“El que esté libre de Tinder que tire el primer match”, pienso. Mis compañeras de trabajo discuten si crearse un perfil en la aplicación número uno en citas. El debate me tienta y despierta en mí las ganas de descargarla una vez más. Tiempo atrás salí con un chico que conocí en la plataforma. Sus fotos no coincidieron con lo que ví esa noche en McDonald’s. La anécdota sirve para ganarme las risas de mis amigas cada vez que la cuento. Desde entonces, me prometí no usarla nunca más. Hasta ahora. Tinder se volvió un tabú, no solo para mí sino en la vergüenza colectiva de contar con una cuenta en la app. Pero mientras divago sobre el tema, el mundo sigue girando y cerca de 26 millones de matches suceden al día. Como una ilusa, creí que ya había pasado de moda, pero su uso creció un diez por ciento este verano en Argentina, país que matchea un veinte por ciento más que las naciones latinoamericanas de habla hispana.
Entre tantas opiniones dentro de la redacción, decido intercambiar las mías con Tinder Argentina. Lo hago sin expectativas, pero lejos de eso, un montón de datos sobre la aplicación llegan a mi casilla de correo. Los números no dejan de sorprendernos. La plataforma inició en los campus universitarios del sur de California y su lanzamiento oficial fue en septiembre de 2012. Desde entonces se instaló en 196 países, fue traducida en 30 idiomas, y acumula diez billones de match. Estados Unidos lidera el podio de las naciones que más la utilizan, seguido por Brasil e Inglaterra. Argentina es el segundo mercado más grande en América del Sur. La inmensidad y diversidad me causan curiosidad. Mis ganas de descargarlas aumentan cada vez más.
Son las 20:00. «¿Qué estás haciendo?», me cuestiono de regreso a casa. Omito mi pensamiento y prefiero dejarlo para terapia. Cruzo el primer semáforo en verde y la aplicación ya está instalada en mi celular. Los prejuicios se filtran pero me divierto. Después de todo, ¿qué tiene de malo? Mi compañera tiene novio y le avisó que iba a experimentar con Tinder. Ahora, ella y yo somos parte del 48 por ciento de mujeres registradas a nivel mundial, el resto todos hombres (a la espera de mis match). Camino por la calle y voy dando mis primeros pasos en la plataforma. Completo nombre, intereses y preferencias. Me faltan lo más importante: las fotos. Con ellas se pone en juego mi autoestima. El perfil ya está listo. No aguanto. Mi pulgar empieza a definir, moviéndose para la derecha si el usuario me atrae o para la izquierda si es lo contrario. No levanto la vista de la pantalla y me choco con las personas en la calle. No debo ser la única: casi veinte mil swipes más suceden por minuto. Nueve mil millones al año.
“Esta noche no me aburro”, digo en voz alta. Entre toda la información que recibí de la plataforma, el “Estudio de los Solteros” en América Latina fue el que más me llamó la atención. Según este informe, estoy en el horario correcto. Los usuarios ingresan a plataformas de citas sobretodo en horarios nocturnos. Viernes, sábados y domingos son los días con más actividad. ¿La diferencia conmigo? Es día de semana. Tirada en mi sillón, muchas son las sensaciones puestas en juego. Desde siempre sostengo que es complicado que alguien te guste realmente por las fotografías de su perfil. Puede tener las tres mejores, y en persona ser distinto. O podes no darle like y al encontrarlo personalmente sentirte atraída. La frase “una imagen vale más que mil palabras” viene al caso y, de 4000 personas consultadas por el Estudio de los Solteros, un 77 por ciento reveló que lo primero que stalkea son las fotos. Otro 66 por ciento los intereses y un 33 los likes y comentarios.
