Cuando la vio por primera vez, en la puerta de la humilde casa del barrio La Paz de Medellín, ella tenía 13 años y aún jugaba con muñecas. Menuda, morena, bonita, tímida, la niña apenas le sonrió. Pablo Escobar Gaviria no pudo dejar de mirar a Victoria Henao Vallejo, quien con un ligero vestido de flores corrió escaleras arriba en busca de su hermano mayor.
-Llegó tu amigo, ¿vienes? -, llamó con su voz dulce e infantil.
«Quedé prendado de ella», diría años más tarde el capo del Cartel de Medellín sobre ese primer encuentro con quien sería la mujer de su vida.
Victoria era hija de un repartidor de dulces y una costurera, gente trabajadora y humilde que se oponía a su noviazgo con Pablo Escobar, un joven de 24 años, desempleado, que seducía a la niña con cajas de bombones decoradas con grandes moños rojos, flores y discos románticos de Raphael y Camilo Sesto.
«Me acostumbre/A tus besos y a tu piel color de miel
A la espiga de tu cuerpo/A tu risa y a tu ser…»
Entonaba Escobar con dulzura la canción Algo de mí en la sala de los Henao Vallejo -la única visita que le era permitida- delante de una jovencita que despertaba al amor y que había decidido desobedecer a sus padres por primera vez en su vida.
Cuando Victoria cumplió los 15, él ya tenía planeada su fuga y su boda.
La adolescente abandonó Medellín y viajó hasta Palmira para refugiarse en la casa de su abuela. En el regazo de la anciana lloró sus penas de amor y le contó de su relación prohibida con Pablo. La señora, que tenía debilidad por su nieta, habló con un cura amigo para que la autorizara a casarse siendo menor de edad.
Así, con un sencillo vestido, el 29 de marzo de 1976, Pablo y Victoria se juraron amor eterno ante Dios y ante los hombres en la Iglesia de La Trinidad.
«Me casó el mismo cura que me bautizó. Estuvimos en Palmira dos días, pasamos la luna de miel en casa de mi abuela y luego regresamos a Medellín», recordó Victoria en el documental El ciudadano Escobar, del cineasta Sergio Cabrera.
En esas épocas ella no tenía idea de las actividades de su esposo. Escobar le había dicho que se ocupaba de «varios negocios de compra y venta».
«Él estaba todo el tiempo en la calle trabajando. Siempre me contaba que estaba vendiendo cosas, trayendo ropa de Panamá y, pues, rebuscándose la vida para poder estar en mejor forma», contó en el film.
Y agregó un dato que permite delinear el perfil de quien sería el fundador de uno de los sangrientos Carteles de la droga: «Él decía que si a los 30 años no había conseguido un millón de pesos se suicidaba».
La inocencia de la niña se vio interrumpida un día a la salida del colegio: le dijeron que su marido había sido detenido: «No entendía qué había sucedido».
Pablo le mintió: le dijo que había ido a ayudar a un amigo que tenía un problema y que la policía lo había involucrado «en un lío».
La verdad fue muy distinta: lo habían detenido por un cargamento de coca incautado en la frontera con Ecuador. Tan pronto lo liberaron, el narco se encargó de asesinar a todas las personas implicadas en su detención. Sin embargo, Victoria le creyó. En ese entonces tenía 16 años y estaba esperando a su primer hijo, Juan Pablo.
Poco a poco, a espaldas de su esposa, Escobar fue construyendo su imperio. La mujer recuerda que cuando llegaron a la Hacienda Nápoles -luego símbolo de su poder- era «solo una chocita». Poco tiempo después se convertiría en un ostentoso rancho, con lago y zoológico propios, con una importante colección de autos de carrera, motos de agua, boogies y motocicletas para que sus invitados pudieran recorrer las 3.000 hectáreas que ocupaba en el valle del río Magdalena.
Victoria Henao aprendió a vivir soportando las largas ausencias de su marido, que empezaba a manejar el negocio de la droga junto a su primo Gustavo y desaparecía durante semanas enteras de su casa.
Pero su esposo era encantador,»un ser delicioso», y lo amaba con locura.
Dos veces por semana le enviaba flores en su avión privado. La periodista Aurélie Raya, de la revista Paris Match francesa, recreó un diálogo que refleja los excesos del Patrón con su esposa: «Querida, si Aristóteles Onassis traía pan caliente desde París para Jacqueline Kennedy, entonces puedo mandarte un jet para traerte flores de Bogotá».
