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sábado 11 de mayo del 2024

Veló al “Trinche” Carlovich, enterró narcos y ahora enfrenta al Covid-19: el hombre que trabaja con la muerte

En tiempos de Covid-19 su tarea se volvió muy compleja. De hecho, recalca que la pandemia tiene una incidencia directa con el duelo inconcluso de quienes deben despedirse de personas queridas. Con 30 años de carrera en el rubro “funebrero”, atravesó todo tipo de situaciones: desde las más simpáticas hasta las más dramáticas.

Por Ignacio Pellizzón

“La persona que resuelve la muerte, resuelve lo inevitable. Por eso va a vivir más feliz”, eso es lo que piensa a sus 52 años el rosarino Félix Cantón, “el funebrero” –se ríe-, que pasó de ser recepcionista a gerente de la casa mortuoria que más servicios realiza en Rosario.

Sabe que “la muerte”, a diferencia del sexo, sigue siendo un tema tabú en la sociedad. Pero, también sabe que es un negocio y que no “cualquiera” puede llevarlo a cabo. “Yo soy una persona con capacidades diferentes”, se autodefine. Por eso, hoy, con 16 personas a cargo se dedica más al asesoramiento, tras haber dejado su antiguo empleo en el que se perdió “lo humano” del asunto.

Paradójicamente, en vida, se dio todos los lujos con la muerte. O, por lo menos, así lo cree Félix. Se encargó del polémico velatorio en el estadio Gabino Sosa de Tomás Felipe “Trinche” Carlovich, una de las leyendas del fútbol argentino. También enterró narcotraficantes y soldaditos, políticos y famosos. Estuvo en mansiones con mayordomo y pianos de cola y en casillas en las que no podía apoyar el ataúd porque se mojaba. “Cualquier madre merece darle digna sepultura a una hija o hijo”, dice sin temor a que lo critiquen por su carrera.

Félix Cantón es el hombre que trabaja con la muerte. Insiste en que su labor forma parte del último eslabón de la cadena sanitaria, aunque “la Medicina” lo niegue o ningunee. Al negocio de los servicios fúnebres entró para poder bancarse los estudios, justamente, de la carrera de Medicina, en la que duró solamente dos años. “Tenía el berretín de sanar, de alguna manera, el cuerpo del otro y encontré mi lugar”.

Así fue que entró como recepcionista en la empresa que más servicios realiza en la ciudad. Hoy, 30 años después, es un tanatólogo exequial, “la ciencia que estudia el buen morir”, dice. Le importa más la vida que la muerte. Por eso es detallista en no perder “el lado humano” del trabajo y está muy preocupado por las personas que no pueden despedirse como corresponde de sus seres queridos por la pandemia del coronavirus.

Culto y estudioso de la Tanatología, mantiene un humor singular y educado sobre la muerte al dialogar con Rosario Nuestro. Si bien se puede reír sobre lo que muchos no, señala que tiene un rol fundamental en la sociedad y un compromiso imperioso con las personas, que es ayudarlas a transitar el duelo de una pérdida de la mejor manera. Un mal día en su trabajo es que alguien no haya quedado satisfecho.

¿De qué se trata tu trabajo?

Hoy la manejo más desde el escritorio con mis 52 años. Hoy trabajo más de asesor. Me gusta la morgue, me gusta el cementerio, me gusta la ceremonia. Estoy ranqueado como uno de los que más ceremonias ha presenciado.

Empecé como recepcionista y terminé como gerente en la empresa rosarina que más servicios hace. En promedio tiene unos ocho servicios diarios, por ende, un día tiene dos y otro día tiene 16. Uno aprende por cantidad más que por capacidad.

De vez en cuando me subo a un furgón y voy a retirar el cuerpo, de vez en cuando voy a presenciar el servicio, porque ése ritual es humano porque sucede que el personal se suele mecanizar y se olvida de que es humano el tema. Nosotros no ponemos un cuerpo en un cajón, porque el cajón es para las manzanas. Nosotros ponemos un familiar en un ataúd. Soy un obsesivo, porque si esta actividad se convierte en un número y no en un ser humano, dejó de ser actividad.

Evidentemente le ponés el componen humano a una situación que de por sí ya es drámatica, triste…

No puede ser de otra manera. Yo hoy tengo un plantel de 16 personas a cargo. El negocio no puede contar esta actitud constantemente humana, porque sino deja de ser. Por eso nos preocupa la pandemia actual. El mundo médico lamentablemente no nos contempla como el último eslabón de la cadena sanitaria. Y los somos, mal que les pese.

¿Cómo fue armar una carrera de tanatólogo exequial, entendiendo que a muchos les impacta la labor?

Amo lo que hago. De lo único que estamos seguros en este mundo es que nos vamos a morir. Es primera necesidad lo que hago. La muerte es tan antigua como la vida misma. Imaginate esto: en la época prehistórica se moría la gente y se amontonaban los muertos. Esto generaba que las personas sedentarias que querían quedarse en sus lugares no podían hacerlo porque la acumulación de los cuerpos en descomposición generaba pestes, entre otras enfermedades.

Entonces, yo me imagino que en aquella época hubo un Nacho y un Félix (se ríe) y uno le dijo al otro: “Loco, ¿te animás?; y fueron agarrando los cuerpos uno a uno y los llevaron a enterrar para evitar contraer enfermedades. De esa situación prehistórica, surgieron dos personas con capacidades diferentes que, por amor a la sociedad y por dignidad para quienes se estaban pudriendo, tuvieron el coraje de cavar una fosa y sepultar.

¿Vos pensás que sos una persona con capacidades diferentes?