Una vez más dudo sobre el uso de Tinder. La equivocada debo ser yo. Personas que se conocen a través de la red social, forman pareja y hasta se casan. Es más, el informe asegura que un 44 por ciento afirma conocer gente que se haya puesto en una relación a través de aplicaciones o sitios web de citas. ¿Cómo lo hacen? Sigo navegando y, algunas conversaciones comienzan a abrirse con los primeros matchs. El orgullo pesa y espero que me hablen. Las frases que inician las conversaciones no traspasan lo convencional. Torpe, las continúo. No me hallo pero hay algo que te hace querer seguir. Me pregunto cómo y por qué llegaron el resto de los usuarios a la app. De acuerdo con el Estudio de los Solteros, un 57 por ciento elige este tipo de plataformas porque les permiten saber (sin coordinar un encuentro) si comparten intereses o características. Otro 25 por ciento sostienen que lo hacen porque pueden encontrar más pretendientes que en un bar o boliche, o bien porque no tienen tiempo para salir.
“¡Ey! ¿Qué haces?”, aparece de pronto en mi pantalla. Es un chico con el que habíamos coincidido en el movimiento de swipe, pero no tanto para dar un Superlike. Uno menos para sumar a los 25 millones que hay a nivel nacional. Es raro, pero da una cuota de adrenalina. “Tirada ¿y vos?”, contesto al rato. Decido buscarlo en las redes. Su nombre no era de los más comunes y su foto era la misma que la de Tinder, por lo que la búsqueda fue fácil. La charla continua: simple y distendida. La ciencia todo lo estudia, hasta los criterios para entablar una conversación. Un 35 por ciento coincide en que, para eso, hay que tener una foto de perfil bien definida. ¿Lo más loco? Un 11 por ciento lo hace porque le agrada el signo de la otra persona.
La alegría de que alguien con quien coincidimos me habla disminuye a medida que deslizo mi dedo sobre su perfil de Facebook. Las estadísticas dicen que un 89 por ciento de los usuarios de app de citas usan esta red social, seguida en un 12 por ciento por Instagram y en un 9 por Twitter. Las fotos muestran otra realidad que lejos está de la de Tinder. El chico en cuestión tiene un hijo. Eso no es lo sorprendente, sino que tiene pareja y ambos comparten un tatuaje en común. Según los datos, el promedio de padres en aplicaciones es equivalente al de quien no los tiene. Sin embargo, no hay información de usuarios que tengan relaciones de pareja y utilicen la app.
Una millennial intenta tener mente open mind. Pero algunas tradiciones pesan más en mí, como los valores de la fidelidad. En la actualidad, muchos son los tipos de relaciones y las condiciones (totalmente aceptables) entre ellas. Me desilusiono y siento, otra vez, que Tinder no es para mí. Sin pensarlo mucho pero con algunas ganas de quedarme, elimino el perfil y en pocos minutos desinstalo la aplicación. Hay, sin embargo, quienes permanecen en la app y apuestan en encontrar una pareja. Los valores, inteligencia y una buena charla son los criterios más importantes que utilizan para ello. La belleza no es prioridad, salvo para un 42 por ciento, y una minoría busca alguien con la misma situación financiera.
Mi registro en Tinder es poco pero suficiente. Dicen que el uso de aplicaciones y sitios para buscar el amor ya no es tabú en los países de América Latina. Un 85 por ciento afirma que no le molesta contarles a sus amigos si conoce a alguien a través de estas plataformas. En mi última salida con compañeros de la facultad, la app número uno en citas fue debate como la tarde en la redacción. Bajo la luz volátil de un boliche, yo formaba parte del 15 por ciento que si le intimida. Me acerqué a uno de ellos, le dije por lo bajo que aunque se lo niegue a los demás, lo había encontrado en Tinder. “No tiene nada de malo”, comenté. En una era de tanta conectividad e interactividad, ¿por qué avergüenza querer conocer gente y salir con diferentes intereses en línea? Irónicamente, yo también me siento incómoda en la plataforma. Me levanto del sillón y dejo el celular, otra vez con la promesa de no descargármela nunca más ¿Hasta cuándo será?