Pero las flores eran solo un detalle. Escobar la llenaba de extravagantes y costosos regalos, tratando de compensar la soledad de su mujer y sus infinitas infidelidades.
La «Tata» -en la intimidad del narco- conocía las infidelidades de su marido. Toda Colombia sabía de las amantes del narco: las reinas de belleza, las actrices de telenovela y -años después- las niñas vírgenes que el narco pedía para sus orgías en La Catedral, la lujosa prisión en donde acordó entregarse en 1991 para no ser extraditado y de la cual se fugó un año más tarde.
Ella se enteró por la prensa del romance de su esposo con la presentadora más famosa de la tevé colombiana, Virginia Vallejo, una pasión que lo consumió cinco años.
Culta, hermosa, de alta cuna, hablaba varios idiomas y era la mujer más deseada del país. Vallejo dejó a su marido, el argentino David Stivel, y Pablo la «convirtió en una reina» con lujos, noches de pasión y viajes a Nueva York solo para hacer compras. En ese entonces Escobar soñaba con llegar a presidente de Colombia, se había metido en política, y la fama de su amante le abría muchas puertas de la alta sociedad que el narco tenía cerradas.
Pero Pablo jamás iba a dejar a su mujer. A ella le ofrecía los mayores lujos: le compraba pinturas de Dalí, esculturas de Rodin, le llevaba hipopótamos y jirafas para alegrar a sus hijos en el zoo de la hacienda Nápoles y le hacía traer chocolates desde Suiza para sus meriendas.
Rodeada de riqueza, Victoria no era feliz. Aunque no se lo decía a nadie, los celos la consumían. En soledad, solía pasar las tardes escuchando las rancheras y los boleros de Helenita Vargas, apodada La Ronca de oro, y sus canciones de despecho.
Con las ganas de convertirse en un personaje político, la fama del capo crecía. Lo llamaron «el Robin Hood Paisa» porque construyó barriadas en Medellín para los más humildes. Sus amoríos fueron cada vez más públicos, las mujeres pasaban por su lecho y los nombres de sus amantes se replicaban en la prensa nacional. Pero Pablo en la intimidad le repetía a su mujer que ella, y solo ella, era el amor de su vida.
-¿Por qué soportó las infidelidades en silencio?, quiso saber el director del documental.
-Pesaba mucho más la presión de la guerra que un reclamo por infidelidades, que era efímero para la dimensión de mi vida, explicó con dolor Victoria frente a las cámaras en 2004.
Y aclaró que, ante todo, ella conoció al hombre que amó con locura a su familia. No al narco, no al infiel, no al cruel asesino.
«Victoria era el amor de su vida. La protegía como el más preciado tesoro y nunca hubo nada que lograra cambiar su sentimiento», explicó Alba Marina Escobar, hermana y confidente del capo, en el libro El otro Pablo. «Muchas hubo en su cama, pero una sola en su corazón», sentenció.
En 1983 la revista Forbes lo ubicó en la lista de los 100 multimillonarios de todo el mundo, ránking en el que permaneció durante 10 años. Su fortuna llegó a calcularse entre 9.000 y 15.000 millones de dólares.
Pero, el día que el cartel de Medellín asesinó al ministro de Justicia Rodrigo Lara Bonilla, la vida de los Escobar-Henao cambió para siempre.
La noche del 30 de abril de 1984 el ministro que perseguía a los jefes narcos fue acribillado desde una moto mientras viajaba en su Mercedes Benz blanco. A la mañana siguiente, Victoria Henao sintió que un velo caía y que por primera vez podía ver quién era realmente su marido.
«Yo no sé cómo empezó ni cómo terminó la guerra. Esa día de 1984 que… mataron al ministro… yo creo que fueron pasando cosas de una dimensión que nadie las calculó y nadie las imaginó: una mezcla de pasión y de locura y de juegos cruzados».
Cuatro años después, en la madrugada del miércoles 13 de enero de 1988, la tierra tembló en el corazón de Santa María de los Ángeles, uno de los barrios más exclusivos de El Poblado en Medellín.
