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jueves 25 de abril del 2024

La muerte menos pensada

Los seres humanos somos los únicos seres conscientes de nuestra propia finitud, fuente primaria de la angustia existencial. Las preguntas por el origen y el fin de la vida humana nos han inquietado y han inspirado tanto reflexiones filosóficas, científicas, religiosas, sociales, psicológicas como expresiones culturales en todas sus formas, en un inagotable intento de registrar aquello que no encuentra un lugar en el psiquismo: la muerte.

Pensadores de todos los tiempos han formulado proposiciones que intentan dar cuenta del trabajo psíquico de elaboración de las pérdidas, los duelos.  A medida que crecemos, vamos desarrollando recursos subjetivos para atravesar los duelos. Es importante recordar, que los duelos hay que vivirlos… no se pueden saltear. Toda pérdida irreparable implica una crisis vital, familiar, social.

Cuando ocurren pérdidas como las que presenciamos estos días, a causa de infecciones que repentinamente arrebatan una vida a la niñez, coloca a la familia, al entorno escolar y social ante una crisis inesperada. Las crisis inesperadas son difíciles de procesar justamente porque el factor sorpresa desestabiliza mucho emocionalmente, lo cual se suma al dolor evidente. En este caso, es doblemente inesperada, una por el abrupto acontecer de los hechos, y otra, por la edad de la persona que pierde la vida.

Estamos relativamente preparados (esperamos, aunque no deseemos que ocurra) para la muerte de las personas muy mayores, o de los adultos incluso, pero se subvierte absolutamente el orden natural y cultural del curso de la vida y los sistemas familiares y sociales cuando se apaga una luz infantil.

La crisis, la conmoción que provoca la pérdida, exige no sólo un trabajo de duelo sino una reconfiguración en la existencia de las personas allegadas y de las redes socio-afectivas en las que estaba inmersa. El impacto genera necesariamente una transformación profunda en los seres queridos y en todo su entorno social. Ya no serán los mismos. Ese proceso lleva tiempo, pero es importante darle lugar. La negación es una fase del duelo, pero no es un buen lugar para quedarse, porque obtura las transformaciones necesarias para seguir adelante.

En las organizaciones sociales afectadas por la pérdida de un niño, niña o adolescente (escuelas, clubes, barrio, etcétera) es importante que circule la palabra, para que el tema no se vuelva tabú, ajustando el diálogo a las distintas edades y capacidades de comprensión. También es importantísimo hablar en cada casa de lo sucedido, con el mismo criterio de respetar las edades, abordando el tema desde el sistema de creencias particular de cada familia, pero con la verdad y sin temor a expresar la tristeza.

Los ritos son necesarios, los ritos ayudan a elaborar los duelos, rituales de despedida, que no necesariamente pasan por asistir al velatorio o entierro, sino en dar espacio y tiempo para expresarse en relación a los recuerdos, a los sentimientos, a la manera especial y única que cada uno encuentre para otorgar otro lugar a la persona que ya no está físicamente, pero que seguirá estando en el recuerdo, plasmado a veces en imágenes, en dibujos que se ofrecen, en poesía, en música, en colores… cualquier cosa a la que le otorguemos esa investidura.

También es importante escuchar y respetar los deseos o necesidades de los niños afectados, evitando imponerles formas de proceder al respecto. Ni obligarlos ni prohibirles asistir a funerales, por ejemplo, sino tratar de indagar qué quieren hacer.

La montaña rusa emocional que sigue al shock del primer impacto, incluye fases de negación, depresión, ira y culpa, que se alteran sucesivamente una y otra vez en ciclos cada vez menos pronunciados pero persistentes… hasta llegar a la aceptación y el compromiso con la nueva realidad que posibilita la continuidad de la vida de quienes sufren la pérdida.