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martes 23 de abril del 2024

El conmovedor relato del hombre que cuida la vida de los brigadistas que combaten el fuego en las islas

Por Ignacio Pellizzón.

Por Ignacio Pellizzón

Freud plantea que “un Hombre sin deseo, es un Hombre muerto en vida”. El concepto del psicoanalista se basa en que el “Deseo” es lo que motoriza el sentido de la vida de las personas que están vivas. Para Ariel Amthauer, proteger a los cien brigadistas que combaten el fuego frente a las islas de Rosario, hoy en día, es su principal deseo.

Ensayar una definición sobre quién es este guardaparque, oriundo de Bariloche, que llegó a la ciudad hace más de un mes, podría ser: la persona que cuida a los que nos cuidan de los incendios en las islas.

A sus 45 años, siendo padre de dos hijos (Lautaro 17 y Antonia 8), Ariel le reconoce a Rosario Nuestro que su labor en el Delta del Paraná le genera mucha “ansiedad”, porque en sus manos está la seguridad de los casi cien brigadistas que combaten el fuego diariamente.

Con una ex pareja que también es guardaparque, pudo recorrer, desde el ’94 que ingresó a la fuerza de brigadistas, “prácticamente todo el país” atendiendo las urgencias ambientales como, por ejemplo, incendios forestales en el norte de Argentina o rescatando personas atrapadas en las montañas frías de El Chalten (Santa Cruz), en el sur.

Si bien reconoce que en el trabajo que realizan hay mucho de “vocación y altruismo”, critica que “la mayoría de los brigadistas sean contratados”. Entiende que “hay un momento en la vida que uno busca cierta estabilidad laboral” y por eso espera que en algún momento “la situación mejore” y “se valore más la profesión”.

Amthauer prefiere no entrar en polémicas sobre las intencionalidades detrás de los incendios, pero deja en claro que “habría que investigar cada foco en particular cómo fue que se originó” para tener una noción de la causa de las quemas.

“Jamás pondría en duda la palabra de una persona que está en el campo combatiendo el fuego”, ratifica y reflexiona: “Me genera mucha angustia cuando tengo que sobrevolar la zona para dejar a los brigadistas o asistirlos con agua y comida y veo los focos desparramados por toda la llanura”.

¿Qué te cautiva de apagar incendios?

Ingrese en el ‘94 a las brigadas de incendio. Siempre me llamó la atención apagar incendios. Esa era mi visión para mi vida en la actividad en el mundo laboral. Hice cursos de guardaparques y, así, accedí al cuerpo. Me fui a trabajar al parque nacional Los Glaciares, pero antes estuve en Los Alerces. Fueron unos seis años abocado a rescates en montañas. La verdad que hice de todo en los 25 años que llevo de servicio.

Mi traslado al parque nacional Los Glaciares, antes estuve en Los Alerces, y me fui a trabajar a la zona de emergencia en Los Glaciares, así que estuve como seis años abocado a rescates en montaña. Hice de todo.

Es una vida muy nómade, ¿no?

Los guardaparques es una de las instituciones más versátiles que tiene el país. Se adapta a todo tipo de ambientes. Yo hoy tengo 45 años, dos hijos (Lautaro 17 y Antonia 8) y estoy separado. Tuve la suerte de que la mamá de mis hijos también es guardaparques. Ella sigue en El Chaltén. Nuestro estilo de vida está adaptado a poder trasladarnos todo el tiempo.

Desarrollamos una devoción por el cuidado del medioambiente. Nuestros hijos también están acostumbrados a viajar y a acomodarse a situaciones poco normales para muchas personas, pero que nos enriquecen muchísimo como personas y como profesionales.

Exactamente, ¿cuál es tu función en los incendios en las islas?

Yo tengo que coordinar el operativo de todo el equipo que combate el fuego. Mi función es administrar los recursos que están disponibles. De estos recursos, el más importante es el humano que son casi cien personas, con lo cual le trato de brindar todas las herramientas para desplegarse en este ambiente que es súper complejo, las distancias son grandes. Tenemos dos helicópteros militares, dos aviones hidrantes y un avión observador.

¿Con qué escenario te encontraste cuando llegaste?

Yo llegué el sábado 8 de agosto, había llovido el día anterior, pero igualmente el domingo ya había actividad y el lunes con la aparición del sol surgieron puntos calientes. Es decir, desde el martes 11 hubo mucha actividad. En los sobrevuelos veíamos entre 15 y 20 focos distribuidos en la zona. El panorama era complejo de resolver con los recursos disponibles.

¿Qué sentís cuando ves que, después de tanto esfuerzo, hay intencionalidad detrás de los focos?

Yo trato de no caer en las distintas versiones, porque me tengo que abstraer de todo eso y me tengo que dedicar a hacer mi trabajo. Lo que sí puedo compartir es mi sentimiento. Esto parte de mi profesión, y no sólo de mi profesión, sino que a cualquier persona le podría llegar a pasar. La verdad que cuando veo estas extensiones grandes quemadas, sabiendo un poco de la conservación del ecosistema y de su importancia, me emociona, me angustia.

