No puede ser cierto, cuesta creerlo, no queremos asimilarlo, no podemos. La noticia que jamás quisimos leer, ver o escuchar, llegó. Diego se fue, se murió el fútbol. Y nos duele en lo más profundo a todos, nos conmociona, nos moviliza. A los más futboleros, a los que no les importa la pelota, a quienes le cuestionamos algunos de sus dichos o actos, e incluso nos reprochamos eso porque quiénes somos nosotros para juzgarlo. En definitiva, todo eso importa poco, porque Maradona nos hizo felices a todos, los que lo vieron en vivo levantando la Copa del Mundo en el 86, los que pudimos disfrutar sus últimas pinceladas, pero no nos cansamos de repetir una y mil veces sus videos.
Era muy chico cuando a Diego le cortaron las piernas, pero veo esa entrevista que le realizó Alejandro Fabbri y me transporto a ese momento de inmediato, siempre es lo mismo, una gran tristeza por lo que aquello representaba. Ya sin los cortos puestos, cuando en el 2000 la pasó fea y debió ir a Cuba para recuperarse, de forma milagrosa, fueron días, semanas y meses de angustia, de querer saber cómo estaba el ídolo. Cuando gambeteó a la muerte esa vez, fue imposible que no rebrote la alegría. Es que no podía irse, no era concebible en ese momento, tampoco lo es ahora. Incluso mayor fue la felicidad o, cuanto menos, la tranquilidad cuando en 2005 evidenció uno de sus mejores momentos de salud tras realizarse la cirugía de bypass gástrico y lucir espléndido en La Noche del 10.
A Diego siempre lo vamos a querer, nos pudimos enojar cuando se habrá equivocado hasta osamos cuestionarlo, como si alguno pudiese afrontar lo que significó estar en los zapatos del 10 al menos un día. Inimaginable, casi imposible de sobrellevar para los simples mortales. Por eso su figura toma carácter de mito, porque tuvo una vida en la que le pasaron cosas que podrían ocurrir en diez vidas de cualquier otro. Y hasta que ya no pudo más, eludió todo cual jugador inglés en aquella jornada de sol radiante en el Azteca.
Sí, ese 22 de junio de 1986 cuando nos hizo creer que hizo un gol con la mano de Dios. No, fue con su mano porque él es Dios. Bajó a la Tierra el 30 de octubre de 1960 con un único objetivo, darnos alegrías eternas. Se entremezcló entre nosotros y hasta sufrió los males de los humanos. Cayó en adicciones, trastabilló, se equivocó en varias ocasiones al elegir a su círculo íntimo, hizo amigos a montones, se peleó con unos cuantos, hasta por momentos alejó a su propia familia o sobre los últimos de sus días en vida, algunos no dejaron que se acerquen. Claro, es que era blanco o negro, no había grises para Maradona.
Diego se fue pero siempre va a estar. Queda su magia, sus goles, sus anécdotas, su enorme carisma, su inigualable aura y sobre todo queda la felicidad eterna que nos dió representando la Albiceleste. Será cada 25 de noviembre una fecha para que aflore nuevamente la tristeza de este momento, para dejar caer algunas lágrimas también, pero cada día habrá una ocasión para recordar todo lo que nos dejó. Llegó el momento de soltarlo, en medio de un profundo dolor, cuesta verlo partir, pero debemos, porque bajó hace 60 años a este planeta con una misión, la cual cumplió con creces y está claro que hizo mucho más. El cielo lo reclama, es lo justo. Así que, recíbanlo, cuídenlo, denle una pelota, pongan Live is life y disfruten. Sí, finalmente, les devolvemos a Dios.
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