La zona de boleterías parecía un hormiguero. Todos empujaban y nadie sabía adónde ir.
-«Como no saqué la entrada antes!!» repetía furioso Nicolás, cabeceando para todos lados, buscando algún conocido que lo salvara.
En los alrededores del Gigante, como siempre, se había juntado de todo: vendedores ambulantes, puestos de ropa y de comida, policias a caballo, gente, gente y más gente, tratando de encontrar la puerta correpondiente y otros, como él, buscando el milagro.
-«Central y Boca no juegan todos los días. Como me voy a quedar afuera?» pensaba, y seguía buscando.
De repente el grito le sonó clarito: Nico….Nico!. Era el Colorado Piaccensa que moviendo los brazos aparatosamente lo llamaba.
Esquivando a la multitud lograron encontrarse cerca de una de las puertas y se fundieron en un abrazo.
-«Colorado…tanto tiempo! Como andas?
-«Bien Nico, esperando el partido. Hay que ganarle a los bosteros» le contestó, mientras le palmeaba la espalda cariñoso.
-«Che Nico, tenés entrada?» le susurró al oído.
-«Cállate Colo, me quedé dormido, no saqué y no sé cómo entrar» dijo, maldiciendo.
-«Tengo dos de discapacitados. Querés entrar conmigo?»
A Nicolás la invitación le sonó como una sinfonía, y juntos caminaron a la puerta correspondiente. Una sonrisa se le había dibujado en la cara. -«Dios existe!» dijo para adentro.
De repente, a diez metros de la entrada se detuvo, lo miró a Piaccensa y a media voz le preguntó:
-«Colorado, y el discapacitado?»
-«Sos vos…empezá a renguear».
Sintió que la tribuna se la caía encima y un frío le corrió por todo el cuerpo.
Le apareció un temblor en las manos y todo de tipo de pensamiento negativo lo asaltó de repente:
-¿Si me ve algún amigo?…¿Si nos rajan a empujones?….¿Si vamos en cana?….
Pero la pasión pudo más. Con el corazón latiendo a mil, interpretó su papel mejor que Al Pacino y hasta puso un gesto de dolor.
Entró del brazo del Colorado, renqueando de la pierna izquierda y, a los tres minutos del partido, gritó el gol de Ruben en la popular de Regatas.