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martes 30 de abril del 2024

Confinados

La Ciudad Autónoma de Buenos Aires, en voz de Horacio Rodríguez Larreta, tomó la decisión de obligar a los mayores de 70 años a pedir permiso para salir de sus casas hasta para ir a comprar comida o medicamentos. Una medida que pone en crisis el sistema de cuarentena que veníamos viendo y que no ha sido tomada de la mejor manera por los abuelos.

Pedirle a la gente mayor que se mantenga dentro de sus casas es difícil. Según los expertos en psicología, la soledad y la falta de una actividad productiva hace que la pequeña salidita, el ir hasta el almacén, dar una vuelta hasta la farmacia del barrio o ir a hacer una cola interminable para cobrar los haberes jubilatorios se transforman, con el tiempo, en un objetivo de vida para muchos.

Inclusive, hay preparadores físicos que recomiendan a la gente mayor de 60 una caminata diaria para no venirse abajo y puedan mantenerse activos desde la mente y el cuerpo. No podemos pensar que, después de un mes y una semana, nuestra tercera edad no sienta una clausura a sus libertades individuales, aunque nos repitan una y otra vez que de esto se sale de manera colectiva.

Son poco dóciles, es cierto. Tercos, tal vez. Pero cómo modificamos el pensar de una persona que ha pasado por todas, y solo ve que esa salidita es lo que le dio sentido a su vida en la última década. Charlar con la vecina, quejarse del precio del pan, discutirle al de la farmacia que la receta está bien, llegar hasta el cajero del banco y contarle las penurias de no llegar a fin de mes mientras le cuentan los billetes.

Ahora bien, obligarlos a tener permiso de circulación para la cosa mínima de ir hasta el quiosco o a comprar un medicamento roza la ruptura de las garantías constitucionales. Además, por más que sea difícil encuadrar a los abuelos en este nuevo orden, no son el principal problema, sino las potenciales víctimas de un virus que no sabemos cuál puede llegar a ser su alcance cuando la economía pida a gritos volver a activarse.

Suena injusto que un joven pueda salir libremente y un viejo no. ¿Por qué? ¿Porque si se pesca el virus se puede morir? Ya lo sabe, ya lo entiende. Pero decide salir igual. A cierta edad se le empieza a perder el miedo a partir, hasta muchos se amigan con la posibilidad dependiendo de cómo haya sido su trajín por esta vida. Y han pasado por tantas, fuleras en serio, que no tienen temor de que un virus los lleve para el otro lado.

Todos debemos ser conscientes de que el coronavirus es un enemigo desconocido, que el único remedio es el aislamiento social, respetar las distancias si salimos, usar tapabocas, lavarnos las manos y cruzar los dedos. Nadie está exento de la posibilidad de contagiares, pero reducir los riesgos es lo que nos queda. A un joven de 20 o a un mayor de 70. La estadística dice, sin embargo, que 8 de cada 10 fallecidos por la enfermedad son mayores de 70 años, y eso es lo que pone en alerta a las autoridades. Pero la solución, o la medida preventiva, no puede ser dejarlos presos en domiciliaria a todos.

Sería fácil resolver todos los problemas así, pero hay algo que tenemos que se llama Estado de Derecho, regido por un grupo de normas y leyes que nos delegan derechos y obligaciones. Así como hemos dicho una y otra vez que la salida es colectiva o no será, la única manera de poder ganar es con la consciencia individual y la empatía por el prójimo. Por eso el poder de policía del Estado a veces se malentiende, porque para cuidar a los abuelos ya están todas las otras medidas.

CABA debería dar marcha atrás con la medida, y las demás jurisdicciones no imitarlas. Y las familias, los vecinos y el Gobierno deberán insistir una y otra vez para esos abuelos rebeldes que no quieren entender el riesgo que corren, o que no les importa correrlo. Pero las libertades mínimas tampoco pueden ser atropelladas en pos de la sanidad.