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jueves 25 de abril del 2024

La negación como mecanismo impuso las dos muertes en el Senado

Ante aquello que nos angustia demasiado, los humanos disponemos de un mecanismo psicológico que nos permite abstraernos de la cruda realidad para no tener que realizar el trabajo psíquico de elaborarla, o al menos, no de una sola vez.

La negación, es eficaz para producir una sensación transitoria de calma, baja las ansiedades, y nos permite vivir “como si” aquello que nos horroriza, no existiera. Por supuesto que es transitorio, la realidad nos golpea una y otra vez hasta que el mecanismo pierde eficacia, y no podemos más que asumir los hechos, trabajar en la aceptación comprometiéndonos con la transformación requerida.

La negación es sólo una fase en el camino hacia a aceptación y el compromiso.

Conocer estos mecanismos nos permite comprender por qué, para muchas personas, sectores, y funcionarios, resulte aun imposible escuchar, registrar y asimilar el hecho de que mal que les pese, los abortos clandestinos existieron, existen y seguirán existiendo, más allá de que cada quien pueda auto engañarse al punto de dormir tranquilo con su conciencia por tener la convicción de que al no legalizar la Interrupción Voluntaria del Embarazo, no va a ocurrir…lo niego, entonces no existe más, qué tranquilidad!

Como expresó María Eugenia Vidal en sus declaraciones de ayer, “si la ley no se vota voy a estar más aliviada”; por supuesto que ella y todos los que profundamente están convencidos de que al rechazar el proyecto IVE “salvan las dos vidas”, deben sentirse aliviados.

El objetivo de la negación es el alivio transitorio de la angustia que produce asumir la realidad.

Puedo empatizar y entender a todas las personas a quienes les resulta intolerable la sola idea de un aborto provocado (no espontáneo), puedo entender que desde su sistema de creencias, desde su filosofía de vida, desde su concepción del mundo y la humanidad, les resulte insoportable, incompatible con su ideología, con su religión, con sus principios. Lo comprendo, lo acepto y lo respeto absolutamente.

Lo que me ocupa es pensar en los legisladores y funcionarios, que por definición deben representar a la población y garantizar su bienestar. Ellos tienen la obligación de actuar y decidir más allá de su visión personal, cuando se trata de intervenir sobre problemáticas que afectan a la salud de sus representados. Entiendo que no se pueden permitir por mucho tiempo el mecanismo de la negación. Por mucho que les espante o les duela, más tarde o más temprano deberán aceptar que los abortos clandestinos existen, y hacer algo al respecto.

La necedad de insistir en que “la mujer debió pensarlo antes de tener relaciones”, no hace más que poner en evidencia la ausencia de perspectiva de género en el tratamiento discursivo del tema, una y otra vez, el embarazo es un tema de la mujer (aunque también haya otras identidades gestantes), el varón que participó de ese intercambio sexual para que se produzca el embarazo jamás se menciona ni se responsabiliza.

La educación sexual aún es insuficiente, y recién a partir de este debate todos manifiestan acuerdo en que debe implementarse masivamente, pero resulta necio además no aceptar, que aun conociendo y accediendo a los métodos anticonceptivos, los embarazos no deseados ocurren por múltiples causas, desde la falla del método anticonceptivo utilizado, hasta la falla de la racionalidad ante situaciones que nos arrastran desde las pasiones, tan humanas como la capacidad de abstracción y la toma de decisiones. Somos humanos, falta educación sexual, pero además, somos humanos.

Entiendo que muchos puedan plantear que asumir las consecuencias de nuestros actos, implicaría, en estos casos, llevar adelante el embarazo no deseado. Ni siquiera pretendamos debatir si debe asumirse de ese modo o si la mujer tiene derecho a decidir sobre su cuerpo y su maternidad, en lo que lógicamente pueden existir posturas confrontadas. De lo que se trata es que nadie puede, desde ningún lugar, intervenir en el fuero íntimo de la persona que decide y ejecuta la interrupción de ese embarazo. Allí reside la negación más importante, en resistir las evidencias de la realidad, que indican que la ilegalidad no impidió ningún aborto, sólo lo empujó a la clandestinidad.

Deberían usar el antiguo método de escribir cien veces:

el encuadre legal actual respecto al aborto, no sirvió para impedir que ocurran abortos

el encuadre legal actual respecto al aborto, no sirvió para impedir que ocurran abortos

el encuadre legal actual respecto al aborto, no sirvió para impedir que ocurran abortos

Y así sucesivamente hasta abandonar la negación y pasar a la fase de aceptación, y desde allí preguntarse: “si este encuadre legal no impide los abortos, y queremos que haya menos o que no haya ningún aborto (¡en eso estamos todos de acuerdo!), ¿qué podemos hacer?” y recién entonces podrían estar preparados para escuchar y registrar lo que se está diciendo: a nivel internacional, está demostrado que los países que legalizaron la IVE lograron reducir significativamente la cantidad de abortos. Porque la clandestinidad no sólo los hace inseguros sino que no se interesa en prevenir próximos embarazos no deseados, ni ofrece contención y alternativas, como podría hacerlo un dispositivo legal.

La negación de la realidad, a lo único que conduce es a perpetuar la clandestinidad de los abortos. Entonces, lo que garantiza son dos muertes, la detención de la vida del embrión, y muchas veces el fallecimiento de la persona gestante. Cuesta entender cómo a quienes les resulta tan trágica la interrupción del desarrollo de un embrión, no le resulta trágica la muerte o el sufrimiento de lesiones graves de la persona gestante. Vuelve la pregunta, ¿es menos merecedora de la vida la persona que decide interrumpir un embarazo? ¿Estamos entonces a favor de una especie de pena de muerte? Si es así, explicitémoslo, pero sin negar la responsabilidad de la decisión, porque si hay algo de lo que todos podemos estar seguros, es que a partir de hoy en Argentina, ningún Senador que rechazó el proyecto podrá dormir tranquilo, sin que le pese en algún rincón de su alma, en el vértice más profundo donde la negación no alcanza, saber que a cada hora en la que se practique un aborto clandestino e inseguro, las consecuencias pesarán sobre su conciencia.