La década del treinta en el siglo XX marca la irrupción vertiginosa del cine sonoro en nuestro país, así como la década anterior, la de los años veinte, habían signado la aparición de la radio y las emisoras radiales en el panorama del espectáculo.
Hay algo en común entre cine sonoro y radio, ya que ambos tienen al tango como principal fuente inspiradora temática. El año de 1930 es muy ajetreado en la vida de Carlos Gardel, a quien le resulta difícil hacer frente a todas las obligaciones artísticas que compromete su apoderado José Razzano, con infinidad de presentaciones en vivo en el país, como asimismo grabaciones tangueras para el sello Odeon, empresa que se muestra insaciable y voraz para obtener nuevas matrices grabadas por el zorzal criollo. Nuestra ciudad es visitada por el ilustre cantor integrando la Compañía Teatral de Luis Arata con presentaciones en el Teatro La Comedia del 3 al 12 de junio de 1930, en medio de un calendario de giras por capital e interior que no le daban respiro al cantor sin duplicado.
En los cines argentinos se comenzaba a proyectar el film sonoro norteamericano que hacía famosas a las figuras de Hollywood como Paul Muni, Myrna Loy, Jean Harlow, Claudette Colbert, William Powell, nombres que comienzan a ser conocidos en Buenos Aires con un ciudad atrapada por la innovación del cine parlante. Es entonces que el cine se aproxima al tango a través de Carlos Gardel.
La productora de Federico Valle, mediante el director Eduardo Morera le propone al afamado cantor que grabe en el sistema Movietone que incorpora el sonido a las bandas, con un sinfín de limitaciones, como por ejemplo filmar sin estudios apropiados y con una sola cámara, fija e inmovilizada . Gardel además estaba muy gordo y debe someterse a una dieta estricta, complementada con natación y baños turcos en la Asociación Cristiana de Jóvenes, y una caminata de treinta cuadras todas las noches sin excepción ni tregua alguna.
Nacen allí entonces los clips que comienzan a llamarse “Los cortos de Gardel”, ya que Morera le propone al zorzal el registro de quince canciones adornadas de distintas escenografías y ambientes. En un viejo galpón que se acondiciona con bolsas de arpillera para mejorar la acústica, ubicado en la calle Méjico del barrio de San Telmo, y con tan precaria estructura, es que Gardel aporta la magia de su voz y su figura para realizar una verdadera proeza que a noventa años vista parece increíble. Gardel elige personalmente quiénes serán sus acompañantes y cuáles serán las canciones, todas ellas escritas antes de 1930. Sus guitarristas Guillermo Barbieri, José María Aguilar y Ángel Domingo Riverollo acompañan en guitarras y Francisco Canaro lo hace con su orquesta. Gardel, impecable como siempre en su interpretación, mantiene en algunos de los cortos diálogos con Enrique Santos Discépolo, Arturo de Navas, Francisco Canaro y Celedonio Flores . El primer corto que se graba corresponde al tango de José María Aguilar y Celedonio Flores “Viejo smocking” y allí la interpretación del cantor es precedido por un pequeño sketch en el que participa junto a los actores Cesar Fiaschi e Ines Murray sobre un pequeño guión muy simple escrito por Enrique Maroni.
Esta humilde argentinada se realiza en los viejos galpones de calle Méjico entre Tacuarí y Piedras en los meses de octubre y noviembre de 1930. Con diez de esos cortos se arma un pequeño mediometraje que engarza Viejo smocking, Yira yira, Canchero, Añoranzas, Rosas de otoño, El carretero, Enfundá la mandolina, Mano a mano, Tengo miedo y Padrino pelao , con el título de “Encuadre de canciones” que se estrena en el cine Astral el 3 de mayo de 1931 . Eduardo Morera se opone a ese “encuadre” al que consideraba un “rejuntado” y entabla un pleito por el que obtiene varios años más tarde un resarcimiento económico.
Es curioso que ningún estudioso de Carlos Gardel,y los hay por decenas, haya descifrado el misterio alrededor de cuales fueron los cinco cortos que no integraron el mencionado encuadre. El décimo primero es sin dudas “Leguizamo solo” donde Gardel dialoga con el jockey Irineo Leguizamo y que lamentablemente se quemó . El décimo segundo de los cortos es “El quinielero”, que fue adquirido por el coleccionista Carlos Puente y que nunca quiso exhibirlo públicamente .¿Que pasó con los otros tres? Se quemaron,como el de Leguizamo,y según nuestras averiguaciones corresponderían a los tangos “Mi noche triste” y “Esta noche me emborracho” y al foxtrot “Manos brujas”.
Rescato para Gardel entonces el mérito extraordinario de haber estado presente en el nacimiento del incipiente cine sonoro argentino con sus cortos, que bien merecerían un estudio pormenorizado de los historiadores del cine nacional.
Agrego para cerrar el análisis de 1930 en la vida de Gardel el hecho de que disputándose el primer Mundial de Fútbol en julio de 1930 en Uruguay, se hizo presente en el hotel uruguayo La Barra junto a sus guitarristas para alentar a los jugadores argentinos amenizando esas concentraciones donde se contentaba viendo a nuestros jugadores “tan alegres y decidores”.
Dejando por el momento al cine y volviendo a las grabaciones, lamentablemente señalamos que Gardel cometió la “gaffe” imperdonable de grabar el 25 de octubre de 1930 la triste apología en tiempo de tango titulada “Viva la patria”, que cantaba loas al golpe de estado que el 6 de ese mes había derrocado a don Hipólito Irigoyen. Creo consolarme pensando que ni habrá leído demasiado esa descartable letra que le había llevado Francisco García Giménez, poeta con el que ya había registrado 16 canciones, algunas de ellas muy exitosas, como “Siga el corso”, “Zorro gris”, “Tus besos fueron míos”, “Alma en pena” o “Palomita blanca”. Intuyo que advertido del desatino cometido al grabar ese ripio, para Gardel terminaron en ese momento todos los tangos que siguió componiendo García Giménez, al que afortunadamente nunca volvió a grabarle nada. Curiosamente aquel 1930 tan baqueteado para el celebrado cantor se había iniciado en Rosario el 3 de enero con su actuación en el desaparecido teatro rosarino “Variette”. Finalmente el 6 de diciembre de 1930 Gardel se tomó el Conte Rosso rumbo a Europa y junto a sus guitarristas descansó para las fiestas navideñas en Paris. Se lo merecía con creces.