Por Néstor Zapata…
Fue en octubre. Porque hacía tiempo que cada día latían con más fuerza. Porque cada vez eran más. Porque en esos corazones la dignidad comenzaba a encontrar los rostros, las palabras. Porque por fin alguien las oía, las comprendía, las encarnaba. Porque un destino inexorable comenzaba a tomar cuerpo y forma, a moverse, a buscar salir de una vez por todas de su encierro y anidarse para siempre en las sueños, las necesidades, las postergaciones, la infinita espera de esa palabra que siempre había sido esquiva e incomprensible y que nunca llegaba para ellos, la dignidad.
Y porque estaba engendrado y tenía que nacer, decidida, porfiada, testaruda, comenzó a abrirse paso en las entrañas de su madre, de su madre que no es otra que esta misma tierra de nuestros padres, de esta tierra nuestra de cada día, para buscar las luz, el aire, los puentes y los ríos, las calles, las plazas y baldíos, imparable, explotaba en mujeres y en hombres el país soterrado, ignorado, el país oculto de manos y de rostros endurecidos por la espera y el trabajo, extraños a ese paisaje que por vez primera los veía y los hacía protagonistas de la historia.
Y así, como cada uno de nosotros tiene su nombre, su fecha de nacimiento, ella tuvo el suyo. Se llamó con un hermoso nombre de mujer, se llamó Lealtad, y nació un 17 de octubre de hace 75 años, allí en su cuna que fue la Plaza de Mayo.
“Ese pueblo olvidado y traicionado,” se sublevó desde sus entrañas mismas. Salían desde las fábricas y los talleres, caminado, abrazados, primero con el llanto y después poco a poco con la alegría del recién nacido. Venían cantando, si, cantando mientras cruzaban las avenidas de esa Buenos Aires que miraba agazapada a la que hasta ese momento había sido “la Argentina invisible”.
“Yo te daré, te daré Patria hermosa, te daré una cosa, una cosa que empieza con P, Perón..!” y ese “Perón..!!” al decir de Marechal, “resonaba como un cañonazo”. Eran los cañonazos de la voluntad de un pueblo que reclamaba la libertad de aquel que estaba dispuesto a escucharlo, que estaba dispuesto a defenderlos, aquel que le dolía en carne propia las injusticias sufridas por ese pueblo en silencio durante tantos y tantos años. Aquel en definitiva, que los representaba, que era su voz y su sentimiento, su esperanza.
De allí nadie se iría. Temblaba la Plaza, temblaba la historia. O traen a Perón para que nos hable o explotará la voluntad de un pueblo que ya no tiene más tiempo ni paciencia.
El Coronel estaba preso en Martín García y los militares del poder que lo habían puesto preso corrieron a liberarlo y a pedirle por favor que le hable a “esa masa numeral” , esa “masa” que muy pronto Perón convertiría en un “pueblo esencial”.
Y llegó y les habló y los abrazó con sus inmensas manos, a cada mujer y cada hombre mientras el sol ya se iba retirando poco a poco de la Plaza, mientras nacía deslumbrada y deslumbrante este sentimiento único e incomparable que es la Lealtad.
Más adelante Evita nos enseñó del profundo amor que se debe sentir hacia un Pueblo, hacia un conductor que lo interprete y lo represente, hacia un ideario de felicidad y de grandeza, que debe ser el sentimiento común que se profesan mutuamente un pueblo y su Lider. Ese profundo sentimiento es el de la Lealtad.
Néstor Zapata / 17 de octubre de 2021
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