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martes 23 de abril del 2024

Cien años

Por Jorge Cánepa.

Me gustan los valses. Los asocio a los festejos más sentidos. Los 15 años de una chica que sube el primer escalón para ser mujer, una fiesta de casamiento, con los abuelos vivos, con el amor pintado en las caras de los novios, con el imborrable llanto de la vecina que ayudó a vestir a la novia.
Me gustan los valses.
Los que sonaban en las madrugadas de sorpresivas serenatas, los que se escuchaban en el club del barrio mientras las patinadoras giraban, los de Straus, que ilustraban alguna épica escena de una película.
Y los valses tocados por las «guitarras de la casa». Esos músicos extraordinarios, que acompañaban a todo el mundo en las radios de los ’50, con música en vivo, a toda hora, y que fue el sonido de mi infancia.
La radio era la compañera eterna.
Siempre encendida, con voces reconocidas, pero de rostros imaginarios, que nos llevaban a viajar, que nos hablaban con frases sabias, que inventaban un mundo con canciones, una historia de nobles franceses, las andanzas de un gaucho indomable o los amores no correspondidos de una niña pobre.
Las radios creaban a nuestros ídolos, nos contaban un partido, nos traían la epopeya del gran Pascualito Pérez en Japón, nuestro primer campeón mundial de box.
No había más que una radio, de válvulas, eléctrica, y nuestra imaginación.
Me veo, sentado en el zaguán de mi casa, solo, escuchando a las orquestas de tango que a mis 6 o 7 años, deslumbraban con su sonido.

Desde entonces, la radio es magia para mí.
Sin dudas, nuestra generación fue el producto cultural de la radio.
Sus voces nuestra familia. Su música, nuestras alegrías y su magia, nuestro milagro cotidiano.
Se cumplen cien años de lo que fueron las broadcasting, que se transformaron en redes nacionales y que impulsaron la instalación de las primeras emisoras de lo que aquí llamamos «interior», como referencia geográfica, y a mí me sigue pareciendo que en realidad, ubica el lugar en el que guardamos aquellos sonidos entrañables y toda nuestra emoción. Bien adentro de nuestro corazón, en el interior del alma.

Pablo Juan Cribioli y Miguel Domingo Aguiló hace 70 años en Momento Deportivo, por LT1 de Rosario (hoy Radio Nacional).

El tiempo pasó y de aquel tiempo de los pioneros, pasamos a este, turbulento, tecnológico, impactante, de un crecimiento imparable, donde nada dura mucho porque será reemplazado, inexorablemente, por nuevos descubrimientos científicos que acelerarán las comunicaciones.
Lo que no se inventó todavía es un medio que reemplace a la radio.
Y quizá nunca se invente.
Hace falta encontrar enamorados de una profesión, que antepongan su vocación a los placeres, que sacrifiquen momentos felices por comunicar, que sepan para que eligieron estar allí y que entiendan que ser un Hombre de Radio es un premio, y dura toda la vida.
El sonido que nos lleve a soñar, a imaginar, a creer que un paisaje es tal como lo sentimos, que a una voz le corresponde el rostro que dibujamos, que por inmediato se adelante a todos, que por una canción nos haga subir el volumen en el auto y no nos deje bajar, será eterno.
Y de vez en cuando, hasta sonará un vals.

Jorge Cánepa.