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viernes 26 de abril del 2024

Uno que es millones: la historia de un venezolano en Rosario

Por Tatiana Pace

“Venezuela es el mejor país del mundo, se está comprobando” dijo, días atrás, Nicolás Maduro en conferencia de prensa. Sin embargo, los portales de noticias a nivel mundial trasmiten otra realidad, que lejos está de la mirada del presidente venezolano. Dolor sin fin: padres que entregan a sus hijos en orfanatos porque no los pueden alimentar, el éxodo masivo ya es comparable con el registrado en Siria, 26.616 muertes violentas durante el 2017, son algunos de los titulares que grafican la crisis del país latinoamericano.

«Escuchar las palabras del mandatario, al principio, me provocó molestia de que sea tan hipócrita de decir eso en público, pero después veo que es una estrategia para desviar la atención pública, de seguir engañando a sus pocos seguidores”, dice Andrés mientras bebe un sorbo de café. Desde un bar del centro rosarino, el joven venezolano reflexiona sobre la situación de su país natal, que parece tan lejos pero a la vez se siente tan cerca.

En Rosario, “hay más de mil venezolanos”, cuenta Andrés y el es uno más de ellos. Todos los días arriba un nuevo inmigrante a la ciudad y también al país. Los sentimientos son encontrados, angustia y esperanza, en pos de buscar una solución, una nueva forma de vivir.

Hace un año atrás, este joven vivía en Mérida, una ciudad al occidente de Venezuela, formando parte del fin de la Cordillera de los Andes. La recuerda cálida, turística, estudiantil y, para sentir un poco más de su territorio, muy similar a Rosario. A pesar de tener una infancia bastante movilizada, con muchas mudanzas de por medio por cuestiones familiares, Andrés nunca se imaginó tener que huir de sus tierras en medio de una crisis. “La verdad que pensaba hacer mi vida en Venezuela, nunca pensé esto”, subraya.

“Allá no se podía más” y con media carrera de Arquitectura en el bolsillo, tuvo que embarcarse de una vez. Toda su familia se encuentra allá, sin embargo, la crisis fue el factor que más influencia tuvo en su decisión. Su primer destino iba a ser Estados Unidos, pero la visa complicó el panorama y apareció Argentina en el mapa. “Me ofrecieron está opción y dije: Tengo que salir de Venezuela, voy a ir’”.

Por meses, Andrés pensaba en salir de su país: “Tenía que hacerlo sí o sí porque estaba muy complicado”. Conseguir algo tan esencial como la comida era toda una odisea. “Lo que ganabas te lo gastabas solamente en comida”. Para dar una simple y al mismo tiempo profunda idea, Andrés dijo: “allá nosotros tenemos casa y movilidad propia, pero lo que yo ganaba era mucho más que el sueldo mínimo y no me alcanzaba para comer”.

La crisis “se veía venir, había una degradación importantísima, un ambiento tenso, siempre negativo; y eso venía acompañado de inseguridad y hasta faltas de medicamentos”, expresa Andrés, quién inmigró a mediados del 2016. No obstante, el panorama no es muy distinto al anterior y si lo es, es porque la crisis se profundiza cada día un poco más. Desde que reside en el país, no regresó a Venezuela a pesar de que tenga ganas: “es como ir a estar con mi familia un par de días y venirme, porque el 80 y hasta el 90 por ciento de mis amigos se fueron del país”. Actualmente, se encuentra a la espera de que su hermano menor, junto con su esposa y su bebe, se instalen en Rosario en los próximos meses.

Mientras tanto, a más de 4000 kilómetros, su papá, de 70 años continúa en Venezuela. Es difícil que emigre a esa edad, explica Andrés, porque allá ya tiene toda su vida armada. A pesar de ser un trabajador del Estado, “lo que gana es un poco más del sueldo mínimo y le alcanza para comer una semana y media, ni más ni menos”. El joven, lejos de su gente, cuenta: “nosotros, los venezolanos, estamos en constante ayuda con nuestros familiares”. La Comunidad de Venezuela que habita en Rosario realiza colectas de dinero, alimentos y medicación para enviar y así también, colaborar.

