Amantes, un ajuste de cuentas y violencia secreta: cuando todos «los cañones» apuntaron contra los padres de Sofía Herrera
Gisele Sousa Dias para Infobae
Habían pasado varios días desde la desaparición de Sofía Herrera cuando quedé a solas, con su mamá, sentada entre los juguetes de su hija. María Elena estaba embarazada de cinco meses y, afuera, la marcha de silencio en el frío fueguino era tan triste que la habían obligado a volver a casa. No sé bien cómo supe que esperaba otra nena, por qué pasé el límite y le toqué la panza, a quien de todas quise acariciar.
Sí sé bien lo que sentí en el cuerpo en el instante en el que escuché la voz de una nenita que cantaba «Manuelita vivía en Pehuajooó, pero un día se marchooó». Sofía era hija única, le faltaba poco para cumplir los 4 años, y creí que era ella, que la habían encontrado, que volvía a casa cantando.
No hubo emoción, sin embargo, en el cuerpo pesado de María Elena. Mientras la voz de la nena seguía cantando-«nadie supo bien po queeé, a Padís ella se fueee-, ella se levantó, buscó su celular, miró quién llamaba, cerró la tapa y la canción se interrumpió. La voz de su hija era su ring tone.
Pido disculpas por la primera persona. No he podido encontrar otra forma de contar una escena que todavía hoy, 10 años después, me sigue cerrando la garganta. Sofía nunca apareció y cada año, cuando vuelvo a llamarla, María Elena contesta igual. «¿Cómo estás?», «Acá andamos». Nunca volvió a decir la palabra que todos decimos por default: «Bien».
Sofía, a la que todavía llama «mi princesita dulce», había sido «una hija muy buscada». María Elena había tenido endometriosis, un embarazo ectópico y le habían extirpado una trompa. Después de cinco años de intentos frustrados se enteró de que estaba embarazada. Releo lo que escribo -«una hija muy buscada»- y chequeo un dato en la página de Missing Children: Sofía ya está entre las tres nenas que más tiempo llevan «perdidas».
María Elena era ama de casa y Fabián Herrera, su marido, trabajaba en una fábrica de hilados. Ese 28 de septiembre de 2008, domingo, amaneció soleado. No era lo habitual en Río Grande, por eso decidieron ir con una pareja de amigos a pasar el día a un camping sobre la ruta.
Las mujeres se quedaron en el auto. Los hombres bajaron a buscar un reparo para hacer el fuego. Sofía corrió atrás de ellos. Los hombres volvieron, Sofía no. Su desaparición sucedió mientras Fabián creía que había vuelto con María Elena y María Elena creía que estaba con Fabián.
Como nunca hubo ninguna pista concreta y en el «pueblo chico, infierno grande» todos murmuraban por lo bajo, los investigadores pusieron la lupa en la familia. «El juez nos dijo: ‘Díganme la verdad porque si ustedes tienen algo que ver, no tienen perdón de Dios», recuerda María Elena.
Se llevaron sus teléfonos para comprobar si alguno de los dos tenía un o una amante que pudiera haber querido dañar a Sofía por despecho. Nada. «Cuando me quedaba sola, la Policía me preguntaba si Fabián era violento y si yo le tenía miedo. Me decían que les contara, que me iban a proteger».
¿Cabía la posibilidad de que el propio padre de Sofía la hubiera atacado y enterrado en el camping y que María Elena lo estuviera encubriendo por miedo? Los investigadores recrearon la caminata de los dos hombres por el camping para ver si habían tardado más de lo que decían. La hipótesis tampoco condujo a nada.
«También se decía que Fabián tenía deudas de juego con un empresario muy poderoso de acá, dueño del casino. Y que podría haber sido un ajuste de cuentas. Revisaron todas las cámaras, nunca había estado en el casino». Investigaron las cuentas de la pareja: no había movimientos extraños, solo encontraron una deuda de 20.000 pesos de un préstamo que habían pedido para arreglar el patio y construir una parrilla.
Investigaron a la otra pareja (incluso a los padres del matrimonio) para ver si podía haber habido un secuestro pactado y un entregador. Los perros, guiados por la muda de ropa que le habían llevado a Sofía por si se mojaba, estuvieron hasta en los techos de esas casas. Nada.
«Acá han llegado a decir que yo era prostituta y mi marido proxeneta. Y que venía por ese lado», sigue. «Las habladurías del pueblo confundían a la Justicia. Se perdió mucho tiempo en investigarnos a nosotros. ¿Cuántos cabos habrán quedado sueltos mientras perdían el tiempo con nosotros?».
Hubo una vidente que sostuvo durante todos estos años que «nunca la habíamos llevado al camping, que la habíamos enterrado en el patio y habíamos inventado todo para justificar que la habíamos matado». La Justicia secuestró su cámara, donde apareció la foto que le sacaron esa mañana en la estación de servicio. Sofía tiene un buzo azul Francia: eso recomienda Defensa Civil para evitar que los chicos se pierdan en la estepa.
Los Herrera accedieron a excavar frente a las cámaras en el patio de su casa. No había nada. Recién este año las pericias psiquiátricas mostraron que la vidente padece delirios místicos y alucinaciones. Tiene sus facultades mentales alteradas, por lo que fue considerada inimputable.
María Elena dio a luz a Giuliana cuatro meses después de la desaparición de Sofía. La cara de esa nena, que el 23 de enero cumplirá 10 años, se usó para definir la proyección del rostro que Sofía tendría hoy.
Giuliana no usa la cama de su hermana: la cama sigue vacía y tendida, esperando el regreso. «Tengo guardado lo que había usado esos días: las medias con tierra, la campera que le ponía para ir a la playa. Un poco porque pienso que tal vez algún día la tecnología avance y algo de eso puede servir. Otro poco porque es lo último que usó mi hija».
Hay, entre esos recuerdos, un toallón rosa guardado en una bolsa. Fue el toallón que usó para bañarla por última vez y aún conserva cabellos sueltos de Sofía. «A veces lo saco para tocarlo, para olerlo», dice María Elena, y llora por teléfono, a casi 3.000 kilómetros de Buenos Aires. Después, le pregunto si quiere grabar un video: lo que quiera, como quiera. María Elena lo envía: no le habla a los lectores, le habla a su hija.
Es que cree que se la robaron, de lo contrario, ya habría aparecido el cuerpo. Era época de cruceros en Ushuaia, por lo que había gente de todo el mundo alquilando autos y paseando por la isla. Es un lugar al que suelen llegar turistas para hacer pesca deportiva y para jugar al polo. Todos recuerdan, además, que en aquel entonces había un contingente grande de chinos.
No es una esperanza alimentada de viento: solo el año pasado se investigaron 19 denuncias (todas surgidas del sitio web oficial de la búsqueda) de personas que creían haberla visto. Fueron 19 momentos de esperanza seguidos de 19 «no». El nuevo juez anunció ahora que hará una «reevaluación completa» de la causa.
«Sofi está por cumplir 14 años. Ya tiene edad para entender pero, si habla otro idioma, tal vez ni sepa que la estamos buscando», se despide su mamá. «Siempre pienso cómo habrá crecido, si se acordará de nosotros, si tiene amigos, si irá a la escuela, si será feliz. Imaginar eso me tranquiliza. Pienso: ‘Si no puede estar conmigo por lo menos que esté siendo feliz».