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martes 16 de abril del 2024

«Llegó mi liberación», joven de 18 dejó de depilarse por considerlo masoquismo

El proceso fue similar al que hacen la mayoría de las chicas. A los 11 años, Maira empezó a rasurarse con maquinitas de afeitar y cremas depilatorias. A los 12 ya había pasado a la cera caliente. Nunca se había cuestionado por qué se depilaba pero, cuando quiso darse cuenta, ya había accedido a depilarse la pelvis completa para satisfacer a un novio.

¿Cuándo empezó a cuestionarse por qué se depilaba? «Hace poco más de dos años, cuando conocí el feminismo. Todavía estaba en el secundario», cuenta Maira Haunau (18) a Infobae. «En esas lecturas empecé a entender que hay cosas ‘normales’ en la vida de una mujer, como depilarse, maquillarse, usar corpiño o tacos, que no tienen por qué ser tan normales».

Maira se observó a sí misma: «Yo no salía a la calle si no estaba depilada. Por más que hicieran 40 grados, si tenía pelos me ponía un jean hasta para cruzar a comprar al Chino. Entonces, si me tapaba para que otros no me vieran, ¿estaba eligiendo depilarme o era una imposición social?».

Las preguntas la llevaron a escarbar en el origen: ¿Por qué había empezado a depilarse? «Porque todas las mujeres que vi en mi vida se depilaban. Mi mamá, las otras mujeres de mi familia, las que veía en la tele. Crecí creyendo que era natural: si sos mujer tenés que estar depilada», sigue. «¿Lo había elegido, entonces?».

En aquel momento gastaba, por lo menos, 500 pesos por sesión: se depilaba las piernas, se hacía el cavado profundo, tira de cola, glúteos, abdomen completo, axilas y bozo. «Llegué a hacerme la pelvis completa a pedido de ese novio que tenía. Fue un problema cuando empecé a depilarme menos, era una pelea constante con él. Yo sufría mucho, perdía tiempo y un montón de plata: que a él le molestara tanto me hizo dar cuenta de cuánto repercutía en el exterior».

No hace falta explicar lo del dolor pero lo de la plata tampoco es una frase hecha. En Capital, depilarse con cera lo que ella se depilaba cuesta hoy por lo menos 1.000 pesos. Hacerlo con maquinitas de afeitar tiene un costo extra por el llamado «pink tax» (impuesto rosa)»: la maquinita «femenina», de color rosa, cuesta un 7% más que la azul.

En octubre de 2017, Maira -que siguió avanzando en sus lecturas- se depiló por última vez: «Había entendido que para mí la depilación era parte del masoquismo diario que vivimos las mujeres. Es decir, dolor a disposición de la satisfacción de saber que estás cumpliendo con las expectativas de los demás. Es un dolor que terminás aceptando para evitar que te miren con cara de asco, como me pasó a mí».

Las reacciones externas, efectivamente, llegaron: fue una mujer quien la miró con cara de «qué sucia» cuando levantó los brazos en el colectivo para atarse el pelo. «Aceptás depilarte por muchas razones. También para que en una relación sexual no te digan que ‘no bajan’ porque tenés mucho pelo, como también me pasó».

Cuando se dio cuenta de que no era «una etapa adolescente» y que no se le iba a pasar, su mamá también reaccionó: «Tenés más olor», le dijo. «Ese es un argumento común: que no es higiénico. Si fuera así todos los hombres serían sucios. Yo me baño todos los días, me enjabono dos veces».

No hubo comentarios negativos, sin embargo, en el bazar de Claypole en el que trabaja ni entre sus compañeros de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora, donde estudia periodismo. Tampoco de parte del joven con quien sale ahora: «Al contrario: sólo se asombró que mi actitud no fuera esconderme, que es lo que suelen hacer las mujeres cuando tienen pelos».

Después vino una decisión «mucho más difícil» : dejar de usar corpiño. «Pensé: si me encanta el momento en que llego a casa y me lo saco, ¿por qué no puedo trasladar esa liberación al resto de mi día? Fue más difícil porque se puso en juego el miedo a que los pezones fueran vistos en la calle como una provocación y me hicieran algo».

¿Se cayeron? «No, no sé qué les pasará a las mujeres que tienen mucho busto. La única diferencia es la forma. Cuando usás corpiño armado la forma es redonda y parada: las tetas que muestra el porno. Cuando dejás de usarlo, tiene una forma más natural, no se corresponden con el canon hegemónico».

Dejó de sentir además, lo que muchas mujeres identificamos como métodos de tortura cotidiana: aros que se clavan en las axilas o en el esternón, push up que comprimen el tórax y cortan la respiración.

El resultado la convenció: «Me siento más cómoda, uso el tiempo que usaba para depilarme en lo que yo quiero y en 10 meses ahorré al menos 5.000 pesos. Tengo más plata para usarla en algo que no sea arrancarme pelos de la piel con cera caliente. Ahora sí elijo yo: llegó mi liberación».

FUENTE: INFOBAE