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miercoles 24 de abril del 2024

La carroza se convirtió en calabaza

No habrá sido a la medianoche, más bien pisando las cuatro de la tarde. No fue a la salida de un lujoso palacio, sino en la puerta del vestuario del modesto pero refaccionado Norberto «Tito» Tomaghello, en Florencio Varela, al sur del Gran Buenos Aires.

Casi una hora después de otra dura derrota de un Central inexpresivo, apático, carente de ideas, sin solidez defensiva y con enormes errores individuales y colectivos, Leo Fernández anunció que finalizaba su cuento de hadas, que el hechizo se terminó.

El humilde muchacho que sin un nombre fuerte en el fútbol, tampoco en el club de Arroyito, fue escalando a fuerza de trabajo y sacrificio silencioso hasta tener su merecida oportunidad en la Primera canalla, haciendo realidad su sueño, aseguró: «Lo hacemos por el bien de Central, las disculpas al hincha que siempre apoyó».

Pero claro, la máxima categoría no entiende de ilusiones, mucho menos de proyectos. Leo, con los atenuantes de un sinfín de lesiones que fueron complicando sus planteos previos, no logró consolidar una idea de juego y la bocanada de aire fresco que su llegada trajo a fines de 2017 con resonantes resultados incluidos, fue perdiendo fuerza, hasta llegar a ser no más que un soplido.

Con la fortuna que todo debutante necesita, el equipo del «Gordo» le ganó al encumbrado Talleres en Córdoba, retomó confianza y con solidez disminuyó al líder Boca a su mínima expresión, para finalizar el año con el triunfo clásico, sí, hasta ese gusto personal se dio el DT que con esas tres victorias dejó de ser interino, para ser ratificado como el hombre que comandaría al plantel en 2018. El hada madrina lo tocó con la varita mágica y le permitía soñar despierto.

Tras ganar el clásico, Leo se abraza con el capitán Ruben, a quien nunca tuvo en plenitud.

El Central de Leo se sobrepuso a las bajas que se hicieron costumbre desde la lesión del refuerzo estrella, Ortigoza, antes de que se reanude el campeonato, los resultados llegaron uno tras otro, algunos sin demasiada lógica como la victoria ante Huracán, otros más convincentes como el 5-0 sobre Olimpo, la única vez que el juego auriazul lució fluido y parecía que por fin todo se encarrilaba para ver un conjunto vistoso y efectivo.

Sin embargo, desde aquella goleada ante uno de los peores rivales de la Superliga, el reloj que corría hacia le medianoche se adelantó, el hechizo fue perdiendo efecto, de repente a los caballos que tiraban de la lujosa carroza comenzaron a crecerles orejas de ratón y el lacayo empezaba a ladrar.

Fecha tras fecha, lo que Central mostró en el campo de juego fue cada vez peor, a duras penas se sostenía en pie con la pelota detenida, único argumento para convertir. Leo probó, cambió, claro está también se equivocó, pero nunca logró imponer un estilo y la campaña repleta de puntos al inicio empezó a desdibujarse hacia una caída libre de la que no pudo escapar.

La vestimenta «encanallada» que eligió desde el principio ya no caía simpática, a su manera lució elegante para el final de la historia, pero a diferencia de Cenicienta, ya no habrá chance que le quede el zapatito de cristal perdido.

Se hicieron las cuatro de la tarde en Varela, los caballos volvieron a ser ratones, el lacayo regresó a ser un perro que corre por Humahuaca y Calle 244. El sueño de Leo dirigiendo al club de sus amores, se terminó. Y sí, la carroza se convirtió en calabaza.