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sábado 20 de abril del 2024

Akira: «Quiero jubilarme de trabajadora sexual»

La primera vez que Akira tuvo su salario en el bolsillo, se topó con un par de tacos que salían lo mismo. No pudo evitar ceder a la tentación de comprarlos, a pesar de una promesa que se había hecho: «ahorrar la plata una vez que tenga un laburo». Akira usó sólo una vez ese par de zapatos, pero no se arrepiente del gasto. Cada vez que los ve ocupando un lugar entre sus cosas, siente lo que mismo que el primer día de trabajo: «poder».

Tiene 20 años y es trabajadora sexual. Más precisamente, «asistente sexual» para personas con diversidad funcional o alguna discapacidad. No es la única. La joven rosarina, que prefiere mantener en reserva su identidad, forma parte de un colectivo que es cada vez más visible. Los trabajadores y trabajadoras sexuales que aparecen en escena mostrando un mundo laboral cada vez más amplio y sin ninguna contemplación legal: el de la prostitución consentida, elegida y deseada.

El trabajo sexual en Argentina es legal. Ninguna mujer, transexual o varón que cobre por sexo corre el riesgo de ser penado por la ley. Sin embargo, no están amparadas por ningún marco legislativo, lo que genera que ninguna trabajadora tenga acceso a estar en blanco, a la jubilación, obra social, etcétera. Pero también hace que los márgenes con los delitos de trata y proxenetismo estén difusos.

AMMAR denunció más de una vez la persecución a trabajadores independientes por parte de las fuerzas policiales. La falta de una normativa clara y la persecución permanente implican, además, que las personas que sí eligen la prostitución estén empujadas a condiciones que rozan la marginalidad y clandestinidad. No hay, entre otras tantas faltas, protección frente a casos de inseguridad o políticas de salud e higiene.

Las denuncias del gremio destaparon un escenario desconocido: el de las mil y una formas de ejercer el trabajo sexual. Strippers, webcammers, actrices porno, las que se paran en las esquinas, las que atienden en privados o en hoteles alojamiento, y también los varones y las transexuales. Un colectivo de personas que, aseguran, busca visibilizarse, cortar con los estigmas. Otro de sus objetivos es movilizarse por los derechos laborales para quienes deseen ejercer el trabajo sexual y alcanzar verdaderas políticas de inclusión.

Una más entre las miles posibilidades

“Yo me imaginaba que los encuentros iban a ser fríos, mala onda, con hombres que iban a darme órdenes. Pero nada que ver. La mayoría son pibes de entre 25 y 35 años y lo que más preguntan es qué me gusta a mí. Me imaginaba eso o que alguien me iba a despreciar en la cara porque no soy una modelo. Nunca me ha pasado algo así y no conozco casos, aunque no significa que no haya pasado”.  

Aura Siem tiene 25 y es trabajadora sexual desde enero de este año. Antes, trabajaba entre 12 y 16 horas por día en tres lugares distintos. La joven se quedó sin empleo en diciembre pasado, después de haber sufrido un accidente laboral. Le faltaban unos pesos para irse de viaje y encontró en en la prostitución una salida económica. Aura se fue y volvió. Y siguió viajando. Y siguió trabajando.

Ella también elige la misma palabra que Akira: lo que siente siendo trabajadora sexual es «poder». “Me empoderé un montón”. El ejemplo que da es claro: “Antes no exploraba mi propia sexualidad. Y a partir de ver que hay personas que piden cosas particulares me dan ganas de ver cuáles son mis cosas particulares, preguntas que quizás no me había hecho antes. Eso me ha llevado a liberarme a mí misma y estar más segura sexualmente”, argumentó.

La vida de Aura es -para ella- normal. La vida de una piba, de una joven, que trabaja de lo que le gusta. “Es como tener un laburo a medio tiempo. Se trata de generar contenido, que es mi forma de hacerme marketing, responder mensajes, interactuar y de los encuentros, por supuesto”. Cuando sale de sus horas de trabajo, hace lo mismo que cualquiera: salir con amigas, salir a bailar, conocer gente.

Aura consideró, en un principio, que el trabajo sexual era algo temporal. Siempre tuvo la idea de que este tipo de «laburo» tenía un límite de edad. Con el paso del tiempo, se fue encontrando con colegas que ya están llegando a la tercera edad. Lo que ella descubrió es que el abanico de clientes y posibilidades de ejercer la prostitución es infinito.