Si la desesperación de combatir el hambre es grande, se acrecienta mucho más cuando una enfermedad invade tu cuerpo y no se consiguen medicinas. En un clima tan incierto, “la gente ahorita está rezando, pidiéndole a Dios y al señor”, explica Andrés. Dejan en manos de la fe que los medicamentos aparezcan y que alguien desde el exterior se los pueda conseguir. De todos modos, enviar remedios a Venezuela “es imposible por el Gobierno, supervisan todo”. Y en una lectura triste, el venezolano resalta: la política de Venezuela “no recibe ayuda humanitaria, a pesar de que medio país no tiene qué comer o medicinas, es admitir ‘estamos mal’ a nivel mundial, para ellos”.

Quizás, salir del país sea una solución, pero gran parte de la población sigue sufriendo, “es algo muy triste, algo que no le ves salida”, describe Andrés. Quienes se quedan en el territorio comandado por Maduro, “están obligados a aguantarse y buscar la manera”. Trabas legales casi no hay para inmigrar, “la única limitante que hay hasta ahora es la parte económica”. Un sueldo mínimo en Venezuela es de diez dólares y un pasaje promedio oscila entre los 1000 y los 1200 dólares. Por ende, se debe trabajar entre 80 y 100 meses para comprar un boleto, sin tener en cuenta otros gastos como alquiler y comida. “Un bloque muy fuerte que la clase media o humilde no puede sobrellevar”. Algunos encuentran algún conocido en el extranjero, que les compra el pasaje y otros, hasta vienen Argentina por tierra.

El sol del mediodía se asomaba en la esquina. La gente, vestida de trabajo, camina por uno de los bulevares más vistosos de la ciudad. Mientras tanto, otros salían del supermercado y acomodaban la mercadería en sus autos. ¿Será que los argentinos nos quejamos en vano? “Diste justo en el clavo” exclamó Andrés. “A veces escucho que dicen que no se puede comprar ni comer pero acá el sueldo te alcanza, puedes vivir, comer, tener tu auto y tus cosas” y continuó, “y ahorrar, tal vez no mucho, pero puedes”. “Es algo que valoro, teniendo en cuenta la perspectiva de Venezuela”. En mi criterio, explicó el venezolano, “Argentina es el país que mejor económicamente dentro del continente, tiene bastantes oportunidades y es flexible con lo que se gana”.

Latin Food: el sabor de sentirse como en casa

Tomar la decisión de irse a vivir a otro país no es tarea fácil. Comenzar de cero, en una ciudad desconocida, con una nueva cultura, buscar trabajo para sobrellevar la situación, suele tener sus complicaciones pero hay quienes se la rebuscan. Andrés, es un claro ejemplo de eso. Entusiasta y muy productivo, su primer trabajo en Argentina fue en una heladería. Allí, dio sus primeros pasos y luego, para tomar más impulso, comenzó a trabajar en uno de los shoppings, donde la paga le daba un respaldo económico mucho mayor. El joven inquieto, no se confirmó con eso e iniciando una nueva carrera universitaria y practicando mucho deporte, impulsó un microemprendimiento que va mucho más allá de su realización personal.

Junto con su socia y el apoyo de un programa de emprendedores profesionales de la Universidad de Rosario, donde estudia, nació Latin Food, una empresa de distribución de alimentos latinos, principalmente venezolanos. “Nuestra intención es que los inmigrantes que estén en la ciudad y Argentina no pierdan sus costumbres gastronómicas, que las mantengan a pesar de la distancia” cuenta el emprendedor. Estar dos o tres años fuera de tu familia y tu casa va haciendo una pequeña avalancha y “tener al menos la comida, es darle el sabor de sentirse un poco en casa”

La iniciativa que arrancó con la “harina-pan”, ingrediente esencial para hacer las tradicionales arepas, crece día a día a pasos agigantados. El primer mes, a finales de Septiembre, tenían cuatro puntos de venta en la ciudad. Actualmente, cuentan con treinta y cuatro, sumando siete puntos mensuales. La idea es, al finalizar el año, tener 100 lugares de venta. Latin Food tiene muy claro su norte pero sobre todo sus raíces culturales.