Muchas veces viene esa sensación de querer llorar en los sobrevuelos. Es una sensación muy angustiante la que siente el apagafuego. La verdad que me genera eso. Uno trata de volver a la situación y trata de evitar sus sentimientos y estar entero para hacer mi trabajo. En la función que desempeño tengo que estar entero, porque debajo tengo la responsabilidad de muchas personas.

¿Con qué tipo de responsabilidad cargás?

Yo trabajo con la vida de muchas personas. En el operativo, para que te des una idea, hay 67 combatientes, diez del personal del ejército, gente de Protección Civil, el personal aéreo, entre otras más, en total somos casi cien personas.

Es un número interesante y uno tiene que pensar en todas las cosas, porque uno despliega a las personas en el terreno y se tiene que asegurar de que vayan con la vianda, con agua suficiente para poder hidratarse, garantizar de que si los metemos ahí los podamos sacar bien, son muchas cosas las que hay que pensar.

Por eso trato de dejar de lado los sentimientos para evitar errores, porque acá implica fallar en la seguridad y alguien puede salir lastimado. Es para mí fundamental mantenerse frío.

Para atacar los incendios, ¿ustedes van cuando ya se ve el humo o cómo se anticipan?

Acá estamos coordinando con todas las fuerzas policíacas. Ellos se tienen que encargar de la parte del patrullaje y tratar de prevenir estas situaciones. Nosotros todos los días hacemos un sobrevuelo con un avión observador y se van determinando los puntos calientes a través del humo y si son muchos focos, establecemos prioridades de trabajo.

Algunos focos no representan ningún tipo de riesgo. Primero están las vidas, después las propiedades y después el medioambiente, por una cuestión lógica de que una vida no tiene precio. Es lo que nos marca nuestro procedimiento. Organizamos qué focos atender.

Al final del día se organiza una reunión para conocer cómo se avanzó en cada situación y se proponen ideas para trabajar al día siguiente. Así vamos intentando aplacar los fuegos que van apareciendo.

¿Hay intencionalidad detrás de los incendios?

Acá la cosa está complicada porque los focos siguen apareciendo. Yo la verdad que no quiero entrar en ese detalle, porque todavía no se investigaron las causas y se puede decir cualquier cosa. Acá para determinar realmente el porcentaje de intencionalidad o si hubo o no, se debe investigar cada uno de los focos y eso es algo que está faltando. Por eso no quiero entrar en ese debate.

¿Trabajás con miedo?

No sé si es temor. Es una especie de ansiedad. En mi función yo soy un espectador a través de un equipo de radio. Al escuchar todas las comunicaciones, cuando la gente está apurada o están pidiendo un avión hidrante porque el fuego está cerca o cuando piden agua de forma desesperada, uno lo siente a través de la radio, sobre cómo se expresan, el ímpetu que le ponen a la comunicación.

Entonces, la confianza en el equipo es clave, ¿no?

Mi origen en esto empezó con una pala. Conozco ese tipo de situaciones. Me doy cuenta cuando la gente está necesitando un recurso o un apoyo. Me genera un poco de ansiedad, la necesidad de estar ahí. Me produce un poco de angustia el poder estar ahí cuando me necesitan. La palabra del que está en el campo, es palabra santa. Nunca pongo en tela de juicio un requerimiento. Nunca voy a poner en juicio si alguien me dice que no se puede seguir. Yo no me voy a permitir jamás una situación de accidente. Confió mucho en la gente. Tengo que confiar en ellos. Acá, por suerte, no sufrimos ningún accidente.

¿Se les reconoce el trabajo que realizan?

Es una gran pregunta. Acá hay que diferenciar dos tipos de situaciones en cuanto a la relación contractual del personal. En mi caso tengo cierta tranquilidad porque pertenezco a la planta permanente del Estado nacional. Así mismo, considero que mi función no está reconocida como debiera ser.

Pero los brigadistas son contratados. Algunos trabajan por temporada, otros de forma anualizada. Tienen una situación laboral precaria y depende, muchas veces, de la situación económica de una provincia o del Estado nacional. Creo que la profesión del apagafuego todavía en Argentina no tiene el reconocimiento que se merece. Yo deseo que en algún momento se reconozca la actividad.

Más allá de lo que implica para cualquier persona quedarse sin trabajo, esto tampoco es beneficioso para el sistema. Porque uno tiene que comenzar con la formación de brigadistas nuevos. Hay gente que viene trabajando diez años seguidos. Las personas buscan cierta estabilidad laboral. Yo puedo asegurar que hay un altísimo porcentaje de personas que lo hacen por vocación, hay muchísima vocación en la Argentina, porque los sueldos no son buenos para nada.

Yo espero que la situación en algún momento mejore. Creo que debería ser una profesión que esté reconocida. Acá hay mucha vocación y altruismo, porque la gente realmente está porque les gusta. Todos experimentamos muchas emociones por querer cuidar lo que es de todos, por querer dar una mano o aportar nuestro granito para que tengamos básicamente un mundo mejor.