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viernes 19 de abril del 2024

El violín de una sola cuerda

Pisando la raya del área grande, el Porra levantó la pelota con el muslo izquierdo, se la pasó al defensor por arriba de la cabeza y, cuando bajaba, le pegó con el empeine derecho y la clavó en el ángulo. Bien Porra, ¡que golazo!, le gritó desde atrás del arco Claudio Giglioni, el periodista de LT3, invitado a ver el partido y al asado posterior. El Porra vio que la pelota quedó picando en el fondo de la red, levantó la vista y mirando al que lo había elogiado le gritó:

-Lo que pasa es que estoy yendo a particular…

Tenían más de 50 años pero nada los detenía. Jugaban al fútbol  con la misma pasión de la infancia y a la hora de empezar, nunca faltaba nadie.

El Beto, que después del infarto se hizo arquero, desde atrás dirigía, a los gritos, a los compañeros. ¡Dale Palito, pasála rápido que te comen, y pateale al arquero que trajeron que le falta una mano! ¡Salile Chancho, que se viene solo». Jorge Herrero lo escuchó, corrió con furia al delantero rival , mientras le gritaba al que había perdido la pelota: «¡Enzo, lo peor que pasó esta noche, es que viniste!. Desde un costado se escuchó al Meón que con bronca decía: Desde afuera te pone más nervioso. Tenía un esguince de tobillo y probó un rato antes con masajes y aceite verde, pero no llegó.

Al final ganaron 2 a 1. Los dos goles los hizo el Porra, que amagó tirar las canilleras a los que mirábamos y, con una carcajada, se metió al vestuario.

-¡No rajen todos que hay que guardar las pelotas y sacar las redes, eh! -avisó don Sixto, el sereno. Bañados, cansados, algunos rengueando, fueron llegando a la mesa. El ritual se repetía: fútbol, asado y muchas risas. El doctor Raimundo avisó desde la parrilla: Vamos que tengo todo listo. Con voz de fumador empedernido le contestó Santiaguito, el famoso vendedor de diarios y revistas: Que grande tordo, ¿quien va a tener de asador a un cirujano? Cuando estaba todo listo y el comienzo de la comida era inminente, el Beto golpeó las manos y dijo:

-Señores, hay de premio una bicicleta de carrera, con cambios, para el que acierte el color del pelo del Bombi.

Todos lo miraron y, efectivamente, era poco probable que alguien acertara. El conocido locutor y cantor melódico tenía una combinación de sucesivas tinturas que daban como resultado un arco iris capilar, imposible de definir. Seguro que después, como siempre, le pedirían que cante. Nadie hablaba en serio y se celebraba la vida, con la decisión inalterable de disfrutar la cercanía de buenos amigos. Pero esa no iba a ser una noche más.

Un comentario de Santiaguito cambió el clima.

-¿Alguien se acuerda de que  el gringo Polenta dijo que tenía un Stradivarius guardado?

Todos se miraron y el Porra contestó: Sí, pero no sabemos lo que es.

Santiaguito sacó del bolsillo un recorte de la revista “Hola”, de España y leyó: El martes en una subasta de la casa Christie’s de Nueva York, se pagaron 3 millones y medio de dólares por un violín Stradivarius fabricado en 1707. Los tres que conocían al gringo se miraron, no hicieron comentarios y el Beto, imitando a Antonio Carrizo, presentó al Bombi, que arrancó con un bolero de Chico Novarro, mientras el doctor abría los paquetes de masas.

-Escucháme, Polenta ¿vos estás seguro que es un Stradivarius? -preguntó el Porra.

