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jueves 25 de abril del 2024

Un país a la deriva y la única receta posible

Los argentinos hemos llegado al hartazgo escuchando a tantos “explicadores” de la realidad social acuciante que padecemos  endémicamente los argentinos. Estamos contestes todos en que convivimos con la inflación, el déficit fiscal, el endeudamiento y perforada la balanza de pagos. Ya sabemos que se gasta más que lo que ingresa. Desde que tenemos uso de razón ya se ha metido en nuestra piel que ontológicamente está en el ADN del ser nacional que somos un país distinto y castigado por las siete plagas de Egipto y sus apéndices. Basta de explicadores. Lo que necesitamos es que alguien nos marque el rumbo y nos diga cómo se sale de una vez por todas de convivir inmersos en la malaria y la desazón. Si antes teníamos como faros a imitar a Alemania, Estados Unidos, Inglaterra o Francia hoy nos conformamos con parecernos un poco al Paraguay.

Mirando la realidad acuciante por la que atravesaron otros pueblos en un contexto histórico relativamente reciente, nos encontramos con el inolvidable discurso de Winston Churchill a la Cámara de los Comunes en 1940, cuando parecían imparables las victorias nazis con los zarpazos letales en Francia y los Países Bajos y soportando la indigna unión de Stalin con Hitler. Fue en ese crucial momento de la vida en el siglo XX que Churchill pronunció su frase inmortal de que de esa difícil instancia solo se salía “con sangre , sudor y lágrimas”.

Habida cuenta que no tenemos entre nosotros un estadista del nivel de Winston ni nada  ni nadie que se le parezca, la historia nos muestra que dos décadas mas tarde otro estadista de parecido nivel al de Churchill pronunciaba al asumir el empleo más importante del mundo, la Presidencia de los EEUU, unas palabras que lo pintaban de cuerpo entero a John Kennedy: “No te preguntes qué puede hacer tu país por tí, pregúntate que puedes hacer tú por tú país”. Ese discurso y esas palabras memorables fueron pronunciadas por Kennedy ante el Congreso el 20 de enero de 1961 al asumir la Presidencia .

Pero resulta obvio que somos un país con un pueblo que prefiere ser los campeones mundiales de los planes sociales, los subsidios y las asignaciones universales. Aquí nadie demuestra interés en hacer nada por su país y es mas que probable que no veamos que nadie derrame sangre sudor ni lágrimas para contribuir al bien común. Como el avestruz metemos la cabeza bajo tierra para no ver la realidad que nos rodea. Recurrimos permanentemente al maquillaje y a los disfraces para enmascarar la realidad. La solución definitiva nunca podrá estar en aumentar las retenciones a las exportaciones o en reducir los ministerios. Los ministros pasarán a llamarse secretarios y la República seguirá convertida en el gran empleador nacional. Seguiremos siendo una Nación multipoblada por empleados públicos con prerrogativas que incluyen la imposibilidad del despido.

Para completar el ADN de este pueblo que vive aspirando al conchabo público y al subsidio eterno, señalemos que existe una novedosa secta de fanáticos empeñados en defender a ultranza sus prerrogativas y prebendas. Es el país de los contratados eventualmente y por tiempo determinado gracias a un político amigo para trabajar en el país del no-despido y que luego de ser contratados hacen lo imposible para poder pasar a la “planta permanente”. Y así seguimos incrementando el plantel estatal hasta convertir todo este desaguisado en un estado macrocefálico y sin que nadie se anime a “ponerle el cascabel al gato” tal como lo predijera Lope de Vega hace 500 años. Viene a cuento la expresión de que aquí nadie “ toma al toro por las astas”.

El paciente recurre al médico para saber qué tratamiento amerita su enfermedad y recibe por parte del facultativo una escueta receta milagrosa: «Mi amigo lo suyo sólo se cura con bisturí y en el quirófano. Le aseguro que lo sanamos”. El crudo enfrentamiento con la realidad nos hace esgrimir frente al médico defensas paliativas para escaparle al temido cuchillo como si la patología no se podría remediar con alguna pastilla, masajeo, pomadita milagrosa. El facultativo permanece inflexible: «Bisturí o la nada”.

La parábola del bisturí nos hace replantear una discusión que divide a los explicadores de la realidad socio-económica que es la siguiente disyuntiva: ante la bomba de tiempo que dejó la década de los ladrones disfrazados de gobernantes ¿Macri se equivocó al recurrir al gradualismo para desactivar la bomba o debió recurrir al “schock”? Nadie, ningún explicador se aventura demasiado a explicitar en que consistiría el bendito “schock”. ¿Serán quizás sinónimos  el “shock” y el bisturí traumático al que nadie quiere recurrir porque no hay quien le ponga el cascabel al gato? Macri sigue empeñado en proporcionar grageas, masajes o ungüentos para aliviar al paciente terminal. Curiosamente, estas pastillitas duvjonianas están destinadas a la gente que nunca lo votó al ingeniero presidente y que jamás lo haría, descuidando a aquellos que lo pusieran al frente un gobierno donde, por su impericia, sigue al garete. Nunca hay un centro para la clase media.

No tenemos estadistas para ponerle el cascabel al gato. Lope de Vega, llamado “El fénix de los ingenios”, resumió en su obra “La esclava de su galán” una vieja fábula en la que una asamblea de ratones decide que debe ponerle uno de ellos un llamador estridente (cascabel) en el cuello al gato para que haga ruido al moverse y de esta forma anoticiando a todos de su presencia para poder escapar con tiempo de las garras del felino. La única dificultad consistía en encontrar al roedor que se animara a tamaño desafío.