Los Pepes –Perseguidos por Pablo Escobar, un grupo paramilitar creado por el ex socio del capo, Fidel Castaño, y financiado por el Cartel de Cali- hicieron detonar un carro bomba con 80 kilos de dinamita frente al edificio Mónaco, morada de la familia de Pablo Escobar Gaviria.
El bombazo, que dejó tres muertos y 10 heridos, fue el preámbulo de una guerra sangrienta entre las organizaciones más poderosas del narcotráfico: los carteles de Medellín y de Cali. Masacres, asesinatos selectivos, traiciones, mercenarios y delaciones. Todo valía en esta lucha de poder y millones.
La familia se salvó de milagro: al niño le cayó una viga encima, que su madre sacó con un esfuerzo descomunal, y la camita de la pequeña -que estaba junto a una ventana- quedó dañada y cubierta por los vidrios que estallaron con la explosión.
Cuando los investigadores entraron al edificio de ocho pisos descubrieron sorprendidos que salvo el penthouse, donde vivía la familia del Patrón, ninguno de los otros apartamentos estaba ocupado. Pero en cada nivel había un derroche de lujo, muebles suntuosos y obras de arte de grandes pintores. En el garage, vehículos de colección, motocicletas y una limousina Mercedes Benz. Pablo había construido el edificio solo para que su familia lo habitara.
Por esos años el jefe del Cartel de Medellín pasó a la clandestinidad. Y las cosas empeoraron cuando el capo se fugó de La Catedral. También su familia tuvo que empezar a vivir como fugitiva.
Escobar huía con su clan para tener la tranquilidad de que sus enemigos no iban a tocarlos. Para mantenerse en movimiento había diseñado un plan con 15 escondites desparramados por toda la ciudad. En cada casa una vivía una sola persona que cuidaba la caleta. Ninguno conocía a los otros ni sabía de su existencia. Sólo Escobar tenía las direcciones.
«Se movían cada 48 horas. Vendaba los ojos de su familia, los montaba en un taxi que él mismo manejaba y los llevaba al hogar de paso. Una vez allí, Escobar les pedía que recorrieran el sitio. Que observaran bien cada detalle y que le dijeran si podían reconocer el lugar. Si eso ocurría, de inmediato cambiaba de sitio y esa caleta quedaba eliminada como escondite. Tenía claro que si por alguna circunstancia sus enemigos capturaban a alguno de sus familiares lo iban a torturar para que confesara dónde estaban», detalló el periodista Jorge Lesmes en un reportaje de la revista Don Juan.
Enamorada, la mujer del narco nunca le hizo un reclamo. Frente a la sangrienta guerra narco, se mostró más unida que nunca a su esposo. Desesperada, le escribió una carta llena de nostalgia, miedo y amor, según reproduce el periodista Alonso Salazar en su libro La parábola de Pablo, obra en la que se basó la serie El Patrón del mal.
«Te extraño tanto, me estás haciendo tanta falta. Me siento débil. A veces se apodera de mi corazón una soledad inmensa. ¿Por qué la vida nos tiene que separar así? Me duele tanto el corazón. ¿Ves posibilidad de verte o no me ilusiono con eso? ¿Cómo estás? ¿Cómo te sentís? Yo no te quiero dejar, mi amor, yo te necesito mucho. Quiero llorar contigo porque hoy me siento triste. Son las ocho a.m. y pienso en ti, en lo mucho que te quiero. Terremoto te reclama todo el tiempo. En estos días recortó tu foto grande de la revista Semana y la pegó en el cuarto y te dice: ‘Mi negro, te quiero mucho’. ¿Cuándo te voy a volver a ver? Mi amor, sé que como María tengo unas obligaciones, pero como esposa otras. Lucharé con todas las fuerzas de mi corazón por ti. Te lo prometo. Nuestra historia tendrá que continuar. Te abrazo fuerte, te beso, te necesito. Tu amor».
El capo del Cartel de Medellín le respondió desde la clandestinidad con una breve nota: «Mi amor, un beso. No te preocupes que todo saldrá bien y llegará el momento en que todos podamos estar juntos como lo merecemos. Yo estaré muy pendiente de ustedes. Los quiero y los recuerdo mucho. Te quiere, tu esposo».
Ese amor por la familia fue lo que llevó a Escobar a cometer el error que le costó la vida: estando prófugo los llamó por teléfono en dos ocasiones para saber cómo estaban. Esas comunicaciones fueron interceptadas por los Pepe y por el Bloque de Búsqueda, una unidad de operaciones especiales de la Policía Nacional creada después de la fuga de La Catedral.
