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miercoles 24 de abril del 2024

Maternidad y erotismo, ¿enemigos íntimos?

Por Silvana Savoini, sexóloga.

La sexualidad humana integra factores psico bio sociales de manera compleja, lo cual hace que la respuesta sexual humana sea muy sensible a todo aquello que pueda perturbar el dinámico pero delicado equilibrio que propicia su funcionamiento. La llegada de un hijo implica una crisis (cambio) en la vida personal y familiar. Toda crisis requiere un tiempo de adaptación y de elaboración (aceptación y compromiso). Durante ese tiempo, la vida sexual deja de ser una prioridad y es muy probable que especialmente la mujer no experimente deseo sexual por algún tiempo.

En el caso de que haya atravesado un embarazo, interactúan también factores biológicos asociados a la desregulación de los ejes neuro-endócrinos por las alteraciones hormonales propias del embarazo y el parto, y por los efectos del estrés psicofísico que implican.

También pueden presentarse dificultades a la hora de retomar la actividad sexual luego de un parto natural en el que se haya practicado una episiotomía (incisión que se practica en el periné para facilitar la expulsión de la criatura), ya que aunque se haya completado la cicatrización suelen existir temores que incluso en algunos casos pueden desencadenar un vaginismo secundario.

El vaginismo es una disfunción sexual que consiste en la contracción involuntaria de los músculos del tercio externo de la vagina, que genera una gran dificultad o imposibilidad de penetración, que de producirse genera mucho dolor. Esta condición, psicológicamente asociada al miedo, suele ser pasajera pero a veces se instala como patología y requiere tratamiento.

A nivel cognitivo y emocional, la mujer experimenta cambios significativos, y debe elaborar una reconfiguración de su identidad narrativa, esto es, crear un nuevo relato que responda a la pregunta de quién soy. Si bien culturalmente circula la creencia en un “instinto maternal”, tal como si fuese un talento innato para el cuidado altruista de los niños, tal instinto no existe, no hay tal abnegación “natural”, el vínculo amoroso con los hijos se construye a partir de una decisión, y la realidad es que gran parte de las mujeres experimenta distintos niveles de padecimiento subjetivo en esta etapa, en función de la vivencia de pérdida de libertad, la asunción de la gran responsabilidad que implica la vida de otro ser humano a nuestro cargo, y la incertidumbre en relación al futuro asociadas a las tensiones de compatibilizar la maternidad con el desarrollo personal, laboral o profesional.

Los cambios en la administración del uso del tiempo a partir de la llegada de un hijo, pueden generar todas estas sensaciones que muchas veces empañan la alegría y la gratificación emocional de ese momento. Estos sentimientos contradictorios son normales, ninguna mujer debe sentir culpa por experimentarlos. Tristeza, impotencia, miedo, angustia son emociones que coexisten con la felicidad, alegría y amor que se vivencia ante el nuevo rol de “ser mamá”. Es importante poder hablar de esos sentimientos, especialmente con la pareja para mantener la intimidad (conocimiento y confianza mutuos).

En medio de ese torbellino de ideas, creencias, pensamientos, y emociones encontradas, es muy difícil hallar un momento de paz interior para relajarse y conectar con la propia sexualidad. A esto debemos agregar los cambios en el esquema corporal, que hacen que a la mujer le cueste a veces sentirse deseable. Si una persona no se siente a gusto con su cuerpo, no puede tampoco creer que otra persona la encuentre atractiva. Esto afecta la autoestima si no se produce una aceptación de las características corporales actuales, dejando de lado los estándares culturales de belleza que en algunos casos operan como un imperativo del cual la mujer no puede apartarse, y ante la imposibilidad (fáctica) de recuperar su figura con inmediatez, recurren al ocultamiento del cuerpo, alejándose así de toda posibilidad de encuentro.

Finalmente, también a nivel subjetivo, es importante el impacto de la lactancia materna ya que implica la exclusión del erotismo de una de las partes del cuerpo más erotizadas hasta ese momento, como son los pechos. Esta escisión de significados en torno a los pechos, sumerge nuevamente a la mujer en nuevas contradicciones, llegando incluso a ser fuente de conflictos en la pareja si se expresa algún comentario de connotación erótica en relación a las mamas (los pechos pasan de ser un elemento de atracción sexual a ser una parte “sagrada” del cuerpo asociada a la maternidad).

En la pareja, que también sufre una reconfiguración, el erotismo pasa a segundo plano en un primer momento, pero se corre el riesgo de que no recupere su protagonismo, si se produce el síndrome de “mamificación” y/o “papificación”, que consiste en que la pareja deje de percibirse mutuamente como seres que pueden ser objeto de atracción sexual, y pasen a percibirse exclusivamente como “madres” y/o “padres” full time.

Esto en el caso de la mujer se puede ver reforzado por un discurso social heredado de la doble moral que regía en algún momento y que para algunos aún tiene vigencia, según la cual existían dos clases de mujeres, la mujer “decente y pura” destinada a ser “la madre de mis hijos” y  las “otras” (putas, rápida, fácil, etc.) que eran las que disfrutaban del sexo, habilitadas para ser deseadas y deseantes, reservadas para el placer sexual.

Lea más: Las mujeres, el deseo y la doble moral

Lamentablemente, esta doble moral sostenida en un discurso empedernidamente machista, tiene cierta persistencia hoy en el sistema de creencias de muchas personas, y es uno de los factores de más peso a la hora de las consultas por inhibición del deseo sexual a partir de la maternidad. A muchas mujeres aún les cuesta compatibilizar en sí mismas a “la madre” y “la puta”, es decir, les cuesta conciliar su rol materno con su rol sexual como mujer, ya que culturalmente aprendieron que eran incompatibles. Por supuesto, gran parte de esas mujeres resuelven el conflicto renunciando a la dimensión sexual y dedicándose a pleno a la maternidad. Lo cual, de más está decir, no es saludable ni para ella, ni para la relación de pareja, ni para el hijo/a, las consecuencias son negativas en todo sentido.

El cambio estructural en el sistema familiar con la incorporación de los hijos, implica reasignar roles, funciones, tareas y reformular prioridades, lo cual conlleva importantes cambios en la intimidad de la relación de pareja (no importa el género de sus integrantes). Es crucial que la pareja recupere instantes de privacidad para hablar, para mirarse, para estar en contacto físico y emocional. La intimidad es una condición imprescindible para la activación de la respuesta sexual en las parejas estables.

Revisar los prejuicios puede ayudar a aceptar que una madre puede ser sexy, una madre puede desear y ser deseada, una madre puede experimentar placer sexual, una madre no deja de ser una mujer. Ser madre es maravilloso y muy importante, pero no es nuestro único rol, esa dimensión debe encender con más fuerza a todas las otras, sino, más tarde o más temprano, nos apaga.