No se trata de comer menos, no ‘hacer dieta’, sino de comer mejor y adquirir hábitos que puedan mantenerse a lo largo de la vida.
- Elegir alimentos saludables la mayor parte del tiempo, sin prohibirse aquello que nos gusta mucho y proporcionan placer (golosinas, helados, snacks, hamburguesas, papas fritas y un sinfín de etcéteras).
- Realizar, mínimamente, 4 comidas diarias (desayuno, almuerzo, merienda, cena).
- Comer más despacio siendo conscientes del acto que implica alimentarnos y nutrirnos para disfrutar más cada bocado.
- Comer la porción que me corresponde según mis requerimientos nutricionales (cuestión que evalúa un Lic. en Nutrición dentro del consultorio).
- Reemplazos saludables: seleccionar cereales o granos enteros en vez de refinados (+ pan negro y – pan blanco); una fruta por la golosina del kiosco para llevar al trabajo, colegio o facultad; comer más comida ‘casera’ y menos industrializados y/o delivery; incorporar todas las semanas un alimento ‘nuevo’ o poco frecuente a tu alimentación: quinoa, legumbres, frutos secos, frutas, vegetales, etcétera; evitar frituras de forma cotidiana, utilizar aceites crudos y grasas ‘saludables’ como las que aportan los frutos secos, semillas, palta, aceitunas, entre otros.
- Preferir lácteos descremados para disminuir el consumo de grasas saturadas, las cuales en exceso ocasionan diversos problemas de salud.
- Moderar las cantidades de consumo con estrategias: comprar o cocinar lo justo; compartir el postre cuando salís a comer; ‘darse el gusto’ de forma inteligente: merendar un alfajor/una medialuna + fruta + lácteo y no 4 facturas.
- Tomar más líquido, mantenerse hidratado durante todo el día.
- MOVERSE: hacer actividad física, la que le guste a cada uno. No hace falta ‘matarse’ en el gym. Cuenta: caminar al trabajo, bajarse antes de la parada de colectivo, usar las escaleras en vez del ascensor, salir a caminar, correr, pasear el perro, andar en bici, limpiar la casa, hacer ejercicios en casa.