Es muy habitual escuchar en consulta a los pacientes decir «no quiero ser como mi mamá o mi papá» refiriéndose a lo que no les gusta y luego verse reflejados en ciertas conductas.
“Para desidentificarnos de aquellas situaciones y emociones dolorosas, desagradables y difíciles que vivimos con nuestros progenitores necesitamos mirar nuestras heridas desde una perspectiva neutral, o sea, desde la conciencia y no desde los ojos compulsivos del carácter que nos lleva una y otra vez a la carencia y a mantenernos atrapadas en el pasado” explica la terapeuta Paola Borlini.
Aquello que no queremos nos esclaviza
La salud mental tiene que ver con la libertad y todo aquello que rechazamos y no queremos ver nos esclaviza y debilita. Por eso, es tan importante ser conscientes de lo que rechazamos (que generalmente es lo que más nos duele) para observarlo, investigarlo y superarlo.
Las heridas, son heridas de amor, esto quiere decir, que no nos hemos sentido lo suficientemente amados, escuchados, mirados, sostenidos, protegidos y valorados. En general, podríamos decir que tuvimos un contacto tierno, dulce y afectivo empobrecido.
La negación al pasado: la otra cara
Algunas personas cuando miran su infancia se polarizan viendo todo de manera positiva como una defensa para expulsar lo negativo y así evitar entrar en contacto con el dolor.
En mayor o menor medida, todas tenemos alguna herida infantil que sanar. Y sanar significa mirar todo lo vivido y a los padres sin prejuicios, perdonarlos, ponerlos en el corazón, aprender una conducta que permita vivir con los padres que tocó sin que destruya ni desequilibre, ponerse en paz con lo que fue, reconciliarse con cada historia para vivir en el presente sintiéndose cómodos en la propia piel y decidiendo que sentido le queremos dar a la vida.
Ten como referente o como faro que guie tus pensamientos y tu conducta la frase de Sartre que dice: “Lo que define a una persona no es lo que le hicieron sino lo que ella hace con lo que le hicieron» ya que, evidentemente, desde que nacemos la cultura y la familia forjan nuestro carácter pero la Grandeza del Espíritu reside en la capacidad de transformar lo artificial para que emerja lo esencial.
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