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jueves 28 de marzo del 2024

Hablaron los policías baleados

Los dos soñaron con la cara de Martín Lanatta en el momento en que dispara su fusil. Fernando Pengsawath y Lucrecia Yudati, de 24 y 35 años, los dos policías bonaerenses baleados durante la frenética triple fuga, están vivos de milagro. Sus pesadillas son casi una réplica de lo que vivieron en la vida real: el 31 de diciembre de 2015 fueron baleados en un puesto policial a tres kilómetros de Ranchos.

El sueño de Yudati es volver a la Policía. Hace una semana la tuvieron que operar otra vez del pie: en los dos últimos años entró 56 veces al quirófano. Aquella madrugada de terror sufrió dos balazos en cada pierna. «Cuando se acerca esta fecha, sueño con Lanatta y con su fusil rompiéndome el pie«, confiesa Yudati.

Su compañero, Pengsawhat, estuvo un mes en coma. «Lanatta se me apareció en pesadillas, eso es aterrador», dice el policía que recibió un balazo en el abdómen y antes de ser trasladado al hospital le susurró a su compañera: «Me muero».

Los dos policías son la cara más trágica de la triple fuga de la cárcel de General Alvear, ocurrida el 27 de diciembre de 2015 y protagonizada por los hermanos Martín y Cristian Lanatta y Víctor Schillaci.

«De la cara de Lanatta no nos olvidamos más. A Fernando y a mí nos pasó lo mismo», dice Yudati. Aún sigue en rehabilitación: no puede correr, le cuesta estar parada, anda en silla de ruedas y de volver a la fuerza sólo podría hacer tareas administrativas.

Su testimonio es una de las pruebas de peso para desmentir lo que dicen los ex prófugos: «Ellos dicen que no tiraron a matar, pero es mentira. Podrían haber seguido de largo, pero se bajaron para matarnos a sangre fría«.

Lo que dicen los acusados

En la sala de visitas del módulo Ingreso B del Complejo Penitenciario Federal Número 1, Víctor Schillaci abre una carpeta con tapas de cartón. Allí tiene las copias de algunas de las famosas placas rojas que Crónica TV desplegó durante la histórica y frenética triple fuga de Schillaci con los hermanos Martín y Cristian Lanatta de la cárcel de General Alvear.

Las mira como si fueran fotos de un casamiento. «Ni se le ocurra ir al baño». «Pida más pochoclo que sigue la película». «Los prófugos tiran más tiros que Vicuña». «Juegan a las escondidas». «Son más duros que Bruce Willis». «Preparen, apunten». «Empezaron los tiros». «Té para tres». «Confirmado, los tres mañana no almorzarán con Mirtha Legrand». «De Rambo a Cayastá».

«Tienen un título mejor que el otro. Hace poco me las trajeron porque no las había visto. Mientras nosotros nos jugábamos la vida, toda la gente seguía la fuga como una película o novela de la tarde«, dice Schillaci a Infobae.

Hace dos años, se fugó del penal de Alvear y durante 13 días con sus dos amigos se tirotearon con policías, gendarmes y cayeron en medio de una cacería de la que participaron casi mil policías.

La versión de los tres prófugos es distinta a la oficial: aseguran que los dejaron escapar porque iban a matarlos en una emboscada para que no denunciaran a los supuestos poderosos que están detrás del tráfico de la efedrina. Y ellos, dicen, se fugaron de esa muerte segura. Según los delincuentes fue una fuga de una fuga. Un enigma dentro de otro enigma.

«Es mentira, no hubo emboscada ni plan. Son criminales que inventan para obtener una situación procesal beneficiosa», dice una fuente judicial.

El 21 de diciembre de 2012, Schillaci y los Lanatta fueron condenado a perpetua por los crímenes mafiosos de Sebastián Forza, Damián Ferrón y Leopoldo Bina, tres empresarios que habrían incursionado en el tráfico de efedrina y aparecieron muertos en una zanja de General Rodríguez el 13 de agosto de 2007. La Justicia sospecha que los asesinatos fueron ordenados por el empresario Ibar Esteban Pérez Corradi, detenido el 18 de junio de 2016, después de estar 150 días prófugo.

La causa por la fuga fue elevada a juicio y los ex prófugos serán juzgados por un jurado popular. La causa fue elevada a juicio por el juez de Garantías 2 de Plata, Jorge Moya Panisello. La Fiscalía pediría una pena de 15 años para los tres.