Sí, indudablemente. Esta actividad no la hace el que no tiene laburo en ningún lado. Yo he tomado ciento de personas y es indudable que le tengo que detectar una capacidad diferente. No digo que es mejor o peor que ninguna.

Muchas personas tienen problemas en sus trabajos o malos días, ¿cómo sería en tu caso?

Un problema en mi trabajo sería que una persona quede, dentro del dolor, insatisfecha. Que no hayamos cumplido el objetivo de ayudarla con comodidad a transitar ese duelo. Uno cuando va a un velorio de alguien que quiere le dice: “Te acompaño en el sentimiento”; casi nadie la piensa esa frase, pero una empresa de servicios fúnebres se encarga de acompañar en ese sentimiento de dolor. Duelo es el sinónimo de lucha, de pelea. Las personas que se acercan en busca de mis servicios son personas que están luchando contra la pérdida de ese ser querido como puede ser un padre, un hermano.

Tengo entendido que fuiste el que llevó a cabo el servicio velatorio del “Trinche” Carlovich en la cancha, ¿cómo fue esa experiencia?

El velorio se hizo en el estadio de Central Córdoba, en el Gabino Sosa, digno de una leyenda popular. Esto fue así, porque él quiso que así sea, quería entrar a la cancha. Había pandemia. Tuvimos que argumentar frente a la ley. Era homenajear a un excelente ídolo popular.

Yo me di el lujo de casi voltear, junto con la gente, la puerta a patadas del Gabino Sosa y meterlo en medio del campo de juego. Esto fue a pedido de la hinchada, a pedido del canchero que tanto lo quería. Le pusimos la pelota, la pelota que él pidió que se le ponga dentro de la sepultura. Eso es homenajear.

Jamás sentí una sensación igual dentro de una cancha. Lo máximo que sentí, como algo similar, fue cuando con Horacio Usandizaga ingresamos con el escribano (Víctor) Vesco –ex presidente de Rosario Central-, al club, pero no nos permitieron entrar al campo de juego, sino hasta el playón.

Con el tema del “Trinche” fue algo único. Fue muy complicado por el tema de la pandemia, pero ya lo explicamos ante la ley. Se hizo cargo el canchero del club de haber abierto las puertas de la cancha. Estaba arreglado con la familia pasar por la entrada del estadio, pero cuando llegamos había un fuego popular increíble que no pudimos parar. Yo consideré como más óptimo consultar al canchero si podíamos entrar a la cancha para evitar que la gente se nos abalanzara y, así, fue que las personas fueron a la tribuna al grito de “matador, matador”.

No puedo dejar de mencionar que fue una irresponsabilidad porque estábamos en medio de una pandemia, pero me arrasó la gente, la pasión.

Está siendo muy complejo y dramático poder desarrollar servicios fúnebres con el coronavirus de por medio, ¿no?

Hubo un tiempo en que nadie hablaba de sexo ni de muerte, era un tabú. Hoy todo el mundo habla de sexo, pero nadie habla en vida de las cosas de la muerte. La muerte es nada más y nada menos que una etapa de la vida misma. Yo tengo un propósito psicológico en la sociedad, que el que habla con naturalidad las cosas de la muerte resuelve lo inevitable y vive más feliz.

¿A qué voy con todo esto?, a que en este contexto pandémico surgieron posibilidades virtuales para descargar las necesidades sexuales. Pero con el duelo qué estamos haciendo para evitar que esas almas en penas no mueran en soledad, ¿Quién acompaña a esas familias después de la morgue cuando muere un familiar que uno no ve hace meses por el Covid-19?

Hoy se puede decir que hay dos tipos de fallecimientos: el que fallece por Covid, que figura bien claro en el certificado de defunción, y los que no. En el primer caso tratamos de resolver todo lo posible de manera online y nuestro equipo trabaja con todo el equipamiento que parecen astronautas.

Lamentablemente los familiares del fallecido, hoy por hoy, no lo pueden despedir. Por protocolo no entran ni siquiera las empresas fúnebres. Cuando el fallecido es por coronavirus, hay todo un protocolo que hace el hospital o sanatorio, donde desinfectan el cuerpo, lo introducen en una bolsa estanca con 150 micrones, se lo lleva a la morgue, allí llegamos nosotros con el ataúd –que tiene un reforzado de metálica por protocolo-, lo soldamos en la morgue y llevarlo directamente a la sepultura, ya sea nicho, tierra o cremación.

Las personas fallecidas por otros motivos que no sean Covid-19, pueden ser veladas entre tres y cuatro horas previas a la sepultura con no más de diez personas con barbijo y a dos metros de distancia entre ellas.

La ceremonia de sepultura es otra represión que le estamos haciendo a las familias, almas en pena que no pueden despedirse como necesitan. Es necesario para las familias transitar sanamente la primera etapa de aceptación de que esa persona querida falleció. Hoy con el Covid no se puede hacer y es lamentable. No estoy diciendo que tengo un método ni atentando contra ninguna humanidad, solo digo que hay que ponerle un poco más de humanismo.

¿Te pasó que alguna vez te contrate algún narcotraficante?

Acá me nace el humanismo también. Vos sabés que no pregunto la profesión, sobre su bolsillo. Mi función es darle digna sepultura a quien me contrata. Obviamente que uno ha conocido, por el entorno que viene a visitarlo, por gente que viene a escoltarlo. He realizado servicios a todo tipo de personas, desde políticos, famosos con salas en las que había piano de cola con mayordomo hasta ranchos en los que tenía que agachar mi cabeza para entrar. Estoy seguro que sepulté soldaditos del narcotráfico. No hay un límite para darle digna sepultura a alguien. Yo tengo que ayudar a esa madre a sepultar a su hijo.