18°
miercoles 24 de abril del 2024

Claudia Sobrero, la asesina condenada a perpetua por el crimen de Lino Palacio

Rodolfo Palacios para Infobae

En las fotos de la época aparece con un cigarro en la mano, una sonrisa y un sombrero de cowboy. Fresca y desafiante como Faye Dunaway en Bonnie & Cyde y con un aire de inocencia, como Sissy Spacek en Badlands.

Claudia Alejandra Sobrero no aparece en ninguna película, aunque existe un documental sobre su vida y Dolores Fonzi la interpretó en un capítulo de Mujeres asesinas titulado «Claudia Sobrero, cuchillera».

En 1984, cuando tenía 21 años, la detuvieron por ser cómplice del crimen del famoso dibujante Lino Palacio y de su esposa Cecilia Tavera. Su nombre reapareció a partir de la condena a perpetua que recibió Nahir Galarza en Gualeguaychú por el crimen de Fernando Pastorizzo, ocurrido el 29 de diciembre de 2017.

Hasta ayer, Sobrero ostentaba el triste récord de ser la mujer más joven condenada a perpetua. Pero Nahir, de 19 años, la superó. También pasó la marca de Carlos Eduardo Robledo Puch, que en 1972 mató a 11 personas, fue detenido a los 20 años y condenado en 1980, cuando tenía 28 años.

Palacio fue el creador de Don Fulgencio, Ramona, Avivato, Doña Tremebunda. Sus dibujos fueron publicados en las revistas Caras y Caretas, Don Goyo, Billiken, Primera Plana y Tía Vicenta.

Una vez contó a la revista Gente que Fulgencio fue inspirado en un vendedor de Biblias que vio en la calle. «Pateaba una caja de fósforos que había en el piso, así recorrió una cuadra. Pensé: pobre hombre, nunca tuvo infancia».

Quien no tuvo infancia, o según ella no fue una infancia feliz, había sido su asesina, Sobrero. Había sufrido maltratos y aprendido lo que era el dolor, confeso a una psicóloga de la cárcel.

Sobrero está libre desde el 18 de enero de 2012, tras 27 años de encierro. Es la mujer que más tiempo estuvo en prisión en la Argentina. Y fue la única a la que se le aplicó la pena de reclusión perpetua por tiempo indeterminado. Esa pena recibieron El Petiso Orejudo, el asesino de niños, Robledo Puch y Arquímedes Puccio, el siniestro secuestrador de empresarios.

A diferencia de ellos, Sobrero sobrevivió al encierro y en prisión se recibió de socióloga. Pasó más de la mitad de su vida castigada en la cárcel y, según ella, recibió maltratos físicos y psicológicos, además de haberse contagiado una enfermedad por negligencia del Servicio Penitenciario Federal.

La defensa de Sobrero busco como atenuantes el consumo de drogas de su defendida y su infancia llena de maltratos. Pero los jueces no hicieron lugar. Según Sobrero, los jueces que la condenaron en 1990 (el juicio por escrito duró seis años) le dijeron: «Vas a salir de la cárcel 48 horas después de muerta».

El caso

Claudia era la pareja de Jorge Palacio Zorrilla, sobrino nieto de Lino Palacio. En enero de 1984, según consta en el expediente, los dos decidieron robar las llaves del departamento del dibujante, situado en el quinto piso de Callao 2094, 5° piso.

El plan era robar la plata de la caja fuerte. Jorge viajó a Mar del Plata, donde descansaba su abuelo, y le sacó las llaves. Volvió a Buenos Aires y con Claudia entraron en el departamento y robaron 10 mil dólares.

Tiempo después se separaron. Claudia se puso de novia con Oscar Odín González Muñoz, un joven chileno de 19 años. «Como admiraba a su nuevo novio, se le ocurrió demostrarle que era capaz de todo, fue así que lo convenció a él y a un amigo del muchacho, Pablo Zapata, de robar en el departamento de Palacio», dijo uno de los investigadores del caso, según refleja una crónica de entonces publicada en Clarín.