“La forma de hacer mi trabajo es distinta a la de otras trabajadoras. Una puede ir perfeccionando eso e ir ofreciendo un servicio acorde también al tipo de cliente que quiere tener. Eso es alcanzable con el tiempo. Hay clientes para cada trabajador y trabajadora. El sistema no es tan cuadrado”, remarcó. Y aclaró que éste es su trabajo. Ya no necesita barajar otras posibilidades laborales.

«El placer de dos y la plata: el triángulo perfecto»

Akira Raw tiene una voz tranquila, pausada, apenas nerviosa. La joven habla, sin embargo, con soltura y una característica: en neutro. No habla de ella ni de nadie en femenino ni en masculino, y pide por favor destacar esa característica. La forma de mencionar en esta nota es por comodidad y estilo de la autora. Akira es especialista en asistencia sexual, esto es, una trabajadora sexual que tiene clientes con diversidades funcionales o discapacidades: personas con secuelas de un ACV o distrofia muscular, por ejemplo. “Lo que te puedas imaginar”, resume.

“La asistencia sexual no es muy diferente al resto de los trabajos sexuales, sólo que el cliente es una persona que tiene una discapacidad”, explica la joven. Akira cuenta que siempre se sintió atraída por “las corporalidades disidentes”. “Me gustan los cuerpos que funcionan de una manera distinta a la normal. Y también me gustaron siempre los temas de los que no puede hablarse”, dice a Rosario Nuestro.

“Fue muy empoderante. Fue darme cuenta que es lo que quiero hacer, aunque digan que está mal. Ya no me importa. Yo sé lo que quiero”.

No hace muchos años (tres, calcula ella), que esa atracción y curiosidad empezó a tomar forma. Fue a partir del encuentro con el gremio de las meretrices. Leyendo e informándose, fue encontrando respuestas a sus interrogantes, hasta que dio con el término clave: asistencia sexual. “Me voló la cabeza”, dice. “Todo lo que me venía haciendo ruido hace tiempo tomó sentido. En octubre del año pasado participé del taller de trabajo sexual en el Encuentro Nacional de Mujeres. Después de eso me decidí. Dije ´ya está, tengo que empezar´”.

La joven admite que nunca se había sentido cómoda contando el gusto por “los otros cuerpos”. Como trabajadora sexual, sin embargo, cambió todo. “Ya no me siento un bicho raro. Puedo lucrar con esto que me hacía diferente y lo puedo llevar a un plano de un bienestar para otros y otras. Eso me parece buenísimo. El placer de uno, de otro y la plata: el triángulo perfecto”.

Así como siempre le resultó difícil blanquear qué es lo que le gusta, la dificultad está ahora en decir que es trabajadora sexual. Apenas algunos amigos y familiares lo saben. Y la acompañan. “Para mí no es algo pasajero. Quiero jubilarme de esto. Y ahora es un peso ver que alguien está contento por su trabajo, y yo no puedo comentar ni compartir a los cuatro vientos”.

“La asistencia sexual no es muy diferente al resto de los trabajos sexuales, sólo que el cliente es una persona que tiene una discapacidad”.

Akira estudia, sale con sus amigos, mira películas. “Mi vida no cambió en nada desde que soy trabajadora sexual”, confiesa. Akira sigue enumerando los rasgos de esa vida normal: va a los cumpleaños familiares, pasea y comparte las mismas preocupaciones que toda la ciudadanía: pagar las cuentas, hacer números a fin de mes, pasar la crisis. La joven se ríe. La timidez queda cada vez más de lado.

Si tiene que marcar algún antes y después en su vida desde que cobra por sexo, la joven no duda en señalar que lo principal es tener el poder de las condiciones previas. “Todas las condiciones y el consentimiento están súper explícitos. Yo voy segura de que vamos a hacer lo pactado. Entonces puedo despreocuparme y concentrarme en mi placer. Eso es algo que le cuesta a muchas personas criadas como mujeres, el tema de la culpa y la obligación de darle placer al otro. Mi trabajo me empodera mucho en ese sentido. Después de haber tenido varios encuentros, mis límites están mucho más marcados ahora y hay cosas que antes hice gratis que ahora no haría. Ya no retrocedo”, afirma.

La primera experiencia como trabajadora sexual, describe ella, fue con nervios y dudas. “Pero estuvo bien, porque estaba decidida”. Casi un año después, la palabra que encuentra Akira para explicarse en ese momento es la del poder: “Fue muy empoderante. Fue darme cuenta que es lo que quiero hacer, aunque digan que está mal. Ya no me importa. Yo sé lo que quiero”. Su primer cliente fue su primer sueldo y su primer trabajo. Fue el que terminó siendo un par de tacos que ahora representan el poder de la elección. “Es una sensación heavy”, dice, pausadamente.