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martes 19 de marzo del 2024

Vicepresidentes: de Boudou a González pasando por Michetti

La historia y la literatura vernácula hablan hasta por los codos de los presidentes argentinos. Sobre los vicepresidentes hay una orfandad enorme aplicándose el dicho bilardista de que de los segundos nadie se acuerda. Apenas una crónica menor de Nelson Castro, seguramente no de lo mejor que ha escrito el médico-periodista.

Estos días la opinión pública se ha sentido acribillada por todo lo referente a ese nefasto personaje de la política nacional que resultó ser Amado Boudou, quien  fuera designado para acompañar en la fórmula presidencial a CFK a dedo por la actual senadora nacional mediante el mecanismo digital de su imperial dedo índice. Se sentía traicionada por su anterior compañero de fórmula Julio César Cobos, por eso al ser electos ambos en el 2011, CFK y Boudou, exclamó con un aire entre cínico e irónico “¡Que lindo es tener un Vicepresidente!”

Al poco tiempo se le venía el techo encima a CFK , ya que su primoroso vice había resultado ser un granuja que quiso quedarse con la máquina de fabricar moneda. Eso entre otras lindezas, como la de simular domicilios, pretender estafar a su esposa, fundar empresas para asesorar provincia amigas, etcétera, etcétera.

El desprestigio se extendió como mancha venenosa invasora y espantó a todo el mundo a su alrededor como si fuera un sarnoso. Sólo le brindaron un cierto apoyo D’Elía y Esteche, por lo demás tan desprestigiados como el vice fanático de la mancha de Rolando, si es que es posible llegar a tan alto nivel de desprestigio y desaprobación. A los tres (Boudou, Esteche y D’Elía ) se los vió hermanados con sus pies descalzos en las fuentes de la Plaza de Mayo queriendo restaurar el 17 de octubre del ’45. El apoyo de las infaltables Carlotto y Hebe fue menguado y casi de limosna. Otros incondicionales como Agustín Rossi, Eugenio Zaffaroni o Leopoldo Moreau se borraron prontamente de este escabroso entuerto. Jamás CFK esgrimió disculpas ni arguyó defensas hacía quien tanto había contribuido a aumentar el desprestigio de su gobierno, que antes de Amado ya venía siendo cercado por múltiples denuncias de corrupción que todavía la están haciendo pasear muy a menudo por los pasillos de Comodoro Py.

Si nos referimos a vicepresidentes notorios, el más prestigioso debe haber sido Carlos Pellegrini, que a fines del siglo XIX, en apenas 800 días logró encarrilar un rumbo que parecía totalmente errático y al garete luego de la desafortunada presidencia de Miguel Juárez Celman. Por su parte, Isabel Martínez de Perón asume la presidencia del país el primero de julio de 1974 sin poder arrimar mas datos en su curricula que haber sido designada para ese insigne cargo a dedo (como el inefable Amado) y por haberse casado con JDP. Otro notorio vice fue Ramón Antonio Castillo a comienzos de los cuarenta en el siglo pasado, conocido como la Mula de Ancasti, quien llegó a suplir a su presidente, Roberto Ortíz, ante la evidente incapacidad física que exhibía el primer magistrado que derivó en su posterior muerte en 1942. Seguramente el denominado “escándalo de las tierras del Palomar” en el que se vió envuelto Castillo sea el antecedente mas cercano al caso Ciccone. Cierro la nómina de vicepresidentes cuyo nombre ha trascendido como Alejandro Gómez, santafesino el hombre, que había acompañado en la fórmula presidencial a Arturo Frondizi y que a poco de andar el gobierno debió renunciar por discrepancias notorias con Frondizi. Al margen de todos los listados, queda la guaranguería manifiesta de la actual ocupante de dicho cargo, Gabriela Michetti, con un  vocabulario grosero propio de un carrero, y lenguaraz hasta el extremo de festejar como si fuera una contienda deportiva el rechazo a la ley del aborto en el propio recinto del Senado de la Nación, finalizada la ríspida votación, en una actitud que agravió sin sentido a gran parte del pueblo argentino.

Quiero recalar finalmente un ejemplo de ascetismo republicano en un ícono de la austeridad que debiera distinguir a quienes ocupan las altas magistraturas del país. Me refiero al rosarino Elpidio González, que fuera vicepresidente de la Nación en el período 1922-1928 en el que presidía los destinos del país Marcelo Torcuato de Alvear. Terminado su mandato, Elpidio fue luego ministro en el gabinete del Presidente Hipólito Irigoyen, derrocado en septiembre de 1930 por los grupos fascistas comandados por el General José Evaristo Uriburu e inspirados ideológicamente en la prédica de Leopoldo Lugones, quien sostenía que había llegado “la hora de la espada” para empujar a los militares a salir de los cuarteles y tomar por la fuerza las instituciones de la Patria. Dos años estuvo preso don Elpidio González junto a don Hipólito en la isla Martín García y al salir de allí los esperaba a ambos una pobreza franciscana.

Don Elpidio se alojó en una modesta pensión de calle Leandro Alem en el bajo porteño y pasó a ganarse la vida como vendedor ambulante de la fábrica de Anilinas “Colibrí”. Se colgó una caja de madera en su cuello donde portaba betunes, tinturas y cordones, subiéndose a los tranvías para ofrecer sus mercancías y pateando durante horas también la calle Florida para idénticos y mundanales menesteres.

El gobierno para paliar tan desagradable imagen inventó una jubilación vitalicia de 3.000 nacionales mensuales a antiguos presidentes y 2.000 a sus segundos, que cuando se la ofrecieron a Elpidio fueron enérgicamente rechazadas diciendo: «Hay que servir a la Nación con desinterés personal y después de disfrutar el honor de haber sido presidente o vice, no se le puede exigir al Estado que nos mantenga con altos sueldos vitalicios». Esto lo remataba el ilustre rosarino afirmando: “Mientras tenga las manos para trabajar no necesito limosnas”.

Recientes presidentes y vicepresidentes del país se han manifestado ansiosos por cobrar y acumular jubilaciones y pensiones de privilegio sin hacerle asco a nada y olvidando que son multimillonarios de una fortuna que algún día deberán probar cómo fue forjada. Ninguno de ellos resistiría mirarse en el espejo ascético de don Elpidio. En el café a esta caterva se los llama “angurrientos”, expresión que parece desactualizada y obsoleta. Sin embargo, no la encuentro tan desactualizada cuando leo en el diccionario de la Real Academia Española la definición de Angurria: “Deseo vehemente o insaciable”.