El 14 de septiembre de 1984, los tres entraron en el departamento, pero no estaba vacío: Lino Palacio y su esposa Cecilia Pardo, los dos de 80 años, se encontraban ahí.

Claudia logra convencerlos para poder pasar. Una vez adentro, comienza el horror: los amenazan para que les entreguen el dinero. Lo obtuvieron y decidieron matarlos para no dejar testigo. A Palacio le aplastaron la cabeza con una plancha y luego lo apuñalaon. A su esposa la mataron de 16 puñaladas. Después se fueron a jugar al pool. Habían robado joyas y dinero.

Claudia Sobrero fue detenida 5 días después en Tucumán, donde caminaba con zapatillas rojas, jeans ajustados y un sombrero cowboy.

Llevaba una cédula de identidad falsa, pero al ver a la Policía, no se resistió: «Ya sé. Me buscan por el asesinato de Lino Palacio. Vamos».

Sus dos cómplices fueron detenidos ese día. Jorge Palacio Zorrilla fue condenado a dos años por haberles entregado la llave y dado información de los movimientos de su tío abuelo.

Su vida fue de película: en 1986 fue la primera mujer en lograr fugarse del penal de Ezeiza. A las pocas semanas la detuvieron en Mar del Plata. El 3 de enero de 2006 salió en libertad condicional: vivió en la calle, no conseguía trabajo, conoció a un hombre y juntos comenzaron a robar. La detuvieron después de sacarle la cartera a una mujer.

Volvió resignada a la cárcel, donde buscó sobrevivir a todos los obstáculos. Hasta escribió un libro: «Así murió Lino Palacio, no todo lo que brilla es oro».

La periodista y escritora Marta Dillon escribió sobre ella: «La pena máxima jamás aplicada antes a una mujer. No importó entonces que su defensa fuera débil, ni su fragilidad en tanto adicta a drogas ilegales. Frente a la atrocidad del crimen de una figura pública esta otra figura a la que se fotografió mientras dormía en su celda apenas apresada como símbolo de la falta de arrepentimiento parecía operar como contrapeso necesario para dejar las cuentas saldadas. Claudia Sobrero creció en la cárcel. Sus hijas fueron separadas por decisión salomónica: la mayor, de cinco, iría a vivir con la familia materna. La menor, de dos, con la paterna, y su madre le perdería el rastro para siempre. En la cárcel terminó el secundario, se graduó como socióloga, se anotó en cada taller que pudiera ofrecerle una mínima ventana a lo que sucedía afuera: teatro, serigrafía, expresión corporal, animación cinematográfica. Sin embargo, la cárcel, la tumba como le dicen quienes la padecen, nunca dejó de proyectar su sombra».

En libertad, Sobrero suele participar en congresos de sociología y busca reencontrarse con sus hijas. El documental Claudia, dirigido por el cineasta Manuel Gonnet, muestra su lado más luminoso. En las clases de teatro, bailando, escribiendo.

En una escena aparece en un aula frente a un pizarrón lleno de recortes de diario que ella pegó sobre el caso. «El terror entre nosotros», «Perfecta asesina», «Brutal asesinato», son algunos de los titulares.

«Todos estos años tuve que resistir. Si no resistís, desaparecés como persona», dice emocionada.

En otra imagen muestra la pared de su pequeña celda, llena de fotos. Aparecen el Che Guevara, Santucho, Luca Prodan, Al Pacino, El Eternauta y sus dos hijas.»Con ellos no puedo pedir más», dice Sobrero.

Luego mira a cámara y resume en una frase el infierno que vivió después de matar.

«Algunos se deben preguntar. ¿Esta mujer ha hecho algo por lo que valga la pena que firme un autógrafo?», reflexiona Sobrero. Ella misma se responde: «Sí, resistir».