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jueves 25 de abril del 2024

Luis Sandrini y los tres berretines

Por Vicente Luis Cuñado, abogado y periodista. 

En el argot coloquial de los argentinos, un “berretín” es un deseo vehemente, un antojo o una debilidad por algo. A comienzos de los años treinta, los autores Arnaldo Malfatti y Nicolás de las Llanderas escribieron una obra de teatro que se titulaba “Los tres berretines” referidos al tango, el fútbol y la radio. En mayo de 1933, en el incipiente cine sonoro argentino, los mismos autores escriben el guión para una película con un título idéntico que sirve para proyectar al rango de primera estrella del cine nacional a Luis Sandrini y para introducir un sutil cambio.

Los tres berretines eran el tango, el fútbol y en lugar de la radio aparecía el cine. Me adelanto a su opinión lector y reconozco que es arbitraria la selección de berretines argentinos que hacen Malfatti y de las Llanderas. Para muchos serían por ejemplo la quiniela o la pasión por los “burros”, o el pase, o las carreras del turismo carretera en tiempos de los hermanos Gálvez, o mismo el boxeo en el Luna Park.

Rosario es la ciudad que cuenta con mayor cantidad de salas que proyectan habitualmente cine, obviamente después de Buenos Aires. Gran impulso al metejón por el cine se da con la aparición de las películas sonoras y la producción impresionante de filmes argentinos. Además de Sandrini se convierten en estrellas Tita Merello, Hugo del Carril, Pepe Arias y la rosarina Libertad Lamarque, cuyas películas son las más solicitadas en el mundo hispano parlante.

El año culminante en la producción nacional es 1939 y empiezan a proliferar grandes figuras como Zully Moreno, Nini Marshall o Mirtha Legrand. Para darnos una idea del impacto en Rosario digamos que en la década de los cincuenta existen en la Chicago Argentina medio centenar de cines además de las salas parroquiales que pasaban películas. Cada barrio tiene sus salas : Por el sur están ,entre otros, el Tiro Suizo , Diana, América y el Astoria como emblemáticos .En el oeste figuran el Echesortu , Mendoza y Roma. En el norte rosarino estaban el Opera, el Ocean, el Alberdi y El Roca. En el centro había para todos los gustos.

El Heraldo y Astral daban cortos, dibujitos y cine en episodios. En el Belgrano, San Martín y Sol de Mayo se podía fumar e incluso comer. En los cines Radar, Gran Rex, Imperial y Monumental había aire acondicionado. En el cine Rose Marie se daban películas en idioma español, y el Odeón llegaba con el erotismo de las películas de la Coca Sarli como “Sabaleros” o las de Bergman como “Un verano con Mónica” .En el Bristol, los lunes se daban 3 películas argentinas por un peso.

En el “Gardel”, los 24 de junio se proyectaban 3 películas del zorzal en continuado. Pero como todo llega a su término en la vida, según nos cuenta el poeta Juan Fulginitti en el tango “Llorando la carta”, también al cine le llegó el “no va más” y la última bola de la noche. Así como el rock y los programas nuevaoleros significaron un mazazo para el tango, de la misma manera y aproximadamente al mismo tiempo, la irrupción incontenible de la televisión ahuyentó a la gente de las salas cinematográficas y refugió a las familias en la pantalla chica y los hogares.

El fútbol por TV terminó resultando el certificado de defunción .Los cines de barrio y los del centro fueron cayendo de uno en uno. Nada volvió a ser igual como en la época de los berretines, ni con la llegada de los multicines o microcines pudieron recuperarse las plateas perdidas. Apenas subsisten hoy con la fachada de los años cuarenta las salas de El Cairo y el Monumental. Suplico a la benevolencia de los lectores de rosarionuestro.com sepan disculpar la infinidad de omisiones de este pensamiento evocativo en forma de artículo periodístico. ¿Cuándo empezó a irse el cine de Rosario tal como lo conocimos? Quizás cuando Mario Pereyra puso su supermercado “La Porteña” donde alguna vez estuvieron las sacrosantas plateas del cine Apolo desde donde se veía a Bogart en el final de “Casablanca” decirle a la Bergman: “Siempre nos quedará París”, con media sala femenina llorando sin parar.

En lo que a mí respecta, luego de haber vivido mi niñez y adolescencia en la misma vereda del cine San Martin, debo confesar que me quedé anclado en el tiempo porque sigo teniendo los mismos berretines que los de la película de Luis Sandrini, es decir, el tango, el fútbol y el cine. A veces al pianista de barrio Azcuénaga se le pianta un lagrimón cuando se acuerda del altísimo techo del cine Mendoza y de los hermanos Ruszika haciendo fuerza por los indios comanches.