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jueves 25 de abril del 2024

Sexting: Erotismo en riesgo

Sólo dos décadas atrás, si uno deseaba fotografiarse íntimamente, debía estar dispuesto a exponer sus imágenes ante el encargado de revelar las fotos, o bien, debía ser un aficionado al revelado y armar el propio laboratorio en casa.

En sólo dos décadas, este concepto ha cambiado sustancialmente, ya que hoy desde nuestro propio dispositivo móvil (que recién estaba apareciendo en esa época pero sólo con funciones de comunicación y con el formato de un enorme teléfono portable), podemos tomar las fotos que se nos antoje, conservarlas, eliminarlas o compartirlas instantáneamente sin ninguna dificultad.

Esta accesibilidad a la captura de imágenes y escenas íntimas en la casi total privacidad, resulta tentadora para millones de personas que utilizan la inquieta y curiosa cámara de su móvil como espejo permanente.

Cuando digo en la “casi” total privacidad, lo digo porque debemos entender, que todo lo que captan nuestros dispositivos móviles, al instante comienza a formar parte del ciberespacio, lo cual lo vuelve potencialmente susceptible de ser visto por otro ser humano. Es importante recordar, porque muchas personas ni siquiera lo saben, que según la configuración del equipo y de su sistema operativo, por ejemplo, las fotos se suben automáticamente a nuestra “nube” sin que siquiera demos la orden de que sea guardada. Se conservan, más allá de la voluntad del protagonista, incluso las fotos que hemos eliminado.

Aclarada la vulnerabilidad intrínseca de las fotos digitales tomadas con celular, pasemos a pensar qué puede hacer una persona con esas imágenes (voluntariamente).

Además de tomarse las fotografías para explorar su cuerpo, para elevar la autoestima, para que la pantalla nos devuelva una visión de cómo nos perciben los demás, por narcisismo o simplemente para pasar el tiempo, muchas personas producen esas imágenes para mostrarlas, para compartirlas, para otro ávido de mirarlas.

Se denomina Sexting al intercambio de imágenes o texto de contenido erótico a través de los diferentes medios tecnológicos.

El Sexting (por la fusión del prefijo “sex” en alusión al sexo, y “texting” como la acción de comunicarse por mensajes de texto), se ha vuelto un recurso más para el intercambio erótico y la vinculación sexo afectiva.

Pero este recurso es un arma de doble filo…nos da libertad e intimidad para jugar con las imágenes, pero la posibilidad de compartirlas, nos expone al mismo tiempo a un peligro del cual no siempre somos conscientes, debido a la fragilidad del límite entre lo privado y lo público cuando intervienen las tecnologías.

Podemos estar a un “click” de distancia entre el compartir en intimidad y la masiva exposición pública. Todos nos hemos equivocado (¡y seguimos haciéndolo!) al confiar en algunas personas que no eran las indicadas, pero antes la repercusión social se limitaba al entorno de pertenencia del grupo social. Actualmente, el confiar en la persona equivocada, puede tener un impacto que excede el entorno inmediato, involucrando a toda una comunidad, lo cual implica que la magnitud del malestar que genera es directamente proporcional al alcance de la difusión.

La globalización de la información, conlleva el riesgo de la globalización indeseada de la intimidad.

 La “viralización” indeseada de contenidos íntimos, es un fenómeno que se registra cada vez con más frecuencia, sin estar regulado legalmente y sin que existan aún muchos modos de detenerlo.

Se ha instalado un nuevo orden de conflicto, en especial entre adolescentes:

Jóvenes (mujeres mayoritariamente) que se toman fotografías o se filman desnudas, incluso con imágenes explícitas en su genitalidad, y las comparten con novios, amigos, amigovios, amigos con derecho, con la persona que les gusta, o incluso con personas que sólo conocen virtualmente.  La persona que recibe las fotos, no siempre respeta su privacidad, y muchas veces las divulga por distintos medios.

Ante la viralización (difusión masiva de crecimiento exponencial y muy veloz), el entorno social de pertenencia, juzga duramente a la protagonista de las imágenes. Los mismos pares (compañeros de colegio, de club, de barrio) la juzgan, discriminan, excluyen y maltratan con distintas formas de violencia psicológica como el desprecio, la burla, el insulto, etc.  incurriendo en lo que se conoce como Ciberbulling o acoso a través de medios virtuales.

Lamentablemente, el machismo subyacente a estas acciones hace que el juicio de valor social no recaiga sobre aquel que violando la intimidad tácita o explícitamente pactada, viralizó el contenido.

 Puntos de reflexión:

  • La autoexploración del propio cuerpo y el desarrollo del erotismo a través de las fotografías no constituye un problema en sí mismo. Auto retratarse utilizando el recurso de las cámaras digitales es una alternativa más de autoconocimiento.

 

  • Uno de los temas en cuestión es la noción de intimidad. La autoexploración del propio cuerpo es un hecho privado, que actualmente se hace público si compartimos las imágenes íntimas con otras personas.

 

  • Seguridad informática. Internet no es un medio seguro de transmisión de datos. Subir imágenes íntimas siempre implica un riesgo de divulgación involuntaria, y esto es algo que tanto los adultos como los adolescentes no siempre son capaces de mesurar.

 

  • Desde una perspectiva de género, la sociedad no ha avanzado demasiado a la hora de evaluar situaciones de conflicto ético-morales. Circunstancias como las descriptas, se repiten permanentemente y en ninguno de los casos el cuestionamiento o la discriminación recae sobre el varón que difunde la imagen privada, pese a la falta de ética evidente, y lo malicioso del comportamiento. El juicio de valor adverso cae sobre la “obscenidad” de las imágenes y por supuesto, de su protagonista.

 

  • Cabe preguntarse por qué no somos capaces de juzgar a todos los actores que participan con complicidad en la difusión de esa información privada. O dicho de otra manera, por qué no detenemos la replicación dejando de reenviar esa info.

 

En definitiva, incentivar la EMPATIA (capacidad de ponerse en el lugar del otro) es la mejor manera de desalentar todas las formas de violencia, incluida, la que atenta contra nuestra privacidad.