la Universidad de Columbia en la ciudad de Nueva York-. Incluso cuando están infectados con SARS-CoV-2, es más probable que experimenten una enfermedad leve o asintomática”.
Según un estudio de la Universidad de Columbia en Estados Unidos, el rango etario influiría en la cantidad de anticuerpos que se generan en respuesta a la infección del coronavirus, en donde el sistema inmune de los menores detecta el patógeno y produce una “respuesta inmune realmente rápida y efectiva que lo apaga, antes de que tenga la oportunidad de replicarse hasta el punto de que dé positivo en la prueba de diagnóstico con hisopo”, explicó Melanie Neeland, inmunóloga del Murdoch Children’s Research Institute, Australia.
La rápida y eficaz respuesta del recién estrenado sistema inmune de los pequeños evita la replicación del virus y puede explicar por qué muchos de ellos dan negativo en la prueba PCR.
Un artículo publicado en la revista especializada Nature revela un caso particular que es ejemplo perfecto de lo expuesto: tres niños menores de diez años de la misma familia desarrollaron anticuerpos y dos de ellos experimentaron síntomas leves, pero ninguno dio positivo en la prueba PCR tras 11 tests durante 28 días. Por el contrario, sus padres fueron positivos desde el primer momento.
En lo planteado por la investigación sostienen que los niños producen muy pocos anticuerpos contra una proteína viral que solo es visible para el sistema inmunológico, a diferencia de los adultos. Eso sugiere que en los niños, la infección no se propaga mucho y no mata muchas de sus células.
Los niños también son el principal reservorio de coronavirus estacionales que causan el resfriado común. Algunos investigadores han sugerido que los anticuerpos para estos coronavirus podrían conferir cierta protección contra el SARS-CoV-2, pero la evidencia es mixta. Mientras tanto, hay pruebas de que cuando los niños están expuestos al virus, reciben una dosis menor que los adultos, porque sus narices contienen menos receptores ACE2, que son los que el virus usa para acceder a las células. Esto también podría explicar por qué COVID-19 es menos frecuente en niños que en adultos, dicen los investigadores de la Universidad de Columbia.
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