Por Silvana Savoini, sexóloga.
Ayer circulaba por los portales del mundo la noticia de la viralización de un video en el que se podía apreciar un trío sexual a bordo de un yate. Uno de los titulares versaba: “Felices los tres, filman un trío en un yate”. Entonces pensé en escribir respecto a los tríos, u otras formas de encuentro grupal, que por supuesto existen desde tiempos inmemoriales, pero que a partir de la existencia de las TIC (nuevas tecnologías de la información y la comunicación), han tenido una mayor divulgación al mismo tiempo que se incrementaron las formas de establecer contactos para tales fines.
Pensé en hablar de que son prácticas sexuales normales, es decir, no patológicas, siempre y cuando se lleven a cabo entre adultos que ofrecen su consentimiento; pero que siguen siendo minoritarias, es decir, no es lo que hace la mayoría de la población en el sentido estadístico. También pensé en hablar de las fantasías sexuales, ya que esa escena está presente en el comportamiento sexual de gran parte de los humanos pero bajo el formato de fantasía, que no siempre implica un pasaje a la realidad.
«Los tríos, u otras formas de encuentro grupal, existen desde tiempos inmemoriales».
Luego de un rato de barajar conceptos relacionados con los tríos, el sexo grupal, los swingers, las fantasías, los prejuicios, los derechos y las libertades, empezó a resonar en mi cabeza el tema musical parodiado en los titulares: «Felices los cuatro…» y entonces comprendí, que la figura a la cual debía referirme era al cuarto actor de la escena: el que mira…
En este caso el erotismo circula entre cuatro, a saber: los tres que estaban en el yate, y el espectador. Cuando me refiero al espectador, hablo tanto de quien capturó las imágenes con su dispositivo y lo compartió, como de cada uno de los que vio, miró, y replicó ese video. Las viralizaciones no se producen solas, hay un ojo que ve y decide mirar, hay una mente que presta atención, que desea, que evalúa como interesante y que decide reenviar, copiar, compartir, mostrar…
«Comprendí, que la figura a la cual debía referirme era al cuarto actor de la escena: el que mira…»
Por supuesto, podríamos atribuir a los protagonistas de la filmación, ciertas cualidades levemente exhibicionistas (se puede presumir que el estar expuestos a las contadas pero posibles miradas de algunos, haya sido un condimento más para su excitación), pero admitamos que del mismo modo, cabe reconocer el componente voyeur (que experimenta excitación al observar un comportamiento íntimo de otro) de quien no resistió la tentación de mirarlos, y de inmortalizar esas escenas a través de un dispositivo que lo registre, y – hay que hacerse cargo-, el componente voyeur de quienes accedieron a ver el video y seguir mostrándolo a otros ojos tan poco ingenuos como el anterior…
«Las viralizaciones no se producen solas».
La pulsión escópica, el deseo de mirar, de saber, eso que despierta curiosidad, aquello que atrae en el misterio, imperio de lo imaginario, eso que además para algunos puede constituir una escena prohibida, o inaccesible, que lo hace aún más apetecible.
Espiar, robar un poco de la intimidad del otro, mostrar un poco de la propia intimidad, lo éxtimo para Lacan es justamente aquello más íntimo pero que no se puede reconocer sino desde afuera, la extimidad es el neologismo que define nuestra intimidad pública, es la paradoja que nos hace entrar en este juego de mostrar y mirar, configurando actualmente nuestra identidad digital.