Fue una tremenda escena, digna de ser filmada. Por la puerta del entonces famosísimo «Spell Cafe», en el Dique 3 de Puerto Madero, entraron María Isabel Santos Caballero (viuda de Pablo Escobar Gaviria) y su nuera, María de los Ángeles Sarmiento (novia de su hijo Sebastián Marroquín). La cita era a las nueve de la mañana y ellas fueron puntuales, igual que los dos hombres que las habían convocado allí: dos empleados del ex amante de Santos Caballero, el contador Juan Carlos Zacarías, con quien además tenía negocios inmobiliarios. En otra mesa más alejada controlaba todo el cuñado de María Isabel, Alberto Toro, marido de su hermana Cristina.
Fue el 17 de febrero de 1999 y el encuentro estuvo tenso. Para ese entonces la presencia de la familia del capo del cartel de Medellín en Argentina era un secreto compartido por pocos. Y Santos Caballero, que ya había dejado atrás su nombre original (María Victoria Eugenia Henao Vallejo), necesitaba que se quedara así.
«Ellos nos citaron para extorsionarme diciéndome que Juan Carlos Zacarías ya había hecho la denuncia en la fiscalía y que tenía protección de la misma, y que por esa razón entregara mi capital y propiedades a las autoridades», contó la propia Santos Caballero en una carta fechada el 5 de abril del ’99, carta que -igual que otra media docena- fue dejada en una escribanía, por si le ocurría algo.
En estos documentos, que constan en la causa por la que a fines de 1999 terminó presa (fue finalmente sobreseída luego de pasar 17 meses detenida), la mujer de Pablo Escobar cuenta el año de pesadilla que vivió su familia tratando de que no se supiera su cambio de identidad y su vida en nuestro país. Y un momento especialmente duro fue aquella reunión en el «Spell Cafe».
«Usted es la dueña del dinero y las propiedades y nosotros somos dueños de la seguridad suya y de su familia», le advirtieron los hombres.
«Mis cosas son mis cosas. Yo a ustedes les pagué todos los servicios profesionales que me brindaron y si Juan Carlos Zacarías tiene protección de la fiscalía, que la aproveche. Lo único que nos puede pasar a nosotros es que nos lleven en un Jumbo, gratis, a Colombia», les contestó la viuda de Escobar, acostumbrada a las situaciones límite.
«Ellos pretendían chantajearme y extorsionarme con la intención de que yo les diera dinero a cambio del silencio de ellos. Estos señores salieron temblando del Spell Cafe, corriendo con pánico», recordó la viuda quien, casualidad o no, en octubre de ese año fue detenida luego de que un programa de televisión dejara al descubierto su presencia en Buenos Aires.
En la misma carta ante escribano, a la que tuvo acceso Clarín, Santos Caballero cuenta un diálogo aun más violento con el abogado Víctor Stinfale, quien por entonces representaba a Zacarías, luego fue acusado de extorsión y finalmente cerró el caso en su contra con una probation.
«Usted señora no sea crea Blanca Nieves y los siete enanitos, yo sé muy bien que usted no es ni narcotraficante, ni lavadora de dinero, ni ha cometido delitos de ninguna clase, pero sabiendo yo que Zacarías es un cadáver jurídico, y sabiendo que él no tiene escapatoria, lo único mínimamente posible que yo puedo hacer por él es armarle a usted una historia y un escándalo de tales proporciones habida cuenta de mis relaciones con los medios de comunicación que la voy a denunciar públicamente por narcotráfico, lavado de dólares, asociación ilícita y cuanto delito se me ocurra con el único fin de sacarla a usted del tablero; y su condición de colombiana -además de yo saber quién es su esposo- me van a creer muy fácil esa historia», fue la frase que, según la viuda, usó Stinfale para amenazarla y en la que ella queda muy bien parada.
Más allá de los aprietes para que entregara su dinero y propiedades a cambio de silencio, las cartas de Santos Caballero dejadas durante todo 1999 en escribanías de su confianza muestran a una mujer en una situación límite, con miedo por su seguridad y mucha preocupación por su hija, por entonces de 14 años, quien quería a Zacarías como a un padre.
«Juro haber dicho la verdad y nada más que la verdad y aclaro que esta carta la escribo por propia voluntad y con el único deseo de que no queden impunes los crímenes que contra mí y mi familia se han cometido, ni los que están por cometerse», remata cada una de sus cartas la viuda de Escobar.
Llamados anónimos amenazantes (unos 30 de día y otros 30 a la noche), autos extraños que esperaban a su hijo en la sede de la escuela ORT de la calle Yatay (en Almagro), donde estudiaba, fotos de ella y Escobar enviadas a sus amigos y clientes. Este es el panorama que describió Santos Caballero en sus cartas. En ellas cuenta que el temor incluso la llevó a refugiarse unos días en un hotel y a temer por las ideas suicidas de su hija menor.
«Continúo con mis cartas en las escribanías porque soy víctima de una defraudación por parte del señor Juan Carlos Zacarías y sus allegados (…) que quieren quedarse con todos mis departamentos y 400 mil dólares en efectivo» , dice una de las últimas cartas, fechada en septiembre de 199 donde la viuda habla de que » mi hija esta atravesando una depresión aguda detenido al abuso de este grupo».
«Es muy difícil el momento psicológico que vivo, la presión de este grupo me está descontrolando mentalmente porque es indescriptible el dolor que sentimos. Mi madre, que se está muriendo de diabetes, se tuvo que venir a estar unos meses conmigo por el gran temor de las amenazas de Juan Carlos Zacarías y sus allegados», agrega en esa carta, que remata dramáticamente : «Hago esto por la vida de mis hijos. Dios quiera que esta tortura termine pronto».
Un mes después, la Policía apareció en su casa para detenerla junto a su hijo Sebastián. La razón oficial: un policía la había reconocido en un semáforo.
FUENTE: Clarín