No pocas veces los seres humanos convertimos una dificultad en un problema.
Una dificultad es una circunstancia relativamente sencilla de solucionar. Un problema es una situación creada y mantenida por un mal enfoque de las dificultades y que desemboca en una crisis grave, un dilema irresoluble o un callejón sin salida.
Estos conceptos, muy inteligentes por cierto, fueron formulados por Paul Watzlawick, brillante estudioso de la comunicación humana, y son muy aplicables a un problema que padecemos los argentinos y que ha dado en ser denominado “la grieta”.
(Deseo aclarar rápidamente que voy a excluir de esta reflexión a todo lo atinente a la cuestión de la corrupción de funcionarios públicos, pues ese tema se responde desde la condena moral plena y la acción adecuada de la justicia. Venga del espacio político de donde venga).
Voy a referirme, específicamente, al grave acontecer relacional, que hace que personas honestas, por el simple hecho de pensar diferente, se enfrenten en discusiones interminables, a veces con alto grado de violencia verbal y que suelen derivar en alejamientos y/o rupturas entre allegados, amigos y hasta familiares.
Las redes sociales son una notable caja de disonancia de todo esto, e insultos de variado calibre van y vienen todo el tiempo.
Así, una dificultad, como podría ser el pensar diferente, que debería ser una invitación al diálogo respetuoso y enriquecedor, se ha trastocado en un problema donde prima la descalificación del otro que es percibido como “malo” y/o “tonto”.
Como prueba de esto voy a transcribir textualmente dos tweets subidos a Twitter por un usuario.
1° Tweet: “Estoy con mi bebé a upa en la fila de Coto para madres embarazadas y ancianos. Un treintañero desagradable me acusa de colarme y dice que va a pasar primero él porque “no sos mujer” y “el bebé no llora”. Le expliqué como es un bebé. Nada. Le pregunté veinte veces “votaste a Macri?”. Acaba de decir “si, y?”.
2° Tweet: “Tenía una rara mezcla de bronca y dolor, pero el resto de la fila se hizo amiga y me divirtieron el bebé. Ganamos cuatro amigos anónimos que jamás pensaron que engendré un pibe para colarme en Coto. Me descargo en un abrazo acá con la gente buena.
“La Patria es el otro, carajo!”
¡La “lógica ideológica” de la grieta en su esplendor! Una discrepancia con un joven maleducado y prepotente que no entiende lo razonable de la prioridad para un papá o mamá (da igual) que carga un bebé en la cola de un supermercado, habilita una explicación política que se basa en una hipótesis previa preferida: “Los que votan a Macri son malos, no son buena gente”.
Aclaro, por las dudas, que sostendría lo mismo si la escena fuese a la inversa y la afirmación: “Los que votan a Cristina son malos, no son buena gente”.
El joven papá afectado lanza al final una proclama dirigida a la “gente buena”, grupo en el cual, quien esto escribe, no estaría incluido según el criterio elegido.
Watzlawick habla de las “terribles simplificaciones” en las que incurrimos, donde además de negar los aspectos que nos resultan poco favorables a nuestra argumentación y “mirar para otro lado”, se refiere a “la defensa de la propia y restringida visión como una actitud real, genuina y honesta, frente a la vida. Un ejemplarizante atenerse a los hechos, que niega la complejidad de la interacción de los sistemas sociales, en un entorno moderno, cambiante, interdependiente y complejo”.
La grieta, que es distancia y frío, se nutre en el enojo que cada parte provoca en la otra. Ese enojo, a su vez, opera confirmando la “razonabilidad absoluta” de una sola de las perspectivas. Las partes sólo se acercan para agredirse, no para entenderse.
El joven papá, devenido sociólogo de supermercado y el treintañero (seguramente) desagradable, salieron, probablemente, satisfechos de la “contienda”. El mal rato se compensa, porque ambos deben haber confirmado, uno que “los neoliberales son tan malos que hasta están en contra de los bebés” (Macrigato): el otro “que los populistas son aprovechadores hasta en la cola de un supermercado y tienen hijos para sacar ventajas” (Cristina perra). La inteligencia necesaria para resolver una discrepancia cae así a nivel zoológico. Perros y gatos. Mal pronóstico.
Quiero creer, deseo sentir, que la cordura y la esperanza habitan en el bebé, que supo divertirse con los de la fila, sin preguntarle por quien habían votado. Para él, al menos por ahora, no hay grieta.