«Y… adentro del violín dice: Fabricado por Antonio Stradivari en Cremona, Italia. El año está borroneado. Yo lo traje cuando vine. Era de mi abuelo -contestó el gringo. Cuando le dijeron lo que podría valer, lo convencieron enseguida. Lo pasaron a buscar y Polenta les dio el violín envuelto en papel madera y atado con un hilo blanco. Lo único que les pido es que lo cuiden

-Beto, llamálo a tu hermano -dijo el Porra- Aquí nadie sabe si es auténtico o no. Estas cosas no se conocen. Si ya le preguntamos a todos los violinistas de las orquestas, ¿quien va a saber? -Lo habían paseado por todos lados y los músicos ni siquiera lo podían probar porque tenía una sola cuerda.

-Un Stradivarius. ¡Dicen que vale como tres palos verdes, -le gritó por teléfono el Beto a su hermano. ¿Y eso que e?,» preguntó el Pepe, desorientado. Estaba en Francia y era jugador del Nantes. Era un verdadero crack que admiraba toda Europa. Él tampoco había escuchado ese nombre, pero se puso a disposición. Se lo pedía su hermano y no  le iba a fallar. En tres días mandó los pasajes, contrató a un luthier de Mirecourt, cuna de la especialidad, y los esperó. El encuentro se iba a realizar en el hotel Saint-Yves de Nantes. El experto tendría  en sus manos el premio mayor, o la decepción.

Viajaron el Beto y el Porra. Lo de los pasaportes se los arregló Pimienta, un ex boxeador que era ordenanza en el Jockey Club. Llevaban un bolsito cada uno y se alternaban para tener el violín bajo el brazo, que seguía envuelto con el papel madera y el hilo blanco con que se los había dado el gringo. Vamos a turnarnos para dormir. Porra. Uno tiene que estar despierto para cuidar el instrumento. Volaban por primera vez a Europa y, si todo salía bien, a la vuelta tendrían una nueva vida.

Pepe los recibió en el aeropuerto de París. Se juntaron en un largo abrazo y el Beto se secó un lagrimón que derramó cuando lo vio al hermano que firmaba autógrafos y se fotografiaba con todos. Fueron derecho a Nantes, al Saint-Yves. El experto tenía un horario estricto y había que llegar a tiempo. El hotel era imponente. Se sintieron intimidados por un momento, hasta que vieron que al Pepe lo trataban como el ídolo que era. En el lobby los esperaba Jean Baptiste, el exquisito luthier, que saludó afectuosamente al jugador, a ellos ni los miró cuando le dieron el violín, y se encerró en la oficina que le habían asignado para analizar la autenticidad del instrumento. A los cinco minutos se abrió la puerta. Los tres rosarinos  giraron la cabeza a la vez y vieron, adelante, la mano del experto sosteniendo el violín, esperando que alguien lo agarre. Movía la cabeza para ambos lados en un claro gesto de disgusto y dijo cuatro palabras, en un español chapurreado: No siggvé, es falso, se saco los guantes de látex, le dio la mano al Pepe y se fue.

Cuando volvían, en el auto hablaron de todo, menos del violín. Del barrio, de los amigos, de fútbol y de novias. Lo del Stradivarius ya era un desencanto más, que no podía postergar los recuerdos, los trajes compartidos, la primer número cinco, las coladas al circo, la primaria sin cuadernos, los bailes, los torneos nocturnos de Cabanellas, el debut del Pepe en la primera y las mil anécdotas compartidas con la barra.

Antes del regreso caminaron un par de días por París, se sacaron las fotos de siempre en el Arco del Triunfo y en la torre Eiffel y cuando se acercaba la hora para ir al aeropuerto para volar de vuelta, vieron que dos periodistas le estaban haciendo un reportaje a un hombre, en la calle.

-¿De donde lo conozco a este punto Beto? Me parece que lo vi en Cerveceros o en Instituto Tráfico -dijo el Porra. El Beto no lo podía creer:

-¡Que burro que sos! ¿Para eso fuiste a particular? Es Anthony Quinn…

Llegaron a Rosario justo a tiempo para jugar el picado del viernes. Antes pasaron por lo del gringo Polenta y le devolvieron el violín.