La versión de los investigadores

La versión oficial de los hechos es que los tres estaban en el sector Sanidad de la Unidad 30 de General Alvear. Por la madrugada, según los investigadores, golpearon a un guardia que quería hacer el recuento, a quien ataron de pies y manos, lo amordazaron y le robaron los borceguíes, una tricota y las llaves de un auto Fiat 128 y de la cárcel. En la salida del túnel del penal amenazaron con un arma de madera a otro guardia. «Atrás vienen 60 más», le habrían dicho. Les abrieron la reja y en la oficina de guardia amedrentaron al jefe de turno. Huyeron en el 128 del primer guardia, después de reducir a un último guardia.

Los prófugos acusan a Jorge Bolo, por entonces jefe del Complejo Penitenciario Centro, de proponerles la libertad a cambio de que simularan una cámara oculta para desligar a Aníbal Fernández de la acusación que había hecho Lanatta, quien lo señaló en una entre vista con Jorge Lanata como «La Morsa», el ideólogo del Triple Crimen. Aníbal siempre negó la acusación y tildó a Lanatta de fabulador.

«Aceptamos el acuerdo porque sino nos iban a matar en un falso motín», dice Lanatta. También acusó a César Tolosa, jefe de Seguridad de General Alvear, como el encargado de preparar la salida. «Nos liberó los controles, nos dio la ropa y los elementos para confeccionar el revólver de madera. Nos dejó a los guardias más novatos, incluso uno que por ser evangelista no usa arma. Al único que tuvimos que apretar fue al último», recuerda Lanatta.

Pero según los prófugos, el plan falló. «Nos querían armar una emboscada. Por eso nos escapamos de ellos. Es decir, fue una fuga de una fuga. De ahí en más siguió nuestro calvario. Antes de que nos detuvieran pensamos en tomar una comisaría para salvar nuestra vida», cuenta Schillaci.

Desde el pabellón 3H de Ezeiza, Lanatta se sorprende por la repercusión que tuvo la fuga. Se rió cuando un familiar le mostró los memes. En uno de ellos, aparece gambeteando con la camiseta de Barcelona a una María Eugenia Vidal con la casaca de Real Madrid. «¡Hasta me hicieron un muñeco! Mi hijo lo tiene. Recibí muchas cartas de gente que me apoya. Incluso algunos me escriben para decirme que soy un héroe, obvio que me río porque ser héroe es otra cosa. Para esas personas no somos asesinos, sino personas detenidas injustamente que escaparon para salvar su vida. Porque lo que quedó claro de la famosa fuga es que nos abrieron la puerta de la cárcel, porque había un plan para matarnos».

Cristian Lanatta, detenido en el módulo 4 de Ezeiza, también recordó la famosa huida : «Se me vienen muchas imágenes de lo que vivimos con mi hermano y Víctor. Pensar que si no hubiésemos estado armados, hoy estaríamos bajo tierra, en tres tumbas sin nombre. Estamos vivos de milagro. En esos días en los que nos buscaban más de mil policías vivimos cosas increíbles. Algún día las vamos a contar. Fue como un western. Hasta llegamos a ocultarnos en un arroyo, entre yuyales, mientras los helicópteros sobrevolaban la zona. En el juicio va a quedar claro que nosotros no nos fugamos. Nos sacaron. Y en la calle lo que hicimos fue salvar nuestros pellejos porque nos querían muertos».

Los investigadores consideran que no hubo un plan para matarlos. Y que los tres fugitivos tenían armas de guerra como para defenderse.

El 31 de diciembre de 2016 los prófugos fueron acusados de balear, a tres kilómetros de Ranchos, a los policías bonaerenses Pengsawath y Yudati, quienes estuvieron muy graves. En Santa Fe se tirotearon con gendarmes. Y hasta tomaron rehenes y plotearon una camioneta para que se pareciera a un móvil de Gendarmería.

Lanatta fue detenido el 9 de enero de 2017. «Estaba sin fuerzas, muerto de sed, a punto de desmayarme, así llegué ante los policías». Cristian Lanatta y Víctor Schillaci cayeron dos días después en una arrocera en Cayastá, un pueblo de Santa Fe que cobró fama por esos días, entre allanamientos, cacerías y policías de civil que salían de sus casas a buscar a los prófugos en ojotas.

Horas después de la fuga, Schillaci fue padre de una nena. Sus compañeros pensaron disfrazarse de médicos o enfermeros para que pudiera conocerla, pero desistieron. Schillaci define a esos días como los más peligrosos de su vida. «No había plan B: era matar o morir«.

Fuente: Infobae