Así, el 2 de diciembre de 1993, un día después de haber cumplido 44 años, Escobar habló largamente con su mujer y con su hijo quienes estaban bajo estricta custodia de las autoridades en el edificio Tequendama, en Bogotá, porque los Pepes podían asesinarlos.
A ella le prometió: «No te preocupes mi amor. Mi única motivación es pelearme para todos ustedes. La parte más dura ya pasó, está detrás de nosotros ahora».
A las 2.59 de la tarde, la llamada había sido rastreada. El Bloque envió tres furgones con los mejores oficiales del escuadrón al barrio Los Olivos de Medellín. Quince minutos más tarde llegaron a la casa en el 45 D-94 de la calle 79, donde se ocultaba el jefe del Cartel.
Pablo no estaba solo, lo acompañaba uno de sus guardaespaldas: Álvaro de Jesús Agudelo, alias Limón. Era «una vivienda de ladrillos, de dos plantas, sencilla y con una palmera achaparrada enfrente», relató el periodista y escritor norteamericano Mark Bowden en su libro Matando a Pablo (Killing Pablo).
Escobar acababa de comer un plato de espaguetis y se había quitado los zapatos para recostarse en la cama para hablar por teléfono.
Cuando la policía avanzó hacia la casa comenzó la balacera. El zar huyó por los tejados, disparando su mítica pistola SIG-Sauer. Mientras corría sobre las tejas rotas recibió una primera bala en el torax, la segunda perforó su muslo derecho, la última impactó en la cabeza, justo detrás de su oreja derecha.
El proyectil que causó la muerte del Patrón fue disparado a poca distancia, entró por el lado derecho de la cara para salir por el izquierdo según reveló la autopsia. Por este motivo su hijo siempre sostuvo que se había suicidado: «Muchas veces me contó que su pistola tenía 15 balas: 14 para sus enemigos y una para él», afirmó Juan Pablo.
Además, en una de las últimas conversaciones que fue monitoreada se había escuchado clara la voz de Escobar: «A mí nunca en la gran puta vida me van a atrapar vivo».
Sin embargo, los oficiales del Bloque de Búsqueda desmintieron esta versión: «La bala fue de un Fusil M-16 calibre.5,56», dijeron.
Más allá de las hipótesis, Pablo Escobar Gaviria – con su camisa azul abierta, el jean gastado y sus pies descalzos- cayó herido de muerte a las 3.18 de ese jueves soleado en Medellín. Victoria Henao lo lloró sin consuelo.
Muerto Escobar, sola y viuda a los 33 años, tuvo que negociar su vida y la de sus hijos con los capos del cartel de Cali, encabezado por los hermanos Gilberto y Miguel Rodríguez Orejuela.
«Yo fui con mi madre a esas reuniones. Nos exigieron que entregáramos la totalidad de los bienes como parte del botín de guerra. La consigna era simple: si esconden una sola moneda les matamos. Así salvamos nuestra vida. Volvimos a ser nadie», aseguró su hijo.
Desde el mismo instante en que intentaron dejar Colombia, el apellido Escobar fue una maldición. Sólo Mozambique aceptó recibirlos a cambio de que hicieran inversiones en el país africano.
Luego de un largo peregrinaje, un supuesto acuerdo entre el presidente colombiano Ernesto Samper y el presidente argentino Carlos Menem habeía permitido que la familia del narco desembarcara en Buenos Aires en 1995.
Cambiaron su identidad, su historia, su pasado. Victoria Henao Vallejo pasó a ser María Isabel Santos Caballero, su hijo Juan Pablo se llamó Sebastián Marroquín Santos, la niña mimada de Escobar, Manuela, tuvo un nuevo bautismo como Juana Manuela, y la jovencita mexicana Andrea Ochoa -novia del hijo del narco y hoy su esposa- pasó a llamarse María Ángeles Sarmiento.
«El cambio de identidad es parte del esfuerzo que hacemos para tratar de llevar una vida normal. Pero no se trata sólo de un cambio de nombre ante terceras personas. Es también frente a nosotros mismos. En la casa ya nunca utilizamos los nombres que teníamos en Colombia», reveló Juan Pablo o Sebastián Marroquín a la revista Semana de Colombia en 2002.
Cuando la familia se instaló en la Argentina, a Pablo Escobar Gaviria también se le creó una nueva historia : lo llamaron Emilio Marroquín Echavarría, muerto en Medellín el 19 de abril de 1995 por un paro cardiorrespiratorio a causa de un enfisema pulmonar desencadenado por su hábito de fumar. Un final muy distinto a la sangrienta muerte del capo narco.
«Mi hija Manuela ha tenido problemas serios por cuenta de la vida que llevamos. Es difícil decirle a una niña, que adoraba a su papá, que tiene que cambiar de nombre y ocultarlo. Que tiene que decirle a sus compañeritos de colegio que su papá era un cafetero que murió en un accidente», agregó conmovida en esa misma entrevista la viuda de Escobar
Durante años creyeron que habían logrado una vida tranquila: ella dedicada a sus cursos de decoración y arquitectura, sus hijos estudiando en colegios pagos y de élite. Pero en 1999 fueron acusados de lavado de dinero y asociación ilícita, hecho que la llevó a estar un año y medio a prisión y a su hijo un mes y medio en la cárcel. La mujer finalmente fue sobreseída en 2005 por el Tribunal Oral Federal N° 6.
«Cuando me detuvieron, la niña fue expulsada del colegio. Imagínese usted eso con una criatura de 14 años. Afortunadamente encontramos un colegio de monjas a quienes les dijimos de entrada quiénes éramos y cuál era nuestra situación y la aceptaron», recordó María Victoria o María Isabel, según su nueva identidad.
La mujer contó que su propio contador, Juan Carlos Zacarías, trató de extorsionarla: «Pensó que al ser nosotros la familia de Pablo Escobar podía volverse millonario amenazándonos con armarnos un escándalo», dijo. Y aseguró que el hombre les exigió un millón de dólares a cambio de no revelar su verdadera identidad. Ella no cedió y el contador se encargó de sacarlos del anonimato.
-¿Qué pasó con la fortuna de su marido?, preguntó el periodista de Semana
-Mi marido no acumulaba dinero. Siempre me decía que no tenía por qué guardarlo porque podía producir la suma que quisiera en cualquier momento.
Los reporteros también quisieron saber si el El Patrón había ahorrado mucho dinero. Su mujer fue clara:
–No estaba en condiciones de ahorrar, pues durante casi 10 años estuvo en guerra contra el Estado colombiano y contra Estados Unidos. Imagínese el tren de gastos que esto requería. El siempre me decía que si un particular le declaraba la guerra al Estado el costo era tres veces más alto de lo que le costaba al gobierno.
Después, emocionada, aseguró que su vida había sido muy difícil. Que ser la mujer de Escobar la había marcado para siempre. Que había tenido que tratarse psiquícamente para superar el dolor y el trauma.
«He vivido 150 años en los últimos 10. Piensen que me casé con Pablo cuando yo tenía 15. Eramos vecinos de barrio y fuimos novios desde mis 13 años. Mi primer hijo lo tuve a los 16. Quedé viuda a los 33. Cuando murió yo no tenía ninguna referencia en la vida diferente a ser la esposa de Pablo Escobar».
Lo cierto es que la paz nunca la acompañó. En 2017, la justicia argentina volvió a involucrarla junto a su hijo en una causa de lavado de dinero que lleva adelante el juez Federal de Morón, Néstor Barral.
La fiscalía sospecha que ellos habrían cobrado una comisión de más de 100.000 dólares para conectar a José Bayron Piedrahita Ceballos -quien se presenta como estanciero pero habría apoyado a los carteles de Cali, del Norte del Valle y de Medellín- con el empresario Mateo Corvo Dolcet, acusado de ser el nexo local con el dinero narco. En estos días los familiares del Patrón serán citados para declarar ante la justicia argentina.
En la intimidad, Victoria Heano dirá una vez más, como lo hizo frente a los periodistas colombianos, que su único delito es haber llevado el apellido Escobar. Y llorará por Juan Pablo y por Manuela, a quienes desde niños les leyó el diario de Ana Frank para que pudieran comprender que sus días siempre estarían marcados por una persecución implacable.
«Nuestra vida es la equivalente a la de una familia judía en la Alemania de Hitler. En fin, este ha sido nuestro destino», se lamentará.
FUENTE: INFOBAE