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jueves 25 de abril del 2024

Los aromas de la infancia

Se aproxima el tradicionalmente denominado Día del Niño, hoy interpelado desde la perspectiva de género, y muchos por primera vez se preguntaran por qué no de las Niñas y los Niños, aunque la lógica binaria también dejaría fuera algunas opciones de género. Entonces surge el debate respecto al lenguaje inclusivo. Tal vez estaría bien decir el Día de la Infancia… la infancia es otra cosa, diferente a la niñez.

Algunos autores distinguen como infancia el período que transcurre entre el nacimiento y los seis años de edad, y la niñez entre los siete años y la pubertad. Pero lo cierto es que la niñez tuvo diferentes conceptualizaciones a lo largo de la historia. En la Edad Media, los niños se consideraban adultos en miniatura, como una forma inmadura del adulto que no merecía un trato especial más que esperar su madurez.

En el concepto de infancia de la modernidad, el niño es pensado como un ser inocente, frágil e indefenso, al que hay que cuidar y educar. En cualquier caso, la infancia es una construcción social y cultural, que se encuentra en permanente tensión en función de las transformaciones sociales. Pero como en cada etapa del ciclo vital, es imprescindible el plural: las infancias, heterogéneas, diversas, únicas e irrepetibles.

Con todas las salvedades necesarias de relativismo cultural e histórico, lo cierto es que las infancias tienen una fuerte impronta en la vida adulta. Los adultos a cargo de la crianza somos responsables no sólo de su crecimiento, sino también de los recuerdos que creamos junto a ellos. La crianza respetuosa promueve el desarrollo de una base afectiva segura, que les permitirá llegar a la vida adulta con menos ansiedades y más estabilidad emocional.

Cuando hablamos de creación de recuerdos, hablamos de dos procesos psicológicos básicos, como son la memoria y la emoción, íntimamente ligados. La emoción es aquella tonalidad afectiva que acompaña nuestros recuerdos, y que incide en nuestras decisiones y comportamiento futuro ante nuevas situaciones.

La ligazón entre emoción y memoria, por sus bases neurobiológicas, es mucho más marcada en relación al olfato (por eso es que cuando “intuimos” algo decimos “esto me huele mal”, por ejemplo). Los registros olfativos, la memoria y las emociones tienen una conexión tan estrecha que un aroma puede ser extremadamente poderoso para gatillar la evocación espontánea de recuerdos que almacenamos aun en la más tierna infancia.

Los aromas de la infancia nos remontan a escenas familiares, escolares y sociales en general, de forma inmediata. Muchas veces esos registros quedan asociados a estados emocionales que revivimos casi intactos al rememorarlos.

Los invito a hacer la prueba, a identificar esos olores asociados a situaciones memorables… particularmente recuerdo el olor a plastilina en preescolar, el olor de las sandalias Skippy turquesas que eran furor, el aroma a bizcochuelo casero cuando se aproximaba un festejo, el olor a humedad inundada con cloro en la pileta de invierno donde hacía natación, el olor al estaño de las soldaduras electrónicas… la lista es interminable.

Las casas, los perfumes, las comidas, las maderas, el cuero, las plantas, las mascotas, los útiles escolares, las fiestas, los libros, los juguetes, los hospitales, las escuelas, los clubes, los campos, los mares, las lluvias, las personas… todo desprende su fragancia inolvidable que será el vehículo más eficaz a nuestros recuerdos.

Para celebrar el día en que se conmemoran las infancias, y para todos los días, prestemos atención sensorial plena al aquí y ahora en el que estamos creando recuerdos, y especialmente, intentemos impregnar de emociones agradables los aromas de las infancias